Lo ocurrido con Íñigo Errejón no supone el fracaso de la «nueva política», sino del de su variante populista, que fue la elegida por muchos votantes y la preferida por los militantes
NotMid 29/10/2024
OPINIÓN
MANUEL ARIAS MALDONADO
Tanto la defenestración de Íñigo Errejón -que adopta la forma de una dimisión forzosa en la que se entona un insólito neoliberalismus culpa– como las reacciones que la misma ha suscitado admiten innumerables lecturas; a falta de alguna revelación sensacional, los hechos son conocidos y aguardan nuestra interpretación. Huelga decir que la manera en que esos hechos son percibidos está condicionada por el marco doctrinal que maneja cada cual; por eso la discusión pública es tan difícil y el disenso es más frecuente que el consenso.
Hablamos de un escándalo que afecta de lleno a una de las narrativas políticas dominantes en la España de los últimos diez años: la desplegada por ese populismo de izquierda de base académica e inspiración latinoamericana que primero se apropió del sentimiento antiestablishment manifestado el 15-M y después hizo suya la causa del feminismo radical. Es la suya una madrileñísima historia caracterizada por el personalismo y el culto a la personalidad; o, mejor dicho, las personalidades. Para colmo, sus resonancias electorales -si es que las tiene- pueden ser decisivas. Veamos.
1. No es el patriarcado, sino la doblez
La súbita demonización pública de Errejón adopta dos modalidades: los suyos reniegan de él porque se condujo de manera «patriarcal» y los demás consideramos inaceptable la hipocresía consistente en hacer lo que él denunciaba en los demás. Será interesante leer lo que tengan que decir al respecto los psicoanalistas lacanianos, tan abundantes en el entorno de Podemos. Pero a los ciudadanos no les concierne la vida psíquica del sujeto Errejón, sino la falta de ejemplaridad en que incurre quien persigue en el prójimo los vicios en que él mismo incurre.
Es una vieja historia: su caso recuerda al de Elliot Spitzer, fiscal general de Nueva York empeñado en la aplicación moralista de la ley que terminó viéndose obligado a dimitir -ya era gobernador- tras conocerse su relación con una prostituta de lujo. Sabíamos que predicar no es lo mismo que dar trigo; el caso Errejón nos recuerda que a veces es justamente lo contrario, máxime cuando él cosechaba justamente porque sabía predicar.
2. La ontología de la nueva masculinidad recibe un golpe de realidad.
Aunque lo que condena a Errejón es su hipocresía, la izquierda feminista lamenta que haya incurrido en las conductas de ese enemigo que dibuja su corpus ideológico. De ahí la dureza del castigo: su caso refuta esa ontología que designa a los hombres de derechas como ejemplares tóxicos de la especie y sitúa a los hombres de izquierda en el lado bueno de la revolución cultural. Y por eso él mismo ha intentado exculparse, afirmando que el neoliberalismo ha trastocado su ser.
No funciona: para que la comunidad de los creyentes se mantenga incólume, el hereje debe ser castigado. Hay otra salida, que consiste en acusar a todos los hombres; como si todos los hombres llevaran la vida que ha llevado Errejón. Pero aun aceptando que la sexualidad masculina puede ser problemática, la generalización hiperbólica -todos somos violadores- está en contradicción con la vivencia cotidiana de la mayoría y no servirá para salvar al ex diputado de la hoguera.
3. ¿Si lo personal es político, lo privado se hace público?
Hemos perdido ya la cuenta de los testimonios anónimos que han ido apareciendo en las redes sociales desde que Errejón anunció su salida de la política; parece que pronto será posible repasarlos, pasando antes por caja, en un libro. Así que conocemos al detalle su vida sexual, como si la privacidad ya no significase nada y cualquiera tuviera el derecho de hacer público un relato de los hechos impregnado de subjetividad y, sin embargo -hermana, yo te creo-, aceptado de inmediato como verdadero.
Es dudoso que el derecho a la libre expresión deba amparar esta clase de testimonios, cuya acumulación puede acabar con la reputación de una persona en cuestión de horas y expone su intimidad a la vista de todos; he aquí un fenómeno «digital» que reclama atención del legislador. Que Errejón apoyara en el pasado este modus operandi con el mayor de los entusiasmos, en fin, no lo hace bueno, aunque sin duda hace más improbables nuestras lágrimas.
4. Los vicios morales son presentados como materia punible
Causa perplejidad que los hechos relatados por las denunciantes anónimas del caso Errejón estén siendo interpretadas por una parte de la opinión pública -así como por la mayoría de los partidos políticos, incluido el desnortado PP- como constitutivos de «maltrato» o «agresión» sexual. La mayoría de las denunciantes retratan a un Errejón insensible, narcisista, brusco; otros le afean el consumo de drogas y la promiscuidad sexual.
Pero ni la falta de romanticismo ni el mal sexo -por no hablar de la decepción personal que puedan causar- son materia punible. No pueden, ni deben serlo: ¿acaso no somos todos adultos capaces de ejercitar nuestra autonomía personal? Dado que prolongar la minoría de edad hasta los 35 años se antoja indeseable, quizá convenga recordar que no podemos pedir al juez que procese a quien se portó mal con nosotros o mostró indiferencia hacia nuestros sentimientos. El derecho penal no puede entender solamente de impresiones subjetivas.
5. Puritanismo y psicologismo bailan un tango fatal a la espera de autocrítica
Resulta asimismo sorprendente que una parte de la izquierda considere moral e incluso penalmente reprochable que el ex dirigente de Podemos fuera promiscuo o consumiera drogas. ¿No habíamos decidido que nadie debe juzgar lo que sucede en el dormitorio de los demás? De nuevo, el problema está en la doble moral: hubo un tiempo en que Errejón acusaba a Albert Rivera de ser cocainómano entre las carcajadas de sus conmilitones.
Así que hemos de concluir que la vida privada de los políticos tiene presunción de irrelevancia pública… salvo para los políticos que se empeñan en moralizar la vida privada del resto. Pero en los testimonios que acusan a Errejón se echa asimismo de menos una mayor autocrítica: todo indica que a muchas denunciantes les atraía el famoso, la estrella del rock político, el hombre de poder. ¿No es eso lo que denuncia la ideología a la que ellas mismas se adherían? Esa misma doctrina postula que quien deja de escribirte –ghosting lo llaman- perpetra «maltrato psicológico». Y todo ello trae causa de ese populismo antropológico que sostiene que las mujeres son «seres de luz» y los hombres monstruos de una sola pieza; las cosas, me temo, son un poco más complicadas.
6. El feminismo de izquierda encaja un duro golpe reputacional
Los dirigentes de Sumar no han sabido explicarse; acostumbrados a denunciar el patriarcado en abstracto, no supieron actuar contra su manifestación dentro del partido. O sea: mientras media España hacía cursos de reeducación sexual y se instalaban puntos violeta en numerosos espacios públicos, ellos miraban para otro lado. ¿Desde qué atalaya moral pueden ahora dar lecciones sus dirigentes?
Tal vez la igualdad sea una causa demasiado importante para dejarla en sus manos. Se abre así una oportunidad para racionalizar las políticas públicas que tratan de garantizarla, reorientándolas en la dirección correcta: necesitamos menos asunciones ideológicas y más evidencia empírica rigurosamente cosechada. Todos saldríamos ganando.
7. No es el fracaso de la «nueva política», sino el de su variante populista
Que el caso Errejón se considere el final simbólico del ciclo político abierto con el éxito electoral de Podemos allá por 2014 tiene su sentido, pero sería un error leerlo en términos generacionales o considerarlo como el fracaso inevitable de la «nueva política» que quiso desbancar al viejo bipartidismo.
Conviene recordar que Podemos y sus líderes encarnan la variante populista del regeneracionismo, que fue la elegida por muchos votantes y la preferida por los militantes -«¡Con Rivera no!»- y los dirigentes socialistas, que fueron quienes los invitaron a formar parte del Gobierno. ¿Fracaso de toda una generación? No tan deprisa: a cada cual, lo suyo.
Tanto la defenestración de Íñigo Errejón -que adopta la forma de una dimisión forzosa en la que se entona un insólito neoliberalismus culpa– como las reacciones que la misma ha suscitado admiten innumerables lecturas; a falta de alguna revelación sensacional, los hechos son conocidos y aguardan nuestra interpretación. Huelga decir que la manera en que esos hechos son percibidos está condicionada por el marco doctrinal que maneja cada cual; por eso la discusión pública es tan difícil y el disenso es más frecuente que el consenso.
Hablamos de un escándalo que afecta de lleno a una de las narrativas políticas dominantes en la España de los últimos diez años: la desplegada por ese populismo de izquierda de base académica e inspiración latinoamericana que primero se apropió del sentimiento antiestablishment manifestado el 15-M y después hizo suya la causa del feminismo radical. Es la suya una madrileñísima historia caracterizada por el personalismo y el culto a la personalidad; o, mejor dicho, las personalidades. Para colmo, sus resonancias electorales -si es que las tiene- pueden ser decisivas. Veamos.
1. No es el patriarcado, sino la doblez
La súbita demonización pública de Errejón adopta dos modalidades: los suyos reniegan de él porque se condujo de manera «patriarcal» y los demás consideramos inaceptable la hipocresía consistente en hacer lo que él denunciaba en los demás. Será interesante leer lo que tengan que decir al respecto los psicoanalistas lacanianos, tan abundantes en el entorno de Podemos. Pero a los ciudadanos no les concierne la vida psíquica del sujeto Errejón, sino la falta de ejemplaridad en que incurre quien persigue en el prójimo los vicios en que él mismo incurre.
Es una vieja historia: su caso recuerda al de Elliot Spitzer, fiscal general de Nueva York empeñado en la aplicación moralista de la ley que terminó viéndose obligado a dimitir -ya era gobernador- tras conocerse su relación con una prostituta de lujo. Sabíamos que predicar no es lo mismo que dar trigo; el caso Errejón nos recuerda que a veces es justamente lo contrario, máxime cuando él cosechaba justamente porque sabía predicar.
2. La ontología de la nueva masculinidad recibe un golpe de realidad.
Aunque lo que condena a Errejón es su hipocresía, la izquierda feminista lamenta que haya incurrido en las conductas de ese enemigo que dibuja su corpus ideológico. De ahí la dureza del castigo: su caso refuta esa ontología que designa a los hombres de derechas como ejemplares tóxicos de la especie y sitúa a los hombres de izquierda en el lado bueno de la revolución cultural. Y por eso él mismo ha intentado exculparse, afirmando que el neoliberalismo ha trastocado su ser.
No funciona: para que la comunidad de los creyentes se mantenga incólume, el hereje debe ser castigado. Hay otra salida, que consiste en acusar a todos los hombres; como si todos los hombres llevaran la vida que ha llevado Errejón. Pero aun aceptando que la sexualidad masculina puede ser problemática, la generalización hiperbólica -todos somos violadores- está en contradicción con la vivencia cotidiana de la mayoría y no servirá para salvar al ex diputado de la hoguera.
3. ¿Si lo personal es político, lo privado se hace público?
Hemos perdido ya la cuenta de los testimonios anónimos que han ido apareciendo en las redes sociales desde que Errejón anunció su salida de la política; parece que pronto será posible repasarlos, pasando antes por caja, en un libro. Así que conocemos al detalle su vida sexual, como si la privacidad ya no significase nada y cualquiera tuviera el derecho de hacer público un relato de los hechos impregnado de subjetividad y, sin embargo -hermana, yo te creo-, aceptado de inmediato como verdadero.
Es dudoso que el derecho a la libre expresión deba amparar esta clase de testimonios, cuya acumulación puede acabar con la reputación de una persona en cuestión de horas y expone su intimidad a la vista de todos; he aquí un fenómeno «digital» que reclama atención del legislador. Que Errejón apoyara en el pasado este modus operandi con el mayor de los entusiasmos, en fin, no lo hace bueno, aunque sin duda hace más improbables nuestras lágrimas.
4. Los vicios morales son presentados como materia punible
Causa perplejidad que los hechos relatados por las denunciantes anónimas del caso Errejón estén siendo interpretadas por una parte de la opinión pública -así como por la mayoría de los partidos políticos, incluido el desnortado PP- como constitutivos de «maltrato» o «agresión» sexual. La mayoría de las denunciantes retratan a un Errejón insensible, narcisista, brusco; otros le afean el consumo de drogas y la promiscuidad sexual.
Pero ni la falta de romanticismo ni el mal sexo -por no hablar de la decepción personal que puedan causar- son materia punible. No pueden, ni deben serlo: ¿acaso no somos todos adultos capaces de ejercitar nuestra autonomía personal? Dado que prolongar la minoría de edad hasta los 35 años se antoja indeseable, quizá convenga recordar que no podemos pedir al juez que procese a quien se portó mal con nosotros o mostró indiferencia hacia nuestros sentimientos. El derecho penal no puede entender solamente de impresiones subjetivas.
5. Puritanismo y psicologismo bailan un tango fatal a la espera de autocrítica
Resulta asimismo sorprendente que una parte de la izquierda considere moral e incluso penalmente reprochable que el ex dirigente de Podemos fuera promiscuo o consumiera drogas. ¿No habíamos decidido que nadie debe juzgar lo que sucede en el dormitorio de los demás? De nuevo, el problema está en la doble moral: hubo un tiempo en que Errejón acusaba a Albert Rivera de ser cocainómano entre las carcajadas de sus conmilitones.
Así que hemos de concluir que la vida privada de los políticos tiene presunción de irrelevancia pública… salvo para los políticos que se empeñan en moralizar la vida privada del resto. Pero en los testimonios que acusan a Errejón se echa asimismo de menos una mayor autocrítica: todo indica que a muchas denunciantes les atraía el famoso, la estrella del rock político, el hombre de poder. ¿No es eso lo que denuncia la ideología a la que ellas mismas se adherían? Esa misma doctrina postula que quien deja de escribirte –ghosting lo llaman- perpetra «maltrato psicológico». Y todo ello trae causa de ese populismo antropológico que sostiene que las mujeres son «seres de luz» y los hombres monstruos de una sola pieza; las cosas, me temo, son un poco más complicadas.
6. El feminismo de izquierda encaja un duro golpe reputacional
Los dirigentes de Sumar no han sabido explicarse; acostumbrados a denunciar el patriarcado en abstracto, no supieron actuar contra su manifestación dentro del partido. O sea: mientras media España hacía cursos de reeducación sexual y se instalaban puntos violeta en numerosos espacios públicos, ellos miraban para otro lado. ¿Desde qué atalaya moral pueden ahora dar lecciones sus dirigentes?
Tal vez la igualdad sea una causa demasiado importante para dejarla en sus manos. Se abre así una oportunidad para racionalizar las políticas públicas que tratan de garantizarla, reorientándolas en la dirección correcta: necesitamos menos asunciones ideológicas y más evidencia empírica rigurosamente cosechada. Todos saldríamos ganando.
7. No es el fracaso de la «nueva política», sino el de su variante populista
Que el caso Errejón se considere el final simbólico del ciclo político abierto con el éxito electoral de Podemos allá por 2014 tiene su sentido, pero sería un error leerlo en términos generacionales o considerarlo como el fracaso inevitable de la «nueva política» que quiso desbancar al viejo bipartidismo.
Conviene recordar que Podemos y sus líderes encarnan la variante populista del regeneracionismo, que fue la elegida por muchos votantes y la preferida por los militantes -«¡Con Rivera no!»- y los dirigentes socialistas, que fueron quienes los invitaron a formar parte del Gobierno. ¿Fracaso de toda una generación? No tan deprisa: a cada cual, lo suyo.
Manuel Arias Maldonado es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Málaga.