Han sido tantos los trabajos, las hipótesis, los documentos, los ensayos, libros y artículos, los documentales y películas que el número de posibles sospechosos ha crecido exponencialmente
NotMid 25/01/2025
OPINIÓN
RAFAEL NAVARRO-VALLS
El jueves, Donald Trump anunció que acababa de firmar una nueva orden ejecutiva (decreto) ordenando desclasificar toda la documentación reservada sobre los asesinatos de John F. Kennedy, Robert Kennedy y Martin Luther King. Según Trump, “mucha gente lleva esperanto esto años, incluso décadas. Y todo será revelado”. En realidad, la expectación ante el evento es menor de la que dice Trump. Después de los libros de Ted Sorensen, William Manchester, Arthur Schesinger, el Informe de la Comisión Warren y el magistral análisis de ella por Philip Shenon, las declaraciones de Monica Oswald, las de Jackie Kennedy, los agentes del Servicio Secreto y un largo etcétera, incluido el herético de Oliver Stone (JFK: caso abierto) y su reciente documental sobre el tema, desde mi punto de vista, el tema está claro.
Permítanme que manifieste lo que yo creo que pasó (y que en otros trabajos adelanté), a la luz de la documentación que manejo, y a la que no creo que la reservada añada demasiadas bombas informativas. Comencemos por Jack (nombre familiar del presidente Kennedy). Su ida a Dallas fue en realidad una excusa para poner paz entre dos texanos con exceso de carácter. Me refiero a su vicepresidente, Lyndon B. Johson, y al gobernador de Texas, John Bowden Connally Jr. La presencia de Jackie Kennedy- reacia a acompañar a su marido en los viajes electorales- fue fruto de la insistencia de John Kennedy, especialmente interesado en que lo acompañara en esta ocasión.
El día (23 de noviembre) era espléndido, las caras sonrientes de los ocupantes de la gran limusina descapotable, que conduce a los matrimonios Kennedy y Connally, se asemejan a las de unos felices excursionistas. El sol está presente y una enfervorizada multitud lanza gritos de bienvenida. Tan es así que Nellie Connally -la esposa del gobernador de Texas, John Connally- se vuelve alegre hacia Jackie Kennedy y le dice: “No diréis que Dallas no os acoge con entusiasmo”. De pronto, el drama. Un segundo antes se ha escuchado una especie de petardeo que se pierde entre el ruido de los coches de la comitiva presidencial. Fue el primer disparo, que se incrusta en el asfalto de Elm Street. Tres segundos después, otra segunda bala atraviesa limpiamente la espalda y garganta del presidente Kennedy, perforando también la espalda, mano y pierna del gobernador Connally. La tercera bala es definitiva: alcanza en el cráneo al presidente destrozándole el cerebro. Jackie Kennedy hace un movimiento extraño gateando hacia atrás.
Luego declarará que fue un movimiento espontáneo para rescatar un trozo de cerebro de su marido que la bala había lanzado hacia la parte trasera de la limusina. El resto del cerebro desaparecería misteriosamente después de la autopsia. Al parecer, lo recibió Robert Kennedy en un cubo de acero inoxidable y nunca más se ha sabido de él. Los relojes de la plaza Dealey marcaban las 12:30 del 22 de noviembre de 1963. Mientras el chófer del coche presidencial aceleraba a fondo hacia el hospital Parkland, comienza la caza del hombre. Un ex marine llamado Lee Harvey Oswald, que trabajaba en el depósito de libros desde donde partieron los disparos, es localizado después de un tiroteo en el que resulta muerto el oficial de policía J. D. Tippit. Se refugia en el Texas Theatre, un cine de la calle Jefferson Boulevard. La policía irrumpe en el local y después de un forcejeo con Oswald -que iba armado- este es detenido.
Dos días después, al trasladarlo hacia la prisión del condado, recibirá un proyectil en el abdomen disparado por una pistola que sostiene Jack Ruby, un extraño sujeto, dueño de un nigth club, a cuatro metros y medio. Son las 11:21 del domingo 24 de noviembre.
Oswald morirá a las 13:00 en el mismo hospital donde murió Kennedy y a la misma hora, dos días después. Efectivamente, cuando el cuerpo del presidente llegó al Parkland Hospital todavía respiraba. Pero, como dicen los médicos, se trata solo “del soplo de los agonizantes”. Todos los tratamientos médicos de urgencia son inútiles, ya no queda vida en el cuerpo exánime. Los miembros del servicio secreto abren paso al padre Oscar Huber, que le administra los últimos sacramentos católicos. “Estoy seguro”, dice a Jackie, “de que su alma todavía no ha abandonado el cuerpo del presidente. Estos sacramentos son fructuosos”.
Durante los primeros años después del asesinato la cuestión entre los periodistas era: ¿quién mató verdaderamente a Kennedy? Comenzaba a tomar cuerpo la teoría de la conspiración. Más de medio siglo después, la pregunta que algunos se hacen es: ¿quién no mató a Kennedy? Quiero decir que han sido tantos los trabajos, las hipótesis, los documentos exhumados, los ensayos, libros y artículos publicados, los documentales y películas proyectados sobre el enigma Kennedy (se calculan unos 40.000), que el número de posibles sospechosos ha crecido exponencialmente. Parece como si demasiada gente hubiera tenido interés en la muerte del joven presidente.
La verdad es que no hubo conspiración. El asesino fue un psicópata despechado, que quiso ante su mujer (que lo había rechazado) y la historia aparecer como un héroe. Tanto la Comisión Warren como la policía de Dallas y el FBI insisten en desechar la tesis de la conspiración. Es curioso cómo los hechos se repiten en los asesinatos de John F. Kennedy y su hermano Robert. Un tirador solitario (Oswald) que asesina al presidente; otro desequilibrado solitario (Jack Ruby) que asesina al asesino de Dallas; años más tarde, otro asesino solitario -Shirhan B. Shirhan- saldrá de la oscuridad de la cocina de un hotel para disparar a la cabeza del candidato a las elecciones presidenciales de 1968, Robert Kennedy.
Su muerte desató menos rumores de conspiración. A las 0:20 horas del 5 de junio de 1968, dos balazos del calibre 22 abatían al senador por Nueva York Robert Kennedy. En la madrugada del día siguiente moría en la planta 5 del hospital Buen Samaritano de Los Ángeles. Era la 1:44 del 6 de junio. Fue enterrado junto a su hermano Jack en el cementerio militar de Arlington. Hubo una diferencia: Bob entró en Arlington sin pasar por el Despacho Oval, aunque horas antes se perfilaba como el gran favorito a ocuparlo. Shirhan (palestino cristiano, no islámico como se cree) lleva ya más de 50 años en la cárcel. Hace poco ha pedido por décima vez la libertad condicional. Como ha pasado desde el 69, su petición fue rechazada. Actuó solo. Las biografías más serias (Dan D. Moldea, Larry Tye, Jack Bohrer, etcétera) así lo demuestran. Yo mismo escuché el audio grabado, hablé con un periodista amigo presente en el lugar del tiroteo y analicé las declaraciones. Conclusión: en mi opinión, hubo un solo tirador, Shirhan B. Shirhan. No creo, repito, que la apertura de la documentación reservada sobre estos asesinatos apunte a ninguna conspiración. De todas formas, aportarán datos interesantes, que serán minuciosamente estudiados.
Rafael Navarro-Valls es profesor de Honor Vitalicio de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Unión Internacional de Academias Jurídicas Iberoamericanas.