NotMid 26/03/2025
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Ni Gandhi ni Churchill: eternamente Pedro. Después de semanas esquivando al Parlamento. Después de semanas cavilando maneras imposibles de conciliar a Ursula Von der Leyen con Yolanda Díaz. Después de semanas planificando con cuidado su minuciosa ausencia de plan, el presidente del Gobierno de la cuarta economía de Europa se plantó por fin en la sede de la soberanía, sedicente templo de la palabra. Y una vez allí, subió a la tribuna, saludó… y salió corriendo. Una vez más. El galgo de Paiporta no se resigna al final de su larguísima escapada.
El único líder europeo sostenido por enemigos ideológicos de la OTAN (también lo es Orban, pero Orban goza de mayoría absoluta) tenía dos caminos honorables ante sí: el pacifismo naíf o el europeísmo en armas. Finalmente su congénito deshonor lo condujo a la tercera vía: el eufemismo. Un presidente pacifista de izquierda que se opusiera en conciencia a incrementar el gasto militar de su país para comprar armas que indudablemente servirán para matar solo puede dimitir o convocar otro referéndum para salirse de la OTAN, en sintonía con sus socios de legislatura. Sería un gesto anacrónico, pero honesto. Un presidente que comprende la encrucijada histórica del proyecto europeo y asume el adagio latino de la paz a través de la guerra se aplica a la tarea de hacer pedagogía, y cuando sus socios le fallan ofrece un pacto de Estado a la oposición aunque eso anticipe el colapso de la legislatura.
Pero Pedro no es ni una cosa ni la otra. Es un niño grande encerrado con el juguete de su poder, un adolescente congelado en esa edad en que no comprendemos nuestras carencias y huimos de la realidad cuando la realidad se torna inhóspita. El rearme europeo equivale para él a la lucidez indeseada de Ricardo II en el shakespeariano trance de su rendición: “Que nadie me hable de consuelos. Hablemos de tumbas, gusanos y epitafios”. Aunque Pedro de eso no quiere hablar.
Un hombre que huye no sirve para la guerra, pero tampoco sirve para la paz. Pedro Sánchez es muy válido para la reyerta de patio, para el cainismo doméstico, para carcajearse del débil en casa y para adular a esa autoridad en Bruselas que le ha financiado durante años la permanencia en Moncloa repartiendo fondos y suspendiendo las reglas fiscales. Pero ocurre que los tanques de Putin han pisado la manguera. Y que los países del norte, del centro y del este de Europa que están aumentando su gasto militar a costa del gasto social -como le recordó en público el primer ministro de Finlandia- se niegan a pagar a escote los compromisos de España, según va suplicando Pedro por las cortes europeas. Ni deuda mancomunada ni transferencias a fondo perdido. El procedimiento reglamentario se llama presupuestos generales del Estado. Y por mucho que plagiara su tesis doctoral es improbable que nuestro economista en jefe ignore el concepto de coste de oportunidad, como no lo ignoran sus socios: llegar al 2% del PIB en defensa comportará necesariamente recortes en otros ámbitos. Solo los locos desacatan el principio de no contradicción. Y solo los mentirosos boxean con las matemáticas.
Pero este miércoles Pedro lo volvió a hacer en el Congreso. Puso la tribuna perdida de lírica europeísta, con citas de Jean Monnet y cantos al despertar de la conciencia europea amenazada por el imperialismo ruso y el abandono estadounidense. “Debemos superar el bloqueo de la melancolía. El momento es ahora”. Pero acto seguido volvió a meterse en la cama y a taparse con el edredón hasta las orejas para negar al monstruo que ha venido a verle. “Este esfuerzo adicional de seguridad no se hará en detrimento del Estado de bienestar mientras yo sea presidente. Se hará sin tocar un céntimo del gasto social o ambiental”. No será magia: serán nuestros impuestos. “Lo importante no será el cómo ni el cuándo sino si invertimos juntos”. No, Pedro: tú eres el presidente. Las facturas atrasadas son tuyas. No de Polonia. Y no de la oposición.
El tono escogido pareció deliberadamente somnífero. Y el tema -nada menos que un rearme- no podía resultar más ingrato a los oídos de la bancada llamada progresista. Resultado: nunca el amo recibió menos aplausos por un discurso parlamentario. Demasiadas apelaciones a la unidad, demasiadas lecciones grandilocuentes de historia. La grey pedrista ha sido amorosamente educada en la polarización, pero el orador no pronunció la palabra “ultraderecha” -el silbato de perro que activa el reflejo del antagonismo- hasta el minuto 46. Hasta los diputados del PP vegetaban, porque ninguno reaccionó cuando el presidente les regaló este autorretrato: “No podemos vivir al albur de los cambios de opinión”. No podemos, efectivamente. ¿Y qué vamos a hacer para ganar credibilidad en la disuasión? La fórmula escasamente marcial del presidente español es ahogar a Putin en un mar de startups. Sofocarlo con algoritmos. Mucha igualdad, mucha agenda verde, mucha cooperación y desarrollo. El plan militar de Pedro es un antivirus. Seguro que con eso doña Úrsula se conforma y los batallones rusos se repliegan hasta los Urales.
A ver, tampoco esperábamos que el socio de Yolanda Díaz avanzase el envío de una División Roja a la coalición de voluntarios de Macron y Starmer, remedando la División Azul de Franco. Pero tampoco que el único anuncio del presidente fuera el de su viaje a China y Vietnam. El plan de defensa es que no hay plan de defensa. No hay calendario ni cifras ni procedimientos legales de financiación ni votos. No hay nada porque en cuanto hubiera algo el Gobierno caería. Solo hay un hombre en fuga. Otro Puigdemont.
Feijóo no desaprovechó la oportunidad que le ofrecía la criatura demediada que acababa de sentarse en el escaño presidencial. Se sintió cómodo colocando a Sánchez frente al espejo ahora que nuestro demacrado Dorian Gray ya no quiere mirarse en él. Repasó las contradicciones ideológicas de la CoPro (Coalición Progresista), su inconsistencia presupuestaria, el cerco judicial, el insulto a la inteligencia de los españoles como epílogo penoso del manual de resistencia. ¿Cómo va a dar lecciones de seguridad quien cede el control de las fronteras a quien no cree en la unidad territorial de España? ¿Cómo vamos a comprometernos con la OTAN si parte del Gobierno y sus socios quieren salirse de la OTAN y le llaman “señor de la guerra”? ¿El progresismo ahora es recibir a Bildu en Moncloa para hablar de comprar armas? ¿Y va a saber más de los planes de defensa españoles el presidente chino que el Congreso? ¿Cómo va a pagar el rearme si ni siquiera puede dotar la ley de la ELA? ¿Es que piensa computar la defensa judicial de Ábalos a García Ortiz como inversión militar? “Yo no estoy a sus órdenes. Pero el PP no es el escollo para un pacto de Estado en defensa: lo son sus socios. Solo tiene dos salidas dignas: someterse a las Cortes o a las urnas. Por eso no escogerá ninguna”, remató a placer el líder del PP.
La presencia física de Pedro Sánchez delata un agotamiento inocultable. Es normal: nadie lo entiende tan bien como yo. Alguien que le quiera debería recomendarle parar, pero no sabemos si existe alguien así. Y además él quiere seguir corriendo, huyendo siempre hacia adelante. Su problema es que delante no está la meta: está la cumbre de la OTAN del mes de junio.