El gigante asiático renegó hace tiempo de la política del hijo único. Ahora lanza una ofensiva para impulsar la natalidad en busca de mano de obra para cuadrar las cuentas del crecimiento
NotMid 25/10/2024
ASIA
En medio siglo, el Estado chino ha pasado de castrador a alcahuete. De esterilizar en masa y forzar abortos a incitar a la población a crecer y multiplicarse. Pasa que al híbrido de comunismo capitalista que pilota Xi Jinping ya no le sobran niños, como sí creyó su predecesor Deng Xiaoping, príncipe de la reforma económica que impulsó la riqueza del país al precio de una “política del hijo único” que impidió hasta 400 millones de nacimientos.
Y de paso alumbró uno de los experimentos sociales más tétricos del siglo XX. Ahora, tras el sorpasso de India, a Pekín no le salen las cuentas de la mano de obra con la que apuntalar el crecimiento. En 2050, un cuarto de población estará jubilada.
Si en 1980 Deng echó el cerrojo al cinturón legal de castidad para limitar la libertad de tener hijos -contaba ya mil millones de súbditos-, Xi quiere hoy ponerle coto a la opción de no tenerlos (la cosa es intervenir hasta en los cuerpos)
La estrategia es parte de una ofensiva para impulsar la natalidad que pasa por subvencionar la vivienda, estirar la baja maternal y hasta animar por teléfono a los recién casados para que se metan en faena. Un intento de estimular la misma tasa de fertilidad que hace 40 años se redujo violentamente a base de multas y castigos que no sólo provocaron un enorme sufrimiento personal a la ciudadanía, sino también fuertes desequilibrios poblacionales (se calcula que hay 100 hombres por cada 120 mujeres) que décadas después han convertido amplias zonas del país en territorio de solteros.
Por ponerlo en cifras, en un solo año, 1983, se esterilizó a 20 millones de mujeres. Entre 1980 y 2014, más de 100 millones fueron obligadas a ligarse las trompas. Los abortos forzosos se cebaron con las niñas, consideradas menos rentables que los varones. Y muchos de los segundos hijos clandestinos se convirtieron en niños fantasma, ilegales sin acceso a sanidad y educación.
Las multas por saltarse las normas de planificación familiar podían ser exorbitantes: la más alta que consta tuvo que sufragarla el cineasta Zhang Yimou, que tan tarde como en 2013, tuvo que pagar 840.000 euros por su tercer vástago. Dos años después, Pekín abandonaría la norma, permitiendo un segundo hijo, y abriendo la mano a un tercero en 2021.
El cerebro de la política del hijo único fue uno de esos personajes que medran en los experimentos de ingeniería social que sólo permiten las autocracias. Song Jian, experto en cohetes y lego en demografía, calculó que para 2080 China tendría 4.000 millones de chinos. Su error justificó medidas extremadamente crueles que hoy se prueban también una catástrofe económica.