Las leyes se han convertido en manifiestos, las instituciones son factorías de víctimas, los políticos delegan sus funciones en el Tribunal Constitucional… “Triunfa la política parvularia”, denuncia el catedrático Pablo de Lora en su nuevo libro, ‘Los derechos en broma’
NotMid 26/09/2023
Estilo de vida
Lo llamaremos niñocracia: el gobierno de los adultos tratados como niños, en cámaras legislativas travestidas de circos (o incluso de parques de bolas).
A saber: el Estado de Bolivia se funda «con la fortaleza de la Pacha Mama». Al Parlamento de Chile van dos diputados vestidos de Pikachu. Andalucía tiene una «personalidad» basada en «valores universales, nunca excluyentes» y su «toque de campana» -egregio «patrimonio inmaterial»- estuvo a punto de fenecer «por la falta de sensibilización hacia un fenómeno que tiene más significados que la simple llamada a misa». La paella valenciana -¡la paella valenciana!- representa «el arte de unir y compartir». Qué decir de la declaración de luto por los muertos del Covid, que proclama, sin venir a cuento: «El cuidado en las decisiones públicas es la apuesta más fecunda por el futuro».
La norma que organiza municipalmente Albacete, que data de 2005, empieza así: «Éramos unos cuantos en la aldea, nos apañábamos con lo puesto, teníamos un buen pastizal para animales. Y en esto vienen los franceses y hasta Espartero, con un par, ya saben, el del caballo…».
Pero también lo serio. La exhumación de Franco del Valle de los Caídos se dispone legalmente «por razones de extraordinaria y urgente necesidad»… 43 años después de la muerte del dictador.
El sistema de elección de los miembros del Constitucional se modifica aprovechando una reforma del Código Penal… destinada a exonerar a los líderes del Procés catalán, tramitado todo el gazpacho como «una exigencia de adaptación al derecho europeo», y -de remate- de urgencia.
Niñocracia, sí, pero sólo a sorbitos: el Gobierno de Pedro Sánchez crea en 2021 una especie de Consejo de Ministros infantojuvenil, el Consejo Estatal de Participación de la Infancia y la Adolescencia, que iba a reunirse cada seis meses y del que iban a salir, se supone, las greta thunberg españolas que nos iban a cantar las cuarenta. Se reunió una vez… y nunca más se supo. Estamos en 2023.
«Es pervertir constantemente la ley, usarla de forma partidista, y alimentar un exhibicionismo moral interesado y pernicioso», dice Pablo de Lora: «El legislador, que según John Locke es el alma que da forma, vida y unidad a la comunidad política, se encuentra en estado terminal»
De Lora, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, analiza y perfila ahora ese uso «hipermoralista e infantilizador» de la política y la legislación en el ensayo Los derechos en broma(Deusto), que levanta acta de las horas bajas del concepto de ley en pleno «momento populista», del cual él cree -o tal vez sea más bien un deseo- que «podríamos estar en los estertores, pero nunca se sabe».
De Lora detecta, además de la conversión de las leyes «en manifiestos» desde sus propia exposiciones de motivos, otras tres perversiones jurídicas. Las enumeramos:
1. «La de los Derechos Humanos, según la cual todo es un derecho humano: cualquier cosa que yo quiera reivindicar es un derecho humano y, si cualquier derecho lo es, los verdaderos derechos humanos no existen y mis fronteras morales son algo completamente insalvable».
2. «La sobreconstitucionalización: el dar por hecho que todo conflicto va a acabar siempre en el Tribunal Constitucional, y que entonces no hace falta la política para nada. ‘¿La amnistía a los del Procés? Nada, eso va a acabar en el Constitucional, para qué vamos a discutir’. Es la dimisión de la política».
Y 3: «La creación institucional de víctimas. La ley como factoría de víctimas y la construcción por parte de la política del agravio y del ciudadano agraviado. Por ejemplo en la violencia de género, con mujeres a las que se les avisa de que son víctimas aunque ellas no lo sabían». Con una derivada: «Luego el poder viene a satisfacer esa demanda creada, esa víctima performada, con el Estado consolador, el Estado de los cuidados y lo que yo denomino la burocracia del consuelo».
Todo ello conforma, para De Lora, el «Estado parvulario», el perfecto ágora para el «momento populista» y su democracia de gestitos, dilemas fútiles y guerras culturales que no mueven ruedas de molino, pero mantienen el volumen de la discusión en máximos para determinar vencedores morales y no políticos.
«La degradación de la ley se corresponde con la degradación del Parlamento», explica De Lora, «pero no sólo en España: en Chile, un diputado se sube a la tribuna y canta una canción a la guitarra. Es el abandono de la política para adultos y el triunfo de la política parvularia. El Parlamento ya no es el lugar donde se discute nada, sólo hay expresividad y artificio, y si acaso lo que allí logra el ciudadano es ser reconfortado, porque previamente se le ha convertido en víctima de algo».
El Congreso, en fin, como circo en el que el mono es precisamente el ausente, el ciudadano, y la legislación un sucedáneo que De Lora denomina «leyes santimonia»: normas «sin contenido prescriptivo real» pero trufadas de «proclamas ideológicas», «buenos propósitos» y «descripciones sumarias y muchas veces falseadas».
Normas que, dice el filósofo, más que establecer o disponer «rezan», porque ese es su objetivo: religiosizar la política y sustituir los credos tradicionales por los nuevos, los ideológicos.
«Es que estas ideologías hoy son religiones», interviene Pablo Malo, psiquiatra y otro de los teóricos españoles de la hipermoralidad triunfal hoy con el libro Los peligros de la moralidad (Deusto, 2021): «Si ves a quien opina distinto a ti como un demonio el debate es imposible. Si se te ocurre matizar el cambio climático o la legislación trans, es porque eres negacionista o tránsfobo: no se puede hablar contigo. Esa superioridad moral, que hoy impulsa la izquierda, hace desaparecer al otro, y el punto de apoyo es el concepto de religión, los recursos religiosos. La ideología es hoy en realidad una religión de sustitución, no hemos encontrado otros valores para sustituir los de los credos tradicionales y nos los da la ideología».
Malo recurre al adagio según el cual «un individuo puede vivir sin religión, pero un grupo no», y pone un ejemplo de ese tránsito lógico que propone el victimismo: la inversión de la carga de la prueba, por así decir, que en el País Vasco supuso el Franquismo. «Los nacionalistas fueron muy inteligentes en un silogismo: como Franco les oprimió, si tú les oprimes eres Franco. Si no les das la razón en todo, eres Franco. Contra eso no se puede luchar».
«Sí, las religiones de sustitución», acoge De Lora. «Es que fuera del grupo hace mucho frío, y cuando has matado a los dioses, ¿qué te queda? Y hay mucho de religioso y de sus esquemas de autoridad, por ejemplo en lo racial. O en el feminismo, como estamos viendo hoy…».
¿Cuál es la génesis del fenómeno hipermoralizante para De Lora? «Bueno, yo no soy sociólogo, pero haciendo un poco de sociología folk… Paradójicamente quizás el origen de todo se encuentra en el éxito de la izquierda y la socialdemocracia del siglo pasado, que nos consiguió proveer de educación y sanidad universales, y luego buscó nuevas banderas revolucionarias. Y las halló en la identidad, las guerras culturales, estas cosas. Y aquí llega parte de la degradación: la ley ya no regula conductas, es estrictamente un instrumento para el manifiesto y para el exhibicionismo moral».
Lo que realmente le preocupa a Pablo de Lora -«y esto no es ninguna broma»- es que «esta hipermoralización, que en realidad es un arma, supone una traición al Estado liberal, porque significa que el poder público ha abandonado su neutralidad, toma partido en los debates sociales, y esto es muy pernicioso. Yo por ejemplo he defendido que las corridas de toros deberían ser prohibidas, pero con la ley y la Constitución en la mano sé que eso es imposible. Así, las normas me pueden parecer inmorales por el mero hecho de permitir esto, pero debo aceptarlas. Lo mismo le puede pasar a otros con el aborto. El pluralismo nos permite convivir, pero ha desaparecido de eso que pomposamente llamamos conversación pública. Ya no existe».
¿Cuándo oyó el lector hablar por última vez de pluralismo sin que la palabra fuera un arma arrojadiza?
«El derecho siempre perfila conceptos y visiones morales, pero no se puede confundir derecho y moral, es muy peligroso», dice De Lora, y subraya Félix Ovejero, profesor de la Universidad de Barcelona: «Hay una falacia formal que sustenta esa superioridad moral de la izquierda, y es la que suplanta el debate de ideas con el trato que tenemos con las propias ideas. Si asumimos que el interlocutor no tiene un trato honesto con las ideas, porque es hombre, o porque es rico, o porque es lo que sea pero nos miente, no nos va a ser posible debatir con él. Así que queda descalificado automáticamente. Y luego, por otro lado, hay una desvalorización absoluta del concepto de tolerancia. Ya no toleramos nada con lo que no estemos de acuerdo. Y la tolerancia no es un valor: es un metavalor que permite que existan otros valores. Es una condición previa para los otros valores».
A De Lora lo que le revienta es la traslación «del Estado democrático de Derecho en Estado dramático de Derecho, porque incumple su promesa de proveernos de cosas que nos permitan florecer como individuos», y porque «me preocupa por lo que tiene de traición e infantilización: es una dramatización que socava gravemente el Estado liberal».
Le planteamos finalmente, haciendo un poco de sociología de baratillo, si esta infantilización de la política no estará coincidiendo con la llegada de nuevos públicos al ágora, y con la consiguiente rebaja de estándares para hacerle al neófito el circo más entretenido, «y de paso colarles tu mercancía trucha, ¿no?», completa él.
«Bueno, en realidad cada generación siente que debe inaugurar el mundo y que está en su derecho de hacerlo. Pero en realidad todo este panorama de infantilización y dramatización ha sido exacerbado por eso que apareció hace algo más de 10 años y que se dio en llamar ‘nueva política’. En realidad, nunca se ha maltratado más a los jóvenes que hoy, y se les maltrata por puro rédito electoral. El poder político, con esta política de parvulario, lo que está haciendo en realidad es abandonarles. Les está diciendo: ‘Por un lado os mimo con chucherías como si fuerais niños, pero de quien me voy a ocupar de verdad… es de vuestros abuelos‘»
Agencias