NotMid 06/05/2023
OPINIÓN
JAIME PEÑAFIEL
Después de haber sido testigo directo exactamente de once coronaciones, (Margarita de Dinamarca, Carlos Gustavo de Suecia, Juan Carlos de España, Harald de Noruega, Alberto de Bélgica, Alberto de Mónaco, Beatriz de los Países Bajos y más tarde su hijo Guillermo y Enrique de Luxemburgo) aunque coronados como tales sólo dos (Reza Pahlevi de Irán y Bokassa de Centro África), nunca creí que volvería a ser testigo televisivo de la más espectacular coronación que el mundo entero ha podido contemplar desde hace… ¡70 años! cuando lo fue Isabel II.
Con una serie de diferencias espectaculares: por primera vez la esposa del nuevo rey, Camila, ha sido coronada por deseo y decisión de la reina fallecida. Asimismo es la primera vez que una divorciada se convierte no en reina consorte como Letizia sino en soberana titular. Y sucedió en presencia no solo de los dos hijos habidos en el anterior matrimonio de Camila, Tom y Laura, sino también la del ex marido de la nueva reina, Andrew Parker Bowles.
El solemnísimo acto de coronación de Carlos III ha sido tan espectacular que puede considerarse como la cuadratura del círculo de los simbolismos de la realeza: corona, cetro, globo terráqueo, manto real… El momento más secreto, crucial y, curiosamente, emotivo fue no el de coronación propiamente dicha, sino el de la unción, realizado en la mayor intimidad. Para que así lo fuera, se prepararon cuatro paneles que rodearon al histórico trono impidiendo la visión de tal momento, después de haber despojado al rey de su manto y túnica para dejarlo tan solo en pantalón y camisa, como pudo verse. Y esa trascendental ceremonia en la que el arzobispo de Canterbury le ungía con El Oleo, el aceite proveniente del Monte de los Olivos en Jerusalén, quedará en la memoria de Carlos como el acto más íntimo de su vida como Jefe de la Iglesia Anglicana.
Al oír al coro interpretando música ortodoxa griega, elegido por el rey Carlos en homenaje a su padre, Felipe, nacido griego, me acordé de Guillermo, el rey de los Países Bajos, cuando el día de su boda con Máxima y durante la ceremonia en la catedral se dejó oír un bandoneón interpretando un tango de Piazzolla, elegido por él, que hizo llorar a Máxima acordándose de sus padres ausentes.
A diferencia de las coronaciones de Sha de Irán pero, sobre todo de Bokassa de Centro África en la que se quiso imitar a la de Napoleón tomando como modelo el cuadro de David que se conserva en el Museo del Louvre, la de Carlos III se ha desarrollado dentro de un rígido protocolo con un gran respeto a la tradición. Camila no tuvo que arrodillarse ante el nuevo rey para ser coronada cual Josefina. Fue el arzobispo de Canterbury quien le colocó la corona de la reina María de Teck, bisabuela de Carlos.
Para la coronación de Carlos y Camila se utilizaron dos suntuosas carrozas. Una, la Diamond Jubilee, tirada por seis caballos tordos, construida para conmemorar el 6O aniversario de Isabel II y utilizada por vez primera para la apertura del Parlamento el 4 de junio de 2014. La Carroza de Oro que data de 1760 se vio por última vez en el Jubileo de Platino de Isabel II, en junio de 2022. La primera, en 1762 para que Jorge III asistiera a la apertura del Parlamento. No es de oro, sino en madera cubierta de pan de oro.
Un malicioso recuerdo, a propósito del saludo de su madre, la reina Isabel desde el interior del Rolls, que su hija Ana desveló, “aclarando” que la mano que saludaba no era la de la reina, sino una de madera accionada desde el interior. Me pregunto ¿saludarán alguna vez los nuevos reyes con este sistema?
Muy importante e intencionadas fueron las palabras del arzobispo antes de proceder a coronar a los Reyes. “Se os corona no para serviros sino para servir. Se corona a un rey para el servicio de todos”.
Había gran curiosidad por la presencia de Harry, el polémico hijo del rey, en la ceremonia. Cierto es que llegó junto a toda la familia aunque en ningún momento se les vio comunicación alguna. Tampoco con Andrés, el hermano. Dos moscas cojoneras de la familia real a quienes, por supuesto, no se les permitió aparecer en la balconada del palacio de Buckingham, en la que junto al rey estaban su hermana Ana con su marido, Eduardo con mujer e hijos, los príncipes de Gales y sus tres pequeños, los duques de Kent así como las damas de honor de Camilla (su hermana Annabel y su amiga de toda la vida, Fionna) y los nietos de la nueva reina.
Si durante el funeral de la reina Isabel, el protocolo le jugó una incómoda situación a Letizia colocándola hombro con hombro con su suegro, el Rey Juan Carlos (sí, el rey), en esta ocasión, mucho peor: nada menos que con el impresentable rey de Tailandia, tristemente famoso por los escándalos de su vida pública y privada, hasta el extremo de presentarse con seis concubinas en un hotel de Alemania cuando por el Covid nadie podía moverse de sus respectivos países.
Me ha parecido triste y una humillación gratuita la ausencia de la Reina Sofía. ¿Quizá para que no fuera más notoria la ausencia de don Juan Carlos? Puede.