NotMid 04/01/2025
OPINIÓN
ANA PALACIO
La buena novela policiaca es bastante más que suspense. Se aprende de costumbres, de ciudades, de atmósferas particulares. Un noir bien trabado es lente privilegiado para observar evoluciones y tensiones en comunidades diversas; en definitiva, la vida misma. En 2025, mucho nos va a tocar hablar de China; por ello, resulta pertinente hacer hueco en la meta navideña de Reyes -con motivo de solaz propio o regalo de última hora- a estas lecturas extraordinariamente didácticas sobre un ángulo muerto de nuestra educación Occidental.
Además de calidad de factura y solidez de los personajes, el atractivo de la docena de ficciones de Qiu Xiaolong -originalmente en inglés y casi todas traducidas por Tusquets-, protagonizadas por el Inspector Chen Cao (que recomiendo leer en orden cronológico) emana, en no poca medida, del contexto. Con justicia podríamos describirlas como relato de las contradicciones entre tradición y modernidad, comunismo y mercado, autoritarismo e incipiente globalización, la experiencia desencadenada por Deng Xiaoping; una visión crítica a la par que nostálgica de la metamorfosis de Shanghái, sus barrios y sus habitantes.
Si las correrías de Chen Cao están ancladas en el tránsito de los siglos vividos, recientes narraciones –The Shadow of the Empire de 2022, y The Conspiracies of the Empire de 2024 (no me consta ninguna versión española)- ambientadas en la dinastía Tang (618-907 d.C.), entran en resonancia con lo que acontece hoy de manera incomprensible fuera del Imperio del Medio, perfectamente armónica en su seno. En juego de espejos acorde con la complejidad cultural en la que se inscriben, ambas se argumentan como pastiches del sinólogo holandés Robert van Gulik quien, a su vez, aparentemente se inspiró de unos viejos legajos anónimos encontrados en una librería de lance, constante la Segunda Guerra Mundial. (Con el descubrimiento de Van Gulik en plena bulimia lectora adolescente, sucumbí a la fascinación de “Tianxia”, gracias al Jardín del Edén que en las estrechuras y grisalla franquista de la época era la biblioteca del Institut Français; entonces un pequeño pabellón incrustado entre los dos enormes edificios que ocupaba el Liceo Francés en la calle Marqués de la Ensenada).
Las aventuras del Supervisor Imperial ideadas por el diplomático de Países Bajos tuvieron mucho éxito en la Europa de los sesenta. Se encuentra alguna en español, si bien yo las devoré, como queda reseñado, en livre de poche que las editó todas en aquel papel rugoso de pasta mecánica y con tipografía solo apta para ojos jóvenes. Pero lo que resulta más curioso es que han sido traducidas al mandarín y republicadas varias veces, siendo objeto incluso de series de televisión. Su popularidad si acaso ha aumentado en la última década con el mayor interés en el confucianismo sancionado por el Estado.
Qiu conserva al protagonista de las aventuras de su modelo, Judge Dee, y repica la intriga principal en torno a la poeta y cortesana Xuanji recurrente en los libros más populares de Van Gulik. Los asiduos de la serie de Chen Cao pudieron apreciar, en una de las más logradas entregas, cómo -rizando el rizo- la trama lleva al policía a simular estar enfrascado en una investigación erudita en torno a la admirada figura del Seiscientos, para encubrir sus pesquisas sobre los manejos ilegales de dirigentes del Partido. El desarrollo del enredo incluye varias alusiones a esta genealogía: en uno de los diálogos, alguien recuerda, “Acabo de terminar de leer Poets and Murders de Van Gulik. Es una novela del Judge Dee basada en un caso ocurrido de asesinato durante la dinastía Tang, en el que la conocida poetisa Xuanji fue acusada de matar a su doncella en un arrebato de celos.”
La obra de Qiu Xiaolong está trascendentalmente entrelazada con su andadura vital. Nacido en Shanghái en 1953, creció durante el turbulento periodo de la Revolución Cultural, cataclismo que marcó a su generación (la del presidente Xi Jinping, por cierto). Su instrucción inicial en poesía
clásica china es bagaje que aflora a lo largo de su carrera, en toda su creación; ésta se consideraba una habilidad esencial en la formación del Junzi (el “caballero ilustrado”); y va de suyo que tanto Judge Dee como el Inspector Chen la practican. Los poemas, frecuentemente citados, pespuntean su prosa; no son meros elementos decorativos sino ruptura de ritmo, llamada de atención, presencia permanente de las raíces que dan sentido tanto al paso del tiempo como a la actualidad misma: Chen Cao utiliza este recurso para explicar los desafíos de todo tipo que confronta.
En la década de los 80, Qiu comenzó a traducir del inglés a su lengua materna y maduró un acendrado interés académico por el verso anglosajón. Estudiante en Estados Unidos cuando la matanza de Tiananmen, decide mantener allí su residencia. Autor trasterrado pues, explora en un eficaz trenzado narrativo las tensiones que rezuman la política y la propaganda del Partido Comunista Chino: ¿Cómo progresar sin arrollar la tradición que, tras el extravío de Mao, vuelve a considerarse? ¿Cómo abrazar el capitalismo sin abandonar el socialismo? Ofrece, asimismo, claves importantes para entender el choque de ideales fundantes -la honestidad o el deber confuciano- con las realidades de un sistema convulsionado.
Pero que nadie busque en los escritos de Qiu una causa general contra el régimen de Pekín. Chen Cao forma parte del Orden oficial, en el que va escalando del rango más bajo de Inspector a Jefe de la Sección de Crímenes de la Dirección de Shanghái, Comisario, Inspector Superior, hasta ser promovido a la Comisión de Inspección y Supervisión (posición que le aleja del trabajo de campo, pero que él emplea hábilmente para denunciar desde dentro la corrupción de poderosos miembros del Partido Comunista). El gancho de Qiu Xiaolong reside precisamente en sus juicios integrales, expuestos sin complacencia pero sin regocijo deletéreo.
El Shanghái o la corte imperial de la dinastía Tang de estas peripecias no son únicamente escenarios. La ciudad, con su mezcla de modernidad e historia, simboliza la ambición y las discordancias de los 90. Desde los cafés Occidentales y los rascacielos del Pudong hasta los callejones antiguos y las casas comunales, la metrópoli es reflejo y parábola de un país que trata de definirse en la pugna de fuerzas contradictorias. A través de la mirada de Chen, el lector entiende cómo la construcción del bienestar no se limita simplemente al proceso económico, sino que entraña variaciones determinantes en las relaciones humanas, las aspiraciones individuales y la memoria colectiva. En paralelo, las peripecias de Judge Dee revelan que la modernización, siempre conlleva costes: la pérdida de referentes consuetudinarios, el aumento de la desigualdad y el surgimiento de nuevas modalidades de opresión. Estas lecciones son especialmente relevantes para la China que lidia con los retos de su meteórico retorno a la primacía global.