Sorprende y entristece que la foto de Sánchez en Kiev, tardía pero necesaria, quede empañada por el desplante de su vicepresidenta en el G-20
NotMid 22/04/2022
EDITORIAL
El viaje de Sánchez a Ucrania es pertinente. Está bien que se haya reunido con Zelenski para trasladarle el apoyo oficial del pueblo español y el compromiso del Gobierno con la ayuda militar, el envío de material humanitario y la acogida de refugiados, decisiones compartidas sin fisuras por el PP. La heroica resistencia de los ucranianos, que en la devastada Mariupol está llegando literalmente a la agonía, debe contar con el aliento de todos los demócratas europeos. Y el acertado anuncio de Sánchez de incrementar notablemente el envío de armamento -anuncio que llegaba después de haber visitado la ciudad mártir de Borodyanka, la segunda Bucha, donde se están documentando atroces crímenes de guerra- es signo elocuente de ese compromiso, y coloca a España donde tiene que estar en el marco de la UE. Donde tuvo que estar desde el primer momento.
Con las cautelas debidas a la trayectoria zigzagueante del presidente, bienvenida sea la rectificación. Sánchez al principio pactó con Podemos la renuncia a mandar armas a Ucrania en un ejercicio de demagógico pacifismo, pues negarse a ayudar a los invadidos a defenderse de un invasor equivale de hecho a posicionarse con el invasor. Putin no ataca a Ucrania solo por sus delirios revisionistas y su obsesión con el pasado imperial: lo hace por temor a que la libertad cuaje y se extienda.
Por eso es importante que nadie en Ucrania ni en la UE albergue la más mínima duda respecto de la posición moral de España ante el conflicto. Y no ayuda a despejar las dudas que despierta la terca y contradictoria permanencia de Podemos en el Ejecutivo de coalición. El partido sigue acusando la influencia directa de Pablo Iglesias en sus tomas de posición y no sigue las tesis posibilistas de Yolanda Díaz, que sí apoyó el envío de armas. La ministra y secretaria general del partido que cogobierna España, Ione Belarra, sigue realizando manifestaciones que bajo la retórica infantil de la paz apenas disimulan su simpatía por la causa de Putin, en quien la extrema izquierda ve un aliado estratégico en la lucha contra la democracia liberal, el capitalismo y el atlantismo.
El atinado gesto que supone esta visita de Sánchez, más allá de las obvias intenciones propagandísticas, habría ganado una credibilidad definitiva si el presidente no arrastrara consigo la dependencia de sus socios de coalición, altavoces contumaces de la intoxicación rusa que aconseja la rendición a los ucranianos.
Pero lo llamativo de la jornada de ayer fue la decisión de Calviño de no secundar el boicot solicitado por EEUU al ministro de Finanzas ruso. La vicepresidenta se quedó sentada escuchándole, en vez de levantarse e irse como hicieron, entre otros, Yellen, Powell, Lagarde, Gentiloni o Le Maire. Los ministros de dos de los mayores beneficiarios del comercio con Rusia, Italia y Alemania, se quedaron también. Pero no se entiende que España no haga valer en un momento así su independencia del gas ruso y su alineamiento con EEUU.
Sorprende y entristece que la foto de Sánchez en Kiev, tardía pero necesaria, quede empañada por el desplante de su vicepresidenta en la reunión del G-20. En diplomacia todos los gestos se anotan, y España no se puede permitir proyectar ambigüedad en este trance.
ElMundo