¿Por qué no iba a sentirse orgulloso Marlaska? En un país tan descentralizado como el nuestro no es fácil extender una sensación de caos tan uniforme
NotMid 14/02/2024
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Todo lo que está mal en España cabe en la escalofriante secuencia de Barbate. La delincuencia empoderada hasta el punto de desafiar y batir a las fuerzas del orden. La superioridad material de los criminales sobre aquellos que tienen encomendada la protección de todos sin que les garanticen la suya. La eufórica celebración del crimen por parte de una juventud moralmente destruida para la cual la honradez es la opción vital de los imbéciles. La cobardía de un ministro que no asume su responsabilidad por haber desmantelado la unidad de élite que estaba ganando la guerra al narco. La indignación sin respuesta de la fiscal antidroga y las lágrimas impotentes de los compañeros de David Pérez y Miguel Ángel González. La omertá que obliga a los vecinos a elegir entre confundirse con el paisaje o significarse heroicamente en un lugar controlado por la mafia y sus omnímodos chivatos.
Un Estado falla cuando el mal vuela en una lancha de catorce metros y el bien flota sobre una zodiac de cinco. La capacidad del narcotráfico para liquidar democracias está suficientemente documentada en las repúblicas hispanoamericanas. Pero que la frontera sur de España y de Europa termine enseñoreada por alguien como Kiko El Cabra debería ser difícil de tragar incluso para Marlaska. El todavía ministro del Interior va a convertirse en el más longevo de la democracia habiendo acumulado más escándalos que ninguno de sus antecesores, reprobado a izquierda y derecha, expulsado de una capilla ardiente por la viuda de un agente asesinado. La anomalía Marlaska admite tres explicaciones: que sepa algo que Sánchez teme que puede usar contra él si lo cesa, como Garzón hizo con Felipe; que Marruecos, con su acreditado poder de chantaje sobre este Gobierno, lo proteja como enlace de sus intereses, opinión del portavoz de la principal asociación de guardias civiles; que Sánchez considere que los ceses de Máximo Huerta y Carmen Montón colmaron el cupo de la regeneración, convencido de que toda dimisión envía antes un mensaje de debilidad que de vergüenza torera. Las tres hipótesis son compatibles.
Claro que España se ha marlaskizado indiscutiblemente. La actualidad trae una mezcla de humillación e incertidumbre: de la extorsión separatista a la ira del campo, del cabreo judicial a la crisis migratoria, de la gobernabilidad imposible a la torpeza opositora. ¿Por qué no iba a sentirse orgulloso Marlaska? En un país tan descentralizado como el nuestro no es fácil extender una sensación de caos tan uniforme.