NotMid 08/02/2025
OPINIÓN
FRANCISCO PASCUAL
Ante el próximo revés parlamentario que sufra Pedro Sánchez todavía habrá alguien tentado a titular que “está contra las cuerdas”. Debería prohibirse. El presidente del Gobierno puede estar un rato en esa posición en la que los boxeadores tratan de cubrirse de una tunda de palos de su rival. De hecho, es como se victimiza. Sin embargo, cuando considera que ya ha recibido lo suficiente, detiene el combate, desmonta las cuerdas y las pone en otro lado, generalmente en las espaldas de Alberto Núñez Feijóo. Entonces comienza a golpear él.
El presidente está construyendo a su gusto un ecosistema político en el que ejerce a la vez de sistema y antisistema, de víctima y de victimario, de árbitro y de delantero centro. Es el resultado de desfigurar tanto las normas que éstas pierden su sentido original hasta que se olvida.
La reciente negociación y pacto del decreto ómnibus es el último ejemplo de ello. El decreto ley es una fórmula legislativa prevista para articular respuestas a sucesos extraordinarios, como catástrofes naturales. En ningún caso para la actividad habitual. Menos sentido tiene aún acumular en él medidas sin conexión, como la revalorización de las pensiones o la cesión de una casa en París al PNV, salvo que lo que se quiera es enmascarar una situación de ingobernabilidad ordinaria por la insuficiencia de apoyos. Pero es que con Sánchez todo es excepcional, porque es a partir de declarar una situación de excepcionalidad permanente como justifica sus acciones anómalas para sostenerse en el poder.
En medio del caso Ábalos, el Gobierno que arrancó en 2018 con una moción de censura por la emergencia contra la corrupción del PP acaba de declarar la alerta contra la “coalición negacionista del PP y Vox”. La llegada a la Casa Blanca de Trump, aliado de Abascal, facilita la asunción de ese marco.
Con el líder estadounidense, cada mañana nos despertamos con una declaración de las que hielan la sangre. Entramos en una fase de apoteosis de la excepcionalidad. Pero si él no existiese, el Gobierno declararía la necesidad de protegerse ante cualquier otra amenaza extraordinaria para ocultar que lo único extraordinario es que gobierna un partido que perdió las elecciones.
Además, las cosas no suceden porque sí, de un día para otro. Desde que el juez del Tribunal Supremo Ángel Hurtado asumió la investigación del fiscal general del Estado se ha visto sometido a una campaña de descrédito por parte del Gobierno y sus órganos de propaganda tan consistente como el fin que persigue: el desbrozamiento del camino al Constitucional para que aborte la instrucción por supuestas vulneraciones de derechos fundamentales.
Al fin y al cabo, cuando Álvaro García Ortiz deslegitimó la autoridad del juez del Supremo al acusarle de adoptar decisiones “predeterminadas” sólo imitaba a su jefe Sánchez. Era a la vez el sistema y antisistema, una víctima con ardides de pícaro.
Mientras esto sucede, las miradas se han vuelto contra Feijóo, atrapado en la búsqueda de los consensos. Un líder que combate las batallas del siglo XXI con armas del siglo XX. El Arkanoid contra ChatGPT. Alguien que aún se escandaliza de que no se cumplan las normas, cuando es lo más cool.