Ya son más de 300 los detenidos en todo el país
NotMid 19/02/2024
MUNDO
Madre e hija miran a todos de reojo en el vagón del metro de Moscú. Llevan un ramo de flores donde se lee “Liosha vive”. Pero sólo hay dos rosas, un número par, como marca la tradición fúnebre rusa: así que el que “vive” es un muerto. “Liosha” es el diminutivo de Alexei. Navalny fue el hombre que le dijo a los rusos que no debían tener miedo. Y el régimen lo ha matado para que todos entiendan que sí deben tenerlo.
La señal sonora anuncia: “Próxima parada, Lubianka”, Tres sílabas que el siglo pasado encarnaron la sala de máquinas del miedo en forma de cuartel de los servicios secretos soviéticos. Allí siguen las oficinas del FSB, su reencarnación en la nueva Rusia, que cada vez más es la de antes, aunque con memoria.
En la superficie, en la Plaza Lubianka está la Piedra Solovetski, una gran roca traída de las Islas Solovetski, donde estuvo el campo de trabajo de Solovkí, parte del sistema soviético del Gulag.
Durante la última década Moscú ha erigido monumentos en recuerdo de las represiones políticas. Tras la muerte el viernes de Navalny en prisión los rusos han acudido a esos lugares a rendir homenajes que en realidad son una denuncia de la represión que ha matado al disidente y encarcelado a otros. Y en ese escenario urbano del “nunca más”, la policía ha repetido las represiones de siempre, identificando o grabando en vídeo a los que se atreven a presentar sus respetos al disidente fallecido, arrastrando por el suelo a algunos de ellos para llevárselos detenidos. Más de 300 detenidos en todo el país. Pero aun así el goteo es constante.
Una pareja de novios sale del metro, van cogidos de la mano. También con flores, envueltas completamente en papel de regalo, casi parecen un arma camuflada.
El régimen temía a Navalny en la calle, después temió a Navalny en prisión y ahora, comentan algunos rusos con humor negro, el mismo régimen se sobresalta ante las flores que no dejan de llegar ante el cadáver de su enemigo, que sigue a buen recaudo. La familia de Navalny todavía no ha podido ver el cuerpo y la única explicación de su fallecimiento es “muerte súbita”.
Pero el medio ruso independiente ‘Novaya Gazeta Europa’ ha logrado hablar con un trabajador del servicio de ambulancias que transportó el cadáver. Asegura que había “hematomas por convulsiones” en el cuerpo de Navalny, que según este diario ruso se encuentra en la morgue del hospital clínico del distrito de Salejard, en contra del protocolo habitual con los presos fallecidos, que son derivados directamente a la Oficina de Medicina Forense de la localidad de Salejard, la ciudad del ártico menos lejana al centro penitenciario.
“Era un hombre muy valiente. Teníamos que venir”, explica una mujer, sin dar su nombre. Ante nosotros, brillante en la noche, los muros de Lubyanka. En la oscuridad de un pequeño parque, la piedra en recuerdo de las represiones, cubierta de flores, rodeada de agentes en tensión, que permiten el paso pero no el tumulto. Cualquier movimiento en falso o referencia a la plataforma de Navalny, considerada “extremista” e “indeseable” en Rusia, conduce a un arresto inmediato. Mostrar apoyo puede hacer caer en esas categorías: multa, desempleo o cárcel.
Alrededor del perímetro, agentes de paisano, algunos con pasamontañas, graban al que se acerca y el que se va. La pena por “participación” en las actividades de una organización “extremista” puede llegar a seis años.
Para evitar un caso penal, antes de ir al mitin, algunos rusos eliminan de sus redes sociales todas las referencias a la fundación anticorrupción FBK y al líder de la misma, que era el propio Navalny. Si se abre una causa penal en su contra por “participación en una organización extremista”, la investigación puede utilizar estas publicaciones como prueba.
Dejando atrás Lubyanka, las calles heladas conducen al segundo monumento en recuerdo de un pasado que vuelve. El Muro del Dolor es un espacio dedicado a las víctimas de la represión política inaugurado en 2017. Allí acudieron este fin de semana cientos de moscovitas a denunciar la represión política que le ha costado la vida al principal disidente del país.
Ostap, taxista, asiste indiferente al espectáculo: “Moscú es una gran ciudad, nada va a cambiar, la gente se enfoca en su vida privada, somos así”. Pero en pocas horas más de 12.000 personas se sumaron a un llamamiento al propio Comité de Investigación, uno de los mecanismo de represión del Kremlin, exigiendo la entrega del cuerpo de Navalny a sus familiares.
En el entorno del monumento se producen escaramuzas. La policía parece tener órdenes de aplicar una dureza innecesaria, pero disuasoria sin duda. Hombres, mujeres, jóvenes, viejos. No hay miramientos. Te arrojan al suelo, te hunden la cabeza en la nieve y luego te gritan que te pongas en pie. La gente está simplemente dejando flores por Navalny, pero ésa parece ser la ofensa más grave del momento.
Agencias