La monarquía británica, entre otros muchos retos, se enfrenta hoy precisamente al desafío de seguir siendo una institución medular útil
NotMid 10/09/2022
EDITORIAL
No le faltó emoción al primer discurso que Carlos III dirigió ayer a la nación como nuevo rey, oportunidad que aprovechó para sumarse al mismo sentimiento de auténtica gratitud que, como se está viendo en las últimas horas, siente gran parte del pueblo británico por quien ha sido su ejemplar monarca, Isabel II, durante siete décadas. El nuevo soberano quiso dejar claro desde el primer momento su compromiso para servir con lealtad y dedicación hasta el fin de sus días a los ciudadanos del Reino Unido y de las demás naciones sobre las que mantiene la jefatura del Estado. Sus palabras parafrasearon con certera intencionalidad el juramento que la reina Isabel pronunció el día de su coronación, en 1953, cuando consagró toda su vida “ya sea larga o corta” al servicio de “nuestra gran familia imperial”.
No cabe desdeñar la carga de este mensaje. Porque la monarquía británica, entre otros muchos retos, se enfrenta hoy precisamente al desafío de seguir siendo una institución medular útil para mantener de alguna forma unidos a tantos pueblos y tan distintos, como subrayó el mismo Carlos, en un momento de reconfiguración del agitado tablero global. Sin ir más lejos, el rey asume el trono cuando el mismo Reino Unido se encuentra más desunido de lo que lo había estado nunca, con renovadas demandas disgregadoras por parte sobre todo del nacionalismo escocés, todo ello como consecuencia fundamentalmente de un error histórico guiado por el populismo del calibre del Brexit. Tampoco le será fácil al rey frenar los movimientos que abogan por romper lazos con la Corona en varios de los 15 países de la Commonwealth que mantienen la monarquía como forma política, en especial las naciones caribeñas en las que hoy sus dirigentes han apostado por un revisionismo que persigue romper todas las amarras con Londres.
De algún modo afrontó esto también al establecer paralelismos pero sobre todo las enormes diferencias entre el tiempo en el que comenzó a reinar su madre, marcado por las privaciones de la posguerra, y el actual, plagado igualmente de incertidumbres pero del que quiso destacar valores como el multiculturalismo o el pluralismo religioso. Y como inequívoca respuesta a cuantos han puesto tantas veces en duda la capacidad para ejercer las funciones como rey de quien será hoy formalmente proclamado a los 73 años por su no siempre ortodoxo papel como heredero, no solo subrayó la defensa de los principios constitucionales de todos sus reinos, sino que hizo hincapié en las responsabilidades tan distintas que afronta. En Buckingham urgía disipar cualquier duda sobre el corsé exquisitamente neutral exigible a todo monarca parlamentario.
No desdeñó tampoco oportunidad tan solemne para abordar el “momento de cambio” por el que atraviesa su familia, sumando al reconocimiento a su esposa, Camila, o a su sucesor, Guillermo, un mensaje de “amor” por su hijo Harry y su nuera Meghan Markle como oportuno gesto de acercamiento a quienes tanto podrían ayudar a la Corona con el deshielo de su relación con la familia real.