La pseudofilosofía de la historia de Putin y la brutalidad de sus soldados son dos caras de una misma moneda
NotMid 10/04/2022
OPINIÓN
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA
Aunque parezca contradictorio, cada día que se añade al calendario de la invasión rusa de Ucrania, la guerra se entiende con mayor nitidez. Es lógico que la gente de bien tenga dificultades para comprender las razones de la destrucción de un país europeo de 44 millones de habitantes cuyo único delito parece ser aspirar a vivir en libertad. Pareciera que las imágenes de los bombardeos indiscriminados de áreas residenciales como Irpin o de la maternidad en Mariúpol hubieran colmado nuestra capacidad del horror. Pero con la retirada de los alrededores de Kiev hemos añadido el conocimiento sobre lo que ocurría en los territorios ocupados por el ejército ruso: asesinatos indiscriminados, torturas, fosas comunes y un nivel de pillaje, brutalidad y saqueo inaudito.
Es lógico sentirse horrorizado. Pero cuidado: el horror moral no puede paralizar nuestra capacidad de comprensión y, sobre todo, de acción. El totalitarismo es así: en un extremo tienes a un Vladimir Putin disertando sobre los valores de la Rusia eterna en un extenso artículo de 6.000 palabras y al otro tienes un sádico de uniforme que por la mañana asesina a sangre fría a una familia de civiles y por la tarda carga un camión con lavadoras robadas para llevárselas de vuelta a la madre patria. No hay contradicción: la pseudofilosofía de la historia de Putin y la brutalidad de sus soldados son dos caras de una misma moneda vinculadas por una idea común: el castigo colectivo.
Esa idea es recurrente en el totalitarismo: lo fue para los nazis, que la aplicaron en el este de Europa, pero también para el comunismo soviético, que castigó a pueblos enteros por resistirse a los designios que emanaban de su superior ideología. En el caso de Ucrania, ese castigo colectivo ya fue impuesto en los años 30 mediante una hambruna genocida. Ahora se repite. La retórica rusa sobre la desnazificación sirve para legitimar ese castigo colectivo, que el ejército soviético ya impuso a la población alemana, y así borrar la distinción entre combatientes y civiles.
Humillado por su derrota en el norte, Putin ha decidido proyectar toda su fuerza en el sureste con una retaguardia a salvo de rupturas logísticas. Su objetivo es agotar y asfixiar a Ucrania hasta someterla por completo, sin límite en el nivel de brutalidad, como es típico de Putin con sus oponentes. La guerra va a ser tan larga como terrible. Asegurarnos de que Putin fracase es imprescindible. Armas, armas y armas, ha dicho Josep Borrell.
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