NotMid 21/03/2025
OPINIÓN
IÑAKI ELLAKURÍA
Una de las ventajas de que España forme parte de la Unión Europea y de vivir en un mundo globalizado, el polo opuesto a esa autarquía cañí, autorreferencial y económicamente insostenible por la que suspira Vox (y que tan bien le iría a Sánchez), es que las grandes mentiras domésticas acaban derrumbándose cuando la realidad internacional no da más margen para el embuste. Cuando se anuncia que la commedia è finita.
Así lo descubrió de manera brutal Zapatero el 12 de mayo de 2010. Obama le ordenó por teléfono que se dejara de movimientos estériles de ceja y tomara de inmediato las medidas necesarias para rebajar el déficit público, después de haber desoído los «consejos» de Merkel y Sarkozy. Apenas unas horas tardó el socialista en pasar de rebelde ingenuo a obediente monaguillo, cambiando a todo meter la Constitución para ajustarse a las exigencias de Washington y Berlín.
Anclado demasiado tiempo en la negación propagandística de la crisis económica, la mentira de Zapatero se derrumbó en un instante, aquella primavera de nuestro descontento, de una manera muy parecida a como lo hizo ayer en el Congreso la impostura del socialista respecto a la ayuda militar a Ucrania y su cacareado papel de estadista europeo frente a la amenaza rusa. Una gran farsa.
Biden nunca le incorporó a sus reuniones con los líderes europeos para definir e implementar una estrategia conjunta, porque ni se fiaba de él -debido a los lazos con Venezuela y sus tics antinorteamericanos- ni de un gobierno español con notable presencia putineja (Iglesias, Garzón, Montero, Belarra, Rego…). Con Sánchez, además, España ha seguido siendo uno de los países que más gas ruso compra y de los que menos ayuda militar envían a su «amigo» Zelenski.
La decisión de la vicepresidenta Díaz de votar junto al BNG, Podemos, Bildu y ERC en contra del plan que busca transformar a Europa en una superpotencia tecnológica y militar desnuda, pues, aquello que el PSOE ha tratado de disimular desde el inicio de la criminal invasión rusa: la continuidad de Sánchez como presidente está en manos de formaciones políticas de extrema izquierda que, por razones ideológicas y tal vez más mundanas, simpatizan o están perfectamente alineadas con el régimen neocomunista de Moscú. Como también lo están ahora, en un ménage de autoritarismos, con Trump y sus lunáticos de la Casa Blanca, con quienes coinciden en su desprecio por la suerte del pueblo ucraniano y en su voluntad de acabar con la OTAN.
La coalición de gobierno española es, por tanto, una anomalía entre los ejecutivos europeos por su dependencia de afines a Moscú, junto a la Hungría de Orban y la Eslovaquia de Fico.
Difícilmente podía Sánchez haber seguido ocultando a sus socios de la UE esta realidad ante la estrategia de rearme que exige Bruselas. La decisión de Díaz de evidenciar en la votación del Congreso la ausencia de una mayoría de izquierdas dispuesta a asumir y aplicar la nueva política de Defensa solo ha precipitado lo evidente, obligando a Sánchez a escoger entre su supervivencia personal o el bien común.
Pero a diferencia de como actuó Zapatero en 2010, resignándose con cierta dignidad a acatar la exigencia e los líderes internacionales, Sánchez hace todo lo contrario para seguir en Moncloa: aparta a España de la nueva centralidad europea y se alinea con las extremas izquierda y derecha que abogan por una UE desarmada, débil, cautiva y expuesta al dominio de tiranías como Rusia y China, y de la hostil administración trumpista.