El país se asoma al abismo; allí se juega la lucha esencial de hoy en el planeta: democracia frente a autoritarismo
NotMid 10/01/2025
OPINIÓN
JUAN CARLOS MÉNDEZ GUÉDEZ
Es improbable que los venezolanos recuerden con demasiada exactitud el 10 de enero de 1988. Lo más probable es que fuera un día normal, repetido. Tal vez llovió, tal vez hizo sol; y en alguna emisora de radio sonaron canciones de Oscar de León o de Camilo Sesto. Es posible que en la UCV, la principal universidad venezolana, ese día se reunieran chicos a estudiar en los jardines, que comieran en el cafetín de Comunicación Social, contemplando las prácticas en la cancha de tenis mientras trinchaban un trozo de carne o de pollo en salsa.
Eran tiempos en los que no existían horas decisivas para el país caribeño; y ubico la hipótesis de mi recuerdo en esa universidad porque, en esa y en otras fechas similares, allí se congregaba una juventud en la que convivían hijas de ministros, hijos de exitosos empresarios o agricultores, hijos de administrativas o de obreras, hijas de habitantes de las zonas de chabolas o de elegantes chalets que finalmente coincidían en aquella excelente institución pública en la que un semestre, si la memoria no me falla en exceso, podía costar dos, tres, cuatro dólares.
No se trata, a la vista de la debacle actual, de mitificar el pasado democrático y civil de la Venezuela que destruyeron Chávez y Maduro, pero sí de comprender que el peor de aquellos días anteriores o el más repetido y predecible fue siempre mejor a la oscura noche que padece el país desde que las bandas chavistas decidieron que es factible acceder al poder por elecciones, pero que, a partir de ese momento, el poder ya no se entrega siguiendo el juego democrático.
El quiebre de la dictadura chavista ocurrió ya hace meses; después del ruidoso ridículo que hizo el régimen al organizar unas elecciones amañadas y, pese a todo, perderlas clamorosamente por unos 40 puntos de diferencia.
Las triquiñuelas gubernamentales apenas alcanzaron para que la oposición democrática, liderada por María Corina Machado y Edmundo González Urrutia, “solo” alcanzase el 70% de los votos; pero se mostraron incapaces de armar un relato medianamente creíble en el que la opinión pública internacional diese por bueno el veredicto disparatado que asomaron los jerarcas chavistas. Sólo en la imaginación febril de un personaje como Juan Carlos Monedero aparecieron las actas que de manera inminente el régimen ofreció como prueba de su victoria. Nadie más ha podido verlas, porque no existen los votos que la dictadura se atribuye.
Pero el quiebre, el derrumbe, de un sistema político putrefacto, sigue sin suceder porque el chavismo no puede ser evaluado, analizado y entendido como un movimiento político. Desde hace años actúa como una diversificada agrupación delictiva, como un cártel, como una banda, como una pandilla muy bien armada a la que no le importa sacrificar la vida del último venezolano, mientras pueda acceder a las riquezas del país y saquearlas a su antojo.
Tal vez para entender el régimen chavista sean más útiles los criminólogos que los analistas políticos. Tal vez para comprender su persistencia haya que buscar ejemplos en el mundo gansteril y no en la historia de los países.
Hoy es un día decisivo, pero no definitivo. Hoy el país en cuya democracia fueron recibidos con amor y entusiasmo miles de españoles, italianos, portugueses, argentinos, chilenos, colombianos, se asoma una vez más al abismo. Los venezolanos han mostrado durante años de sufrimiento, pobreza y expolio que se niegan a ser un nuevo parque temático en el que los cantautores obtengan inspiración para sus canciones comprometidas mientras beben refrescantes daiquiris.
Mucho se juega el mundo democrático a partir del drama del país caribeño; allí se escenifica ahora mismo la lucha esencial de este momento del planeta: la democracia frente al autoritarismo; la libertad frente a la tiranía; la decencia frente al saqueo; la pluralidad frente al sectarismo.
Recuperar la palabra futuro; vivirla en el presente; experimentarla en hechos muy concretos como que los hospitales venezolanos tengan bombonas de oxígeno, aunque por ello un restaurante en París no reciba una propina de 90.000 dólares, entregada por un dirigente chavista en sus lujosas vacaciones.
Venezuela, para decirlo con sencillez, quiere vivir otra vez sin días decisivos.
Juan Carlos Méndez Guédez es escritor hispanovenezolano, premio Libro del Año en Venezuela en 2013 por su novela Arena negra.