Una crisis con Argelia nos deja en una situación de debilidad máxima dado que de este país nos llega el 40% del suministro del gas
NotMid 21/03/2022
OPINIÓN
Se atribuye a Lincoln la célebre máxima de que «no se puede engañar a todos todo el tiempo». Pero parece que Pedro Sánchez creía que él sí iba a ser capaz de hacerlo con un asunto tan sensible como el del Sáhara. No es así, y a los españoles nos puede salir muy cara su irresponsabilidad por las consecuencias que enfrentamos de aquellos que se sienten engañados. En concreto, Argelia, tras llamar a consultas a su embajador en Madrid -un gesto más que preocupante en términos diplomáticos-, desmintió ayer a Moncloa y sin disimular su profundo malestar quiso dejar claro que nunca fue informado de antemano del volantazo sanchista sobre el Sáhara Occidental.
Las relaciones bilaterales con Argel quedan ahora seriamente dañadas. Y estamos hablando de un país que, al igual que Marruecos, se considera un socio estratégico imprescindible para nuestro país. Por muchas razones, como el control de los flujos de inmigración irregular o la lucha contra el terrorismo islamista. Pero, en el actual contexto de crisis energética, sobre todo porque un enfrentamiento nos deja en una situación de debilidad máxima dado que de este país nos llega el 40% del suministro del gas. Y, aun sin saber cómo va a evolucionar el choque político generado por la temeridad de Sánchez y su falta de oportunidad y de capacidad para medir los tiempos, lo previsible es que Argelia no va a desaprovechar una coyuntura en la que tiene la sartén por el mango. De entrada porque el conflicto se produce en plena revisión de tarifas para este trienio y, como hoy publicamos, la empresa estatal de hidrocarburos argelina pretende aumentarnos todavía más los precios.
El Gobierno ha demostrado en este asunto una pasmosa debilidad que compromete la imagen de nuestro país en el exterior. Sánchez no ha hecho otra cosa más que plegarse al chantaje y a todas y cada una de las exigencias del autoritario rey de Marruecos. El mismo regreso de su embajadora ayer a Madrid tiene tintes de humillación inadmisibles. Recordemos que su salida se produjo por la chusca acogida del líder del Frente Polisario, aquejado de covid. Rabat ha hecho pagar muy caro ese episodio; incluso se cobró la cabeza de la ministra de Exteriores española, González Laya. Y, sin embargo, Moncloa no ha sido capaz de negociar ni un recambio de la embajadora alauí, quien vuelve a pesar de haber proferido intolerables amenazas contra España. Así se nos trata con el sanchismo.
ElMundo