Ya casi no hay combates entre soldados. En el momento más sangriento de la invasión una tecnología barata y accesible llena los hospitales de tullidos y los cementerios de muertos.
NotMid 23/02/2025
MUNDO
Anatoli, el único habitante de una aldea cercana a Pokrovsk de la que no queda ni el nombre, no es nuestro amigo pero nos ofrece un vaso de vodka. Quiere liquidar cuanto antes las botellas que le quedan para no dejar ningún botín al enemigo. Así no beberá solo. El aliento venenoso de la guerra está muy cerca y puede llegar en unas semanas. «Estoy preparando una sopa con toda la carne que me quedaba», dice con una sonrisa a la que le faltan varios dientes: «Será la mejor que he probado en mi vida».
Dejamos a Anatoli con su vodka y recorremos la carretera en dirección inversa, hacia el frente. Lo hacemos sin GPS, sólo guiados por nuestro contacto. Las ondas de guerra electrónica para despistar a los drones confunden todos los elementos de geolocalización y debemos viajar a la antigua, con un mapa y preguntando a los militares en los checkpoints. Encontramos al fin una casa aparentemente vacía, la única que sigue en pie, con las ventanas cegadas por plásticos negros, donde uno no sabe desde dentro si es de día o de noche. En ella viven un grupo de veinteañeros. En la puerta, un perro de aspecto fiero tiembla de miedo por las explosiones cercanas. Alrededor hay varias vacas muertas por proyectiles de artillería, pero el frío y la nieve suavizan el mal olor.
Si Bill Gates y Paul Allen revolucionaron la informática en un pequeño garaje, acabamos de llegar a uno de los laboratorios de la guerra del futuro. Dentro, la actividad es frenética. Nos encontramos a un comandante apodado Capellán que da las órdenes a dos tipos de perfiles más propios de adolescentes urbanos: el nerd y el gamer. Según el diccionario de la RAE un nerd es una persona estudiosa e inteligente que suele mostrar un carácter abstraído y poco sociable. Volodimir, de 22 años, callado y taciturno, está sentado frente a nosotros, alumbrado por un flexo, y con todo el foco de su atención en un aparato con cuatro brazos terminados en hélices. Con unos cuantos retoques, modifica drones comerciales llegados desde China y los convierte en máquinas de matar.

A nuestro alrededor hay columnas del suelo al techo con este tipo de depredadores aéreos esperando su turno para volar.
– ¿Te gusta hacer este trabajo?
– Es muy mecánico pero me encanta. Además me permite estar más lejos de la primera línea.
– ¿Cuantos puedes montar cada día?
– Decenas, quizá cientos. Aquí dormimos poco. Mientras descanso yo otro trabaja. Esta silla siempre está caliente. No me importa no dormir. Cada dron que monto es un soldado que no tiene que combatir en persona, que puede matar a distancia. Ya dormiré cuando todo esto acabe.
El otro perfil es aún más valioso: el ejemplo es Timofil Orel, de 25 años. Ya ha sido condecorado con la orden de la Cruz Dorada y el título de héroe de Ucrania. Sus oficiales aseguran que él solo ha matado a 434 militares rusos y ha dejado heridos a más de 300, además de haber reventado 42 tanques y otros 60 vehículos militares de todo tipo. Con sus cifras letales, este gamer ha superado a Vasili Záitsev, el francotirador de los Urales que abatió a 242 militares alemanes en la batalla de Stalingrado.

Duermen en una habitación llena de literas que parece el vientre de un submarino. Unos descansan y otros combaten en una rotación estajanovista. Le pedimos a Dmitro, uno de ellos, que nos enseñe sus gafas de combate y los mandos de los ángeles del infierno que lanza contra el enemigo.
– ¿Qué sientes cuando atacas a los rusos con estos drones?
– Lo mismo que un piloto de caza. Acumulamos el mismo estrés y tenemos las mismas pesadillas.
– ¿Qué peligros corréis?
– Tenemos que lanzar nuestros drones desde primera línea para aprovechar toda su autonomía. Por eso nos hemos convertido en un objetivo primordial. Es un duelo a muerte. Nosotros buscamos los escondites de los pilotos de drones enemigos y ellos nos buscan a nosotros. Ya casi no hay combates de humanos contra humanos. Sólo drones contra humanos. Luchamos contra máquinas.

Dmitro, Timofil y otros centenares de miles de jóvenes se educaron en un mundo en el que matar a una persona era el delito más grave que alguien podía cometer. Además, para las personas religiosas, arrebatar una vida es pecado. Ahora chapotean en una distopía en la que se les condecora por matar mucho y los sacerdotes militares los bendicen cada domingo como si fueran armas de Dios.
Capellán asegura que miles de drones vuelan ahora el frente. Unos son kamikaze, y se lanzan contra el enemigo a gran velocidad. Otros son drones espía que vuelan alto, pero su gran ojo puede ver si un soldado se ha afeitado esa mañana. También los hay de bombardeo, que lanzan granadas cada vez más pesadas, otros que esparcen torrentes de termita incandescente como si fueran dragones e incluso hay drones repetidores de señal, que sirven de antena para coordinar a los demás y que sean capaces de operar cada vez más lejos. Hay incluso drones dotados de altavoces para lanzar mensajes desmotivadores para el enemigo, como la lista de los soldados capturados con su nombre y apellidos.
El nuevo invento, introducido por los rusos y copiado por los ucranianos la misma semana de su debut, es el dron con cable, es decir, un aparato capaz de viajar 10, 20 e incluso 30 kilómetros ligado a su origen por un cable tan fino como el hilo de pesca. Estos drones son imposibles de derribar cortando su frecuencia con guerra electrónica. Las antenas inhibidoras que montan los blindados no sirven de nada contra ellos. En los últimos días los campos de batalla han quedado surcados por estos hilos transparentes como si fueran telarañas en vuelo.
El juego de la muerte
Volodimir Zelenski acaba de aprobar medidas para que los menores de 25 años, que no son reclutables aún, se apunten como voluntarios con grandes ventajas económicas y un sueldo muy por encima de la media, además de facilidades para comprarse una casa. Kiev quiere adolescentes con destreza en los mandos de videojuegos. Minimizar las bajas con ataques a distancia es hoy la única forma en la que Ucrania puede aguantar en esta brutal guerra de desgaste, ya que Rusia, con su tamaño y su población, puede seguir poniendo gente en las trincheras. El soldado veterano de trinchera, auténtico perro de la guerra, cada día es menos importante.
La Operación Militar Especial que iba a tomar Kiev en tres días cumple tres años. El año pasado por estas fechas este reportero visitaba las afueras de Avdivka, la ciudad que acababa de caer en manos rusas y comía en Pokrovsk, a 35 kilómetros. Hoy los rusos están a seis kilómetros de esta última ciudad, que ya han destruido por completo a distancia. Ese es el saldo del avance ruso, con una factura de centenares de miles de muertos por ambas partes desde 2022, aunque las cifras reales de la carnicería son el secreto mejor guardado. En total, Rusia ha conquistado un 20% de Ucrania en tres años tras llenar cementerios a ambos lados y sus ciudades de tullidos. Esta será la guerra por la que Putin será recordado, y no para bien.

La sensación actual es una mezcla de conmoción por la traición de Trump y el cansancio de tres años de muerte y destrucción. Tras luchar contra las mentiras de Putin, ahora hay que aguantárselas al que se suponía que era tu mejor aliado. El momento es tan orwelliano que decirle a un ucraniano que la guerra es culpa de Zelenski, como hace Trump, equivale a contarle a un tipo de Washington que el ataque a Pearl Harbor lo inició EEUU.
El autócrata ruso desea cantar victoria para el 9 de mayo, conmemoración del triunfo en la llamada «Gran Guerra Patria», pero la realidad sin propaganda es que no ha logrado ninguno de sus objetivos militares, ni conquistar Kiev, ni poner a un títere al mando, ni acabar con la soberanía de Ucrania. A este ritmo, Rusia sólo podría tomar todo el Donbás cuando Putin ya haya muerto de viejo.
Una hilera de camiones llega a la ciudad cercana al frente (que no desvelaremos) cargados de soldados con el rostro ennegrecido. Por los huecos en sus asientos de madera uno se imagina cuántas bajas se llevó por delante el enemigo. Varias ambulancias nos adelantan con sus sirenas ululantes cargadas de heridos. En el hospital de campaña visitamos a los soldados que llegan del frente. Vemos a algunos llevando collares antipulgas de perro al cuello para evitar parásitos.

Uno de ellos tiene una perforación del pulmón muy severa. Otro llega con un brazo agujereado de metralla, como si tuviera lepra. Otro más, aún consciente, no quiere mirar su propia pierna, anudada con dos torniquetes, porque el pie ha desaparecido y ahora solo queda una pulpa de huesos, carne y cartílagos. Llevan días combatiendo sin ducharse. El hedor se sitúa en algún punto entre el olor de un vivo y el de un muerto. El médico, con unas ojeras permanentes, nos atiende mientras da órdenes a su personal:
– ¿Qué tipo de arma les produce esas heridas?
Señala a la hilera de camas en las que descansan cuatro pacientes heridos en las últimas horas.
– A ese lo hirió un dron. Ese, otro dron. Ese de allí un dron suicida le estalló al lado y al último un dron Lancet que reventó su blindado.
– ¿Este destrozo lo han hecho sólo drones rusos? ¿No hay heridos de bala o artillería?
– Los drones ya son los responsables del 90% de las bajas en ambos ejércitos. Provocan además un gran terror psicológico porque cada vez llegan más lejos y son más poderosos. Si un dron te localiza tienes pocas posibilidades de escapar.
La pesadilla terrestre
Dejamos el hospital y nos encontramos con Alona Bogachuk, sargento del ejército de Ucrania tras 18 años en España, que el lector de este diario conocerá de anteriores visitas. Gracias a una obsesión personal, ha sacado adelante un diseño de dron terrestre con cámara y orugas capaz de trasladar una potente mina anticarro y hacerla explotar en las posiciones enemigas: «Sí, lo hemos usado y ya hemos conquistado varias trincheras. Los rusos no identifican el sonido, porque es silencioso, y cuando quieren darse cuenta el explosivo revienta. Además tenemos otro más grande para sacar heridos de la zona de combate o cargar con una ametralladora accionada a distancia».

El pasado diciembre se produjo un hecho histórico que pasó desapercibido, pero que cambiará las guerras para siempre. El ejército de Ucrania preparó una operación al mílímetro sólo con la participación de drones de todo tipo para tomar una posición en la que los ocupantes rusos estaban bien asentados. Fue en la aldea de Lypsi, al norte de la ciudad de Járkiv. Primero actuaron los drones espía para determinar las posiciones enemigas. Luego otros drones aéreos las bombardearon desde el aire y, tras esto, una decena de drones terrestres, armados con ametralladoras y explosivos y otros con forma de perro armados con lanzallamas, ocuparon una a una las fortificaciones rusas. Cuando las tropas de la Z vieron que estaban siendo atacados por robots, huyeron en pánico.
Bombas zumbadoras
En la capital, Kiev, la situación de falsa normalidad se acaba cuando cae la noche y el inevitable toque de queda. Entonces suenan puntuales las alarmas antiaéreas, se encienden los haces de luz y la madrugada se transforma en una batalla en el cielo. Cada día Rusia manda casi 200 drones Shaheed contra las principales ciudades de Ucrania y, especialmente, contra su red de energía. Pero como a ese juego pueden jugar dos, drones ucranianos bombardean las refinerías rusas, el eslabón vulnerable de la economía rusa.

Como si fueran las V-1 de Hitler sobre Londres en 1940, estos drones zumban en la noche, pasan por encima de los hoteles del centro, de las cúpulas doradas de las iglesias ortodoxas y de la plaza Maidán donde Ucrania dijo basta a la dominación rusa en 2014. La población, acostumbrada al petardeo de su motor y a las ráfagas de la artillería antiaérea, se da la vuelta en la cama y sigue durmiendo con un fatalismo desarmante. «Putin lleva así tres años y aquí seguimos», dice un camarero ucraniano en una pizzería. «Hemos pagado un precio grande pero somos libres».
Ucrania quiere la paz, pero no la paz de Putin. Nadie en Kiev se fía del ruso. El acuerdo Ribbentrop-Molotov va a reditarse: uno quiere las tierras raras y el otro, la tierra conquistada.
Agencias