Hoy aún falta una reflexión constructiva sobre cómo se gestionó la pandemia, y los muertos son usados como arma política
NotMid 15/03/2025
EDITORIAL
Cinco años después del inicio del estado de alarma con el que España encaró la pandemia del Covid-19, se hace imperativa una reflexión colectiva, y constructiva, sobre aquella terrible crisis. El sufrimiento fue enorme y, sin duda, la gestión del virus fue extraordinariamente complicada. Pero es imprescindible evaluar en qué circunstancias nos hallaríamos hoy para afrontar un reto similar. Si bien en muchos aspectos estamos mejor preparados -desde el conocimiento de las medidas preventivas hasta la disponibilidad de material básico, como las mascarillas-, arrastramos un déficit de evaluación sobre la forma en que las administraciones gestionaron una pesadilla que se cobró en España decenas de miles de vidas en solo unas semanas y que dejó heridas profundas y duraderas.
Hoy sabemos que la pandemia transformó el mundo en muchos sentidos. Hizo visible la necesidad tanto de una ciencia solvente como de la cooperación entre países, que hizo posible el rápido desarrollo de las vacunas. En los primeros días eran una quimera; hoy están disponibles en cualquier centro de salud. También estamos mejor equipados en el ámbito de la vigilancia epidemiológica, que al inicio de la primera ola ofrecía unos datos irreales y engañosos. Se reaccionó muy tarde y el sistema sanitario colapsó en pocos días. Por otro lado, la concienciación ciudadana es hoy lógicamente mucho mayor. La pregunta es si los gestores públicos también extrajeron lecciones.
En España, Pedro Sánchez apostó por uno de los confinamientos más severos del mundo, que decretó el 14 de marzo de 2020. Una semana después, ya morían cientos de personas cada día. El presidente asumió el control de la crisis de forma personalista, erigiéndose en líder del mando único y sin contar con el Congreso -cuyo cierre fue después declarado inconstitucional- ni hablar con el líder de la oposición, en una indefendible estrategia de polarización que dura hasta hoy. Mientras tanto, los españoles asistían a un encierro que afectó a la salud mental de muchas personas y retrasó el progreso escolar de los niños. Faltó transparencia y la ciudadanía no comprendió muchas de aquellas decisiones. La antipolítica creció.
Hoy la autocrítica no comparece. Al contrario: el PSOE y sus aliados a la izquierda utilizan la memoria de aquella tragedia, e incluso a los fallecidos, como un arma para desgastar al rival político. El último ejemplo es la inaceptable expresión que usó la líder socialista Reyes Maroto en el Ayuntamiento de Madrid al calificar de «asesinados» a los ancianos que fallecieron en las residencias de esta región, muertes que la izquierda imputa a Isabel Díaz Ayuso. Aunque la ex ministra se ha retractado, el espectáculo es lamentable.
Sobre la gestión pública de aquellas semanas, por parte del Gobierno pero también de las comunidades autónomas, persisten aún muchos interrogantes. Lo que es indudable es que la polarización política es el mayor obstáculo para gestionar eficazmente cualquier emergencia. Y en ese sentido nuestro país no solo no ha avanzado, sino que ha retrocedido.