La despedida del ex ‘premier’ Li Keqiang fue sencilla en un cementerio público de Pekín
NotMid 09/11/2023
ASIA
Qué. El Gobierno chino evita por todos los medios manifestaciones en las calles para que no sea visible ningún símbolo de queja de los ciudadanos y de que no haya altercados.
Cuándo. La muerte a finales de octubre del relevante ex primer ministro Li Keqiang hizo sonar las alarmas y rápido entraron en acción los censores para controlar que los homenajes públicos a esta figura no derivaran en masivas protestas sociales.
En China hay pavor a las concentraciones públicas. Imágenes como las de estos días frente a la sede del PSOE en Ferraz son imposibles de ver en el gigante asiático. La hipersensibilidad política, sobre todo de los líderes provinciales, siempre asustados por la bofetada que les dará Pekín si salta algún conato de protesta en sus dominios, hace que una manifestación, por muy pequeña que sea, se interprete, ley en mano, como un intento de subvertir el poder estatal. Ya sea por una aglomeración para pedir más pan o para honrar la memoria de alguna querida personalidad que ha fallecido, las autoridades locales entran en pánico por cualquier rugido de la calle que pueda alterar la estabilidad lograda.
Cuando a finales de octubre se conoció la muerte del ex primer ministro Li Keqiang, la segunda figura política más relevante de China en la última década, hubo revuelo en muchas oficinas del Gobierno, que rápido desplegaron a su ejército de censores -tanto en el restringido ciberespacio como a pie de calle- para controlar que los homenajes públicos no acabaran en masivas protestas sociales.
Hay varios ejemplos en el pasado que sustentan la preocupación de las autoridades. Tras la muerte de dos destacados políticos del Partido Comunista, el ex primer ministro Zhou Enlai (1976) y Hu Yaobang (1989), ex secretario general, las avalanchas de duelo se transformaron en grandes manifestaciones en las que salieron algunos problemas de un país que arrastraba muchos traumas de la turbulenta etapa con Mao Zedong al frente y también complejos de inferioridad ante potencias occidentales y vecinos orientales.
Tras la muerte de Li, en un momento en el que el país asiático tiene varias grietas abiertas en su economía, y con mucha gente que no se ha recuperado de los tres largos años de bloqueos bajo el yugo del Covid cero, había que evitar que se encendiera cualquier mecha de rebeldía. Este mes, además, se cumple un año desde que miles de jóvenes salieran a protestar por varias regiones para pedir el fin de las restricciones de la pandemia. Fue la mayor movilización ciudadana en décadas.
En Hefei, la ciudad natal del difunto primer ministro, hubo un silencioso homenaje en la calle, con cientos de vecinos depositando flores enfrente de la casa donde el político pasó su infancia. Los toques de atención sobre todo llegaron a los medios estatales, con instrucciones de que controlaran los “comentarios demasiado efusivos” sobre la muerte de Li.
En algunos campus universitarios, desde los comités que forman las juventudes del Partido Comunista dentro de estos centros, se difundieron varios avisos pidiendo a los estudiantes que evitaran los homenajes públicos. En redes sociales, el tijeretazo censor cumplió su función cuando algunas conversaciones sobre Li viraban hacia las reformas de liberalización económica que este político, quien llegó a ser el rival de Xi Jinping en las quinielas de 2012 para dirigir a la potencia asiática, defendió en algunos momentos de su carrera.
Hace justo una semana, en un cementerio público de Pekín, se celebró el funeral de Li. Las banderas de los edificios gubernamentales de todo el país ondearon a media asta. En la capital había más policía de lo habitual y algunas calles estaban cortadas. Fue una despedida sencilla, con los líderes del poderoso Politburó presentes, pero sin aspavientos. Como le gusta a un régimen que trata a su pueblo como a niños pequeños.
Agencias