Es el hombre más rico que jamás ha pisado la Tierra y, ahora, la ‘mano derecha’ del presidente electo de EEUU. Encarna un experimento radicalmente nuevo: un ‘cesarismo’ del siglo XXI en el que las empresas parecen llamadas a ‘co-gobernar’ los Estados con los políticos
NotMid 26/12/2024
Estilo de vida
Cuando en 2023 el periodista de la revista New Yorker Ronan Farrow llamó al Departamento de Defensa de Estados Unidos para preguntar por el papel que Elon Musk estaba jugando en la guerra de Ucrania, un portavoz le dio la siguiente respuesta: “Hablaremos con usted si Elon quiere”.
La anécdota fue publicada en el número del New Yorker del 21 de agosto de 2023. Aquel día, Elon Musk tenía una fortuna de 230.000 millones de dólares (222.000 millones de euros) según la revista económica Forbes y la agencia de noticias financieras Bloomberg. Y no se hablaba prácticamente con nadie del Gobierno de Joe Biden. Apenas dieciséis meses después roza el medio billón de dólares (481.000 millones de euros) y es la mano derecha del presidente electo, Donald Trump, hasta el punto de que el novelista demócrata Stephen King le ha llamado “primera dama” en su red social X (la antigua Twitter) que Musk -que cuando compró la plataforma se autocalificó de “absolutista de la libertad de expresión”- le obligó a borrar bajo amenaza de expulsión. Sea como sea, Musk parece destinado, junto con su amigo y socio de Silicon Valley Peter Thiel – el verdadero ideólogo de la nueva derecha tecnológica – y, tal vez, el vicepresidente, JD Vance, a llevar el peso de gran parte de las transformaciones de la Administración del Estado de EEUU.
Todo ello pese a que Musk no tiene ningún cargo oficial. Pero tiene otras cosas: dinero, medios de comunicación – en este caso, una red social, X – y una personalidad histriónica que le ha convertido en el líder empresarial del trumpismo. Julio César llegó a Roma procedente de las Galias como el hombre más rico de su tiempo y acabó con la esclerotizada República para instaurar una dictadura populista que le dio el respaldo de las masas y el desprecio de las élites, que acabaron matándolo. Musk no puede ser presidente, ya que nació en la Sudáfrica del apartheid. Pero Donald Trump, sí. Si el dúo entre los dos egos más grandes de Estados Unidos se mantiene, el resultado puede ser la transformación permanente de ese país.
Nadie sabe si esa transformación se producirá o no. Musk y Trump son, cada uno en su estilo, volcánicos – justo lo contrario que Thiel y Vance – y, de hecho, ya hay quien se sorprende de que no se hayan tirado los trastos -o los tuits- a la cabeza. Por ahora, sin embargo, la alianza -o, más bien, la amistad- se mantiene. Es una amistad que a algunos, los viejos defensores de la República estadounidense, les preocupa, igual que le preocupaba a la aristocracia senatorial romana la llegada de César.
El dúo Musk-Trump no siente ningún respeto por el Legislativo. Tampoco, en general, por las leyes. El primero preferiría que el ejercicio del gobierno de la cosa pública fuera como el gobierno corporativo, con un líder que da órdenes. El segundo va a ejercer la presidencia a golpe de Orden Ejecutiva, para evitar al Congreso y gobernar directamente, aunque quien le suceda en la Casa Blanca pueda desmontar todas esas decisiones solo con su firma.
En cierto modo, no es más que un fenómeno periódico en EEUU: la llegada de una nueva generación de empresarios innovadores, que quieren reformar el Estado y hacerlo puramente técnico. Pero esta tecnocracia de Silicon Valley tiene sus rasgos definitorios. Uno, el desprecio por la idea de la democracia. Otro, la idea de lo que es bueno para ese selecto grupo – los Musk, los Thiel, los Andreeseen, los Sacks.. – también lo es para el país. Como ha dado a entender David Sacks, amigo de Musk y Thiel (y criado en la Sudáfrica y Namibia del apartheid, como ellos) a quien Trump ha dado el cargo de ciberzar -que solo ejercerá a tiempo parcial para no tener así que desvelar sus negocios-, el Estado debe salvar a los millonarios porque, sin éstos, no hay país.
Pero, aunque sus ideas no sean muchas, el dinero que tienen para promoverlas es ilimitado.
¿Hay alguien más rico que Musk en el mundo? Que se sepa, no. En 2022, él dijo que probablemente Vladimir Putin lo sea, pero se refería al hecho de que el autócrata ruso controla en la práctica la actividad económica de su país, incluyendo sus casi infinitas reservas minerales y energéticas.
Pero ésas son discusiones bizantinas. Con lápiz y papel -o, mejor, con hoja de cálculo- Musk es la persona más rica del mundo. Y posiblemente seguirá siéndolo y batiendo récords. En la actualidad está enfrascado en una guerra contra la Justicia de EEUU para conseguir que ésta acepte la remuneración que le ha concedido la Junta General de Accionistas de Tesla y que supondría 100.000 millones de dólares (96.000 millones de euros) más en títulos de la compañía en 2025.
Si la burbuja de Tesla en Bolsa no parece tener fin, la empresa de cohetes y satélites de Musk, SpaceX, se ha convertido este mes en el unicornio -que es el nombre que recibe una compañía tecnológica de reciente creación valorada en más de mil millones de dólares pero que no cotiza en Bolsa- más caro del mundo, por delante de la china ByreDance, la propietaria de la archifamosa red social TikTok. SpaceX, que es la empresa por la que preguntaba Farrow en sus llamadas al Departamento de Defensa de Estados Unidos, vale 350.000 millones de dólares, de los que entre 140.000 y 160.000 son de Musk. Incluso su compañía de Inteligencia Artificial, xAI, creada hace 22 meses, está valorada en 50.000 millones de dólares pese a que todavía no ha sacado ni un producto al mercado.
Cuando en 2021 el banco de inversión Morgan Stanley -la entidad de Wall Street que mejor conoce Silicon Valley- dijo que Elon Musk sería la primera persona en la Historia de la Humanidad en alcanzar una fortuna de un billón de dólares, muchos lo tomaron como un intento de lograr publicidad gratuita. Ahora, la empresa de publicidad y riesgo político británica Informa ha puesto incluso una fecha para que Musk lo logre: 2027.
Musk acaso sea el ser humano más rico que jamás ha caminado por la faz de la Tierra. Aunque las metodologías son imprecisas, improvisadas y discutidas, parece claro que es el empresario más rico que nunca haya existido. Solo le superan los grandes autócratas del pasado, en especial Mansa Musa I de Mali, que vivió en los siglos XIII y XIV, y que acaso sea la persona más rica de la Historia gracias a su control de las minas de oro de lo que hoy es ese país africano. Otro podría ser Julio César, que alcanzó, hace algo más de dos mil años, una fortuna equivalente al 25% de toda la riqueza de la Tierra.
El patrimonio de Musk es tan grande que ni los más de 30.000 millones que enterró en su operación más ruinosa, la compra de X (antes llamada Twitter), en 2022, tienen la menor relevancia. De hecho, esa red social, aunque está quedando reducida a un foro de ultraderecha a medida que sus usuarios se van a Threads (de Meta) y Bluesky ha dado a Musk una tremenda plataforma para reforzar su inmensa base de fans a base de insultos y amenazas, como cuando acusó el mes pasado al ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional y defensor de la causa de Ucrania Alexander Vindman de “estar en nómina de los oligarcas ucranianos” y de “haber cometido traición, por lo cual serás castigado debidamente”.
Y es que Musk tiene algo de lo que carecían Rockefeller, Musa I y Julio César: influencia en el mundo entero. Sus decisiones, sus cambios de humor, sus filias y fobias -acaso influenciadas por su uso continuado de marihuana y ketamina y por la posibilidad de que tenga Asperger, como él mismo declaró en una ocasión- afectan a toda la Humanidad. Ya en 2022 declaró que “probablemente” sea más poderoso que el presidente de Estados Unidos. De hecho, Elon Musk habla periódicamente con Vladimir Putin sin informar al Gobierno de su país.
Lógicamente, su alianza con Trump está ya siendo un multiplicador de su riqueza e influencia de ambos. En el caso de Musk, eso es muy visible. En los 43 días que pasaron de la victoria electoral de aquél al 18 de diciembre, la fortuna de Elon Musk subió en 230.000 millones de dólares, o sea, casi tanto como todo el patrimonio del segundo hombre más rico del mundo: su rival, el empresario tecnológico (y nieto de un vallisoletano) Jeff Bezos. Pero la verdadera gran sorpresa de esos 43 días fue ver a Musk colaborando con alguien e, incluso, jugando un papel secundario. Él, que siempre ha ido por libre, se ha sometido a Donald Trump. Según sus críticos, la razón es que espera obtener beneficios regulatorios, incluyendo una norma en todo el país que regule el uso de los coches autónomos, es decir, sin conductor, a los que Musk ha apostado el futuro de Tesla.
Otra posible contrapartida de su apoyo a Trump podría estar en la concesión de todavía más contratos públicos a SpaceX o en la confirmación del plan de la NASA para enviar una misión tripulada a Marte que sería realizada con cohetes de la empresa. Sea como sea, el mercado ha apostado por que Musk va a ser uno de los grandes ganadores del Gobierno de Donald Trump. En el fondo, no es más que lo que el ex director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) Michel Camdessus llamaba “capitalismo de amiguetes” durante las crisis asiática y rusa de 1997 y 1998, que no es más que una forma educada de decir “corrupción”.
Musk, así, es mucho más que un empresario, o que un líder de opinión. Es, en realidad, un país soberano. Él es su propio Estado. Él ha decidido unilateralmente cómo y cuándo iba a permitir a Ucrania usar su red de internet y comunicaciones por satélite Starlink contra Rusia. Su poder es tal que, como explicaba a Farrow el subsecretario de Defensa para Política de EEUU, Colin Kahl: “Aunque Musk no es técnicamente un diplomático o un estadista, pensé que, dada su influencia, era importante tratarle como si lo fuera”. Tood gracias a SpaceX, que, en lo que va de año, ha lanzado el 80% de los cohetes espaciales que han salido del planeta Tierra.
Muchos de esos cohetes están construyendo Starlink, que a día de hoy es una red de 7.000 satélites que sobrevuela la Tierra para proveer acceso a Internet hasta en los lugares más remotos. Cuando en una noche estrellada levantamos la mirada al cielo, muchas de las estrellas que vemos son satélites de Elon Musk, que no solo permiten a las Fuerzas Armadas de Ucrania comunicarse, sino, también, a los cazabombarderos estadounidenses F-35 actualizar su software cuando vuelan, en la Guerra Fría que Estados Unidos mantiene con China, sobre lugares remotos como el desierto de Australia o el Océano Pacífico.
Pero Musk, como Trump, tiene el ego frágil. Su negativa a permitir sindicatos en la fábrica de Tesla en Freemont, California, hizo que el Gobierno de Joe Biden le hiciera el vacío más brutal que ha visto Washington en décadas, hasta el punto de ignorarle a la hora de invitar a la Casa Blanca a empresas de automoción que trataban de desarrollar coches eléctricos, un sector en el que la compañía de Musk es la segunda a nivel mundial, tras la china BYD. A su vez, ese desprecio fue uno de los principales factores que hicieron que Musk pasara de la izquierda -contribuyendo hasta fechas recientes con millones de dólares a la ACLU, un grupo que los republicanos detestan- a la derecha populista de Trump. Igual que el presidente electo, Musk solo reacciona a la adulación o al insulto. Nunca a la indiferencia.
En el caso de las dictaduras, su posición es mucho más conciliadora que con las democracias. En 2022, el hombre más rico del mundo celebró el 75 aniversario del Partido Comunista Chino publicando un artículo en la revista Ciberespacio en China, que publica la Oficina de Administración del Ciberespacio de ese país, que es el organismo que se encarga de censurar internet en la segunda mayor economía mundial. A día de hoy, Tesla obtiene beneficios fundamentalmente gracias a su fábrica de Shangái, que, según los medios de comunicación estadounidenses, recibe un tratamiento especial del Gobierno chino. La alianza de Musk con China es otro factor interesante. ¿Van a eximir Trump y el presidente chino, Xi Jinping, a Tesla de la guerra comercial para la que ambos países se están preparando?
Son muchas incógnitas las que rodean el futuro de este aterrizaje de Silicon Valley, encabezado por Elon Musk, en Washington de la mano de Donald Trump. Si el binomio del empresario y el presidente se consolida, es muy probable que Estados Unidos cambie para siempre. Acaso sea la primera vez desde la creación del Estado moderno o desde la Revolución Industrial en que un ciudadano privado haya tenido tanto poder en la mayor potencia mundial. Acaso estemos viendo nacer un cesarismo del siglo XXI. Acaso un feudalismo en el que las grandes empresas co-gobiernan con los políticos los Estados. O acaso un experimento totalmente nuevo. Tenemos cuatro años, por lo menos, para ver qué pasa.
Agencias