NotMid 11/11/2023
OPINIÓN
ANA PALACIO
[Exordio: Armando el semanal “Equipaje de mano” desde Estados Unidos, y por la diferencia horaria, tomé tarde conocimiento del pacto que el PSOE ha firmado con Junts, con la exclusiva razón y causa de la investidura de Pedro Sánchez. El retraso me permitió, asimismo, valorar las declaraciones de denuncia y profunda preocupación publicadas por instituciones fundamentales en la vertebración de nuestra convivencia -en particular las que representan y llevan por bandera la independencia del poder judicial-.
Me sumo a quienes ven a Sánchez y al independentismo catalán y vasco embarcados en un proceso de rediseño confederal, en el que el sujeto de soberanía dejaría de ser el conjunto del pueblo español. De quienes leen con consternación detrás de la torpe referencia al “lawfare“, el socavamiento de la división de poderes. Esta columna -fiel a su vocación de análisis de la proyección e intereses de España en el mundo-abordará, en entrega próxima, la trascendencia exterior de este acuerdo y sus consecuencias. Desde nuestra credibilidad, hasta las acciones jurisdiccionales ante el tribunal de Luxemburgo.]
Hace un mes, cuando saltó la noticia de la brutal masacre y toma de rehenes perpetrada por Hamás en territorio israelí, llovieron pronunciamientos. La firmeza de EEUU en respaldar a su aliado no sorprendió; las críticas y denuncias de las acciones (pasadas y presentes) de Tel Aviv por mandatarios árabes, tampoco. Más allá, Vladímir Putin compara la batida de las Fuerzas de Defensa de Israel en Gaza con el asedio a Leningrado por los nazis; el presidente turco -quien labora por erigirse en protagonista regional- se atribuye el deber de “salvar a nuestros hermanos palestinos de la opresión de Israel”. Pero, sobre todo, destaca la cautela del presidente chino.
Tras guardar silencio durante casi dos semanas, Xi Jinping estrenó comentario en una reunión con el primer ministro egipcio. Sus declaraciones se limitaron a pedir un alto el fuego y reivindicar una solución de dos Estados, posición china que se remonta a la época de Mao Zedong -quien consideraba la lucha de los palestinos dentro del marco del movimiento global de liberación nacional-. Lejos estamos de su contundente afirmación a la puerta del Kremlin, junto al presidente Putin: “Se están produciendo cambios que no hemos visto en 100 años. Y somos nosotros quienes los estamos liderando juntos”. Mientras los líderes Occidentales se han apresurado a “hacerse ver” en el área en una blitzkrieg diplomática, surge la pregunta: ¿dónde está China?
No eran pocos los que apostaban por un Pekín dispuesto a jugar un papel importante. Llevaba tiempo dando señales de querer ser un “peso pesado” en la región, rebasando los intereses estrictamente económico-energéticos que habían caracterizado sus relaciones con los países de Oriente Medio. Su macroiniciativa de la Franja y la Ruta le catapultó a primer inversor en la zona en 2016. Esa penetración inspiró, sin duda, el proyecto anunciado en el último encuentro del G20 de crear un corredor de conectividad entre Europa y Asia: participarán la India, EEUU, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Francia, Alemania, Italia y la UE.
Asimismo, el Imperio del Medio busca beneficiarse de una menguante huella -y deslustrada imagen- estadounidense en esta geografía. En los últimos años, Xi ha emprendido una ofensiva de encanto en Oriente Medio: en 2022, se presenciaron las cumbres inaugurales China-Estados Árabes y China-Consejo de Cooperación de los Estados Árabes del Golfo. En marzo de 2023, Pekín medió el histórico acuerdo de normalización entre Teherán y Riyadh. Tras aumentar su caché diplomático, el ministro de Exteriores chino aseguró, el mes siguiente, que China estaba preparado para facilitar diálogos de paz israeli-palestinos en llamadas con sus contrapartes de ambos países.
Pero desde el 7 de octubre, Pekín se ha limitado a su clásica acrobacia en la cuerda floja: ha buscado mantenerse neutral (eso sí, al no condenar los ataques de Hamás, ha sido una neutralidad decididamente pro-palestina) y fuera del foco de atención internacional. Su ausencia da pie a apreciaciones extremas en momentos de gran tensión; analistas sobre el terreno estiman que China no es un actor relevante en este asunto.
Es cierto que el Partido Comunista de China (PCC) está pasando por un momento complicado. En los últimos dos años, el crecimiento económico se ha dividido por la mitad. En el segundo trimestre de 2023, la inversión extranjera directa fue de 4.900 millones de dólares, un 94% menos que en el mismo periodo de 2021. En junio, la tasa de paro juvenil llegó a su máximo histórico de 21,3%, más del doble que en 2018. Las exportaciones en octubre fueron un 6,4% por debajo del año pasado, continuando una tendencia a la baja que comenzó en mayo (excediendo las ya pesimistas expectativas).
La recesión viene evidenciada por la crisis del sector inmobiliario, que representa alrededor del 30% del PIB nacional y hasta el 80% de la riqueza de las familias. Cuando empezaron a estrecharse los límites del endeudamiento excesivo en 2021 -en línea con el mantra de Xi: “Las casas son para vivir, no para especular”-, el gigantesco promotor Evergrande, antaño el orgullo de Pekín, dejó de pagar sus inmensas deudas. Esto provocó turbulencia en el resto del país: otros promotores clave también se vieron envueltos en situaciones de insolvencia.
Por su parte, los consumidores chinos han perdido la confianza en el sistema económico. Prefieren ahorrar a gastar o invertir (y mucho menos en mobiliarios). El gobierno contaba con el consumo privado y familiar para compensar el caos del sector inmobiliario y las exportaciones decadentes. Y si bien hubo un trimestre de crecimiento sólido tras el levantamiento de las medidas “COVID Cero”, desde entonces, las métricas han empeorado.
Esta falta de confianza se exacerbó con las restricciones draconianas impuestas por el PCC como respuesta a la pandemia, que pusieron de manifiesto el poder total que ejerce el gobierno sobre la actividad comercial y, por ende, el bienestar del ciudadano; un gobierno meramente ejecutor de los impulsos y avatares de Xi, el líder supremo, cuya política está abiertamente motivada por consideraciones ideológicas. Las empresas y los consumidores ven que ya no se aguanta el acuerdo tácito de “no politics, no problem“.
Así, se deshace el contrato social fundante de la legitimidad del PCC desde la época de Deng Xiaoping -quien famosamente amoldó, en aras del desarrollo, los valores tradicionales comunistas declarando que “hacerse rico es glorioso”-: un horizonte de bonanza económica a cambio de fuertes limitaciones de las libertades. Ahora, las promesas de prosperidad se ven reemplazadas por “seguridad” y “prosperidad común”; Xi justifica el lento crecimiento con la priorización del “desarrollo de alta calidad”. Y aunque el Fondo Monetario Internacional ha revisado al alza las previsiones de aumento del PIB chino para 2023 (del 5% al 5,4%), sigue lejos de la media del 9% desde 1989. En el estancamiento se percibe que el gobierno no está cumpliendo con su parte del acuerdo. Y se despliega como sombra insidiosa sobre el mandato del presidente.
Estamos en una especie de “tierra de nadie” geopolítica; necesitamos a una China comprometida en actuar en el escenario mundial. En ese sentido, el reciente acercamiento -tanto de Washington como de Bruselas- al Imperio del Medio es buena noticia: Biden y Xi se reunirán -por primera vez en un año- al margen del encuentro del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico en San Francisco la semana que viene. En paralelo, este lunes, la presidenta de la Comisión Europea ha anunciado que la anticipada Cumbre UE-China en Pekín -la primera presencial en cuatro años- tendrá lugar el próximo mes, copresidida por el presidente o primer ministro chino (y asistida por el presidente del Consejo).
Frente a China entre bambalinas, la dirección la debería marcar el discurso de Ursula von der Leyen ante la Conferencia de Embajadores de la UE el lunes. “We must get China right” (“Tenemos que acertar con China”); necesitamos enfocar a Pekín con “estabilidad estratégica”; ser claros sobre sus objetivos -un cambio profundo del orden internacional- y sus implicaciones para nuestra relación, pero también entender que nuestra rivalidad debe ser “constructiva, no hostil”. Hemos recordado la sentencia de Xi ante Putin proclamando su monopolio en la mutación del mundo. El interés de Europa está en irrumpir en ese desafío.