Precisamente porque Sánchez no es Putin, uno no logra comprender el pánico de tantos periodistas a señalar su clamorosa desnudez de emperador bufo. Más bien corren a taparla
NotMid 02/03/2024
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Svetlana tiene 65 años y ayer decidió personarse en el funeral oficiado en la única iglesia moscovita que no se negó a celebrar una misa por Navalny. Su despedida apenas congregó a un millar de personas, y como todas ellas Svetlana fue cacheada y fichada por la policía política de Putin. Ahora ya sabe que figura en el tétrico registro de disidentes de la dictadura rusa, que es tanto como opositar a una dosis inopinada de Novichok o a una celda en algún gulag ártico, pero ella no se considera ninguna heroína. Cuando los periodistas le preguntaron por sus razones para aparecer por allí, respondió con sencillez: «Aunque tengo miedo, estoy aquí».
No es valiente quien no siente miedo sino quien lo vence trabajosamente, con el pensamiento visitado por la angustia y el insomnio colgado de sus ojeras. A buen seguro Svetlana no durmió bien la víspera del funeral, y es probable que ya tampoco pueda hacerlo después. A fin de no exigir de cada hombre, de cada mujer anhelante de libertad la exótica virtud del heroísmo, Occidente inventó la democracia liberal. Los españoles tenemos la incalculable fortuna de vivir todavía en una de ellas.
Precisamente porque Sánchez no es Putin, uno no logra comprender el pánico de tantos periodistas a señalar su clamorosa desnudez de emperador bufo. Más bien corren a taparla. Ni siquiera aciertan a cumplir con su función más elemental cuando un surtidor de mierda -una estafa masiva diseñada para convertir en áticos a tocateja la ansiedad institucional por conseguir mascarillas- brota del corazón del sanchismo a ojos de todo el mundo. Prefieren secundar la propaganda rusiforme de un gabinete huérfano de Barroso hasta el delirante punto de transformar a Koldo en agente del PP.
Estos alardes de sumisión dan que pensar. Porque esto no es Rusia. Para este plumilla señalar la desvergüenza sistemática de Pedrito Sánchez desde el día mismo de su miserable moción de censura de la mano de la hispanofobia separatista no acarrea mayores sacrificios que algún veto en la tele pública o en el reparto de premios periodísticos: nada que deba importarme demasiado. De hecho mentiría si dijera que no lamentaré el acortamiento abrupto de una legislatura que me pone tan fáciles las columnas. Puedo seguir el rastro del dinero, identificar el selectivo listín de agraciados con fondos y cargos. Lo que no entiendo es el amor tóxico al PSOE, esta dependencia psíquica como de esposa maltratada que se resiste al divorcio. Como si todo su mundo fuera a concluir tras la caída de Pedro. El espectáculo al que conduce semejante desesperación me atrae y me repele a la vez. Pero no tengo más remedio que quedarme a verlo hasta el final. Sin prisa.