Ucrania es ante todo una invasión a un país soberano, mientras en el caso de Israel se trata de un capítulo más de un conflicto que empezó en 1948
NotMid 10/01/2024
MUNDO
Rusia y sus satélites propagandísticos han intentado crear una narrativa curiosa, extendida luego por los colaboradores habituales del Kremlin que dice, mostrando imágenes aéreas de la destrucción urbana en Gaza: “Imagina lo que hubiera dicho Occidente si Rusia hubiera hecho esto en Ucrania”.
La frase no sólo es falsaria, porque el régimen de Vladimir Putin, en busca y captura por crímenes de guerra, ha hecho eso y más en centenares de aldeas, pueblos y ciudades de Ucrania. La frase introduce también una deshonestidad intelectual que han acabado comprando ciertos políticos y periodistas: comparar dos conflictos incomparables a todos los niveles.
La guerra de Ucrania es, ante todo, una invasión a gran escala de un país soberano por parte de una potencia nuclear con la idea, nada disimulada, de anexionar territorios, someter al gobierno elegido democráticamente (Zelenski) y colocar un títere. Eso sucedió el 24 de febrero de 2022 sin que mediara ataque o provocación alguna por parte de Kiev a Rusia. Aunque desde hace siglos existe cierta resistencia ucraniana contra los imperios rusos, la relación entre ambos fue buena hasta 2014.
En el caso de Israel, el asunto es bien diferente y mucho más complejo, como corresponde a un conflicto tan enraizado en el tiempo. Se trata de un capítulo más de un enfrentamiento que comenzó en 1948 (si no queremos irnos a las Cruzadas), que ha pasado por ocupaciones, intifadas, guerras regionales y que no ha conocido aún una paz duradera: el día 7 de octubre del pasado año, miles de milicianos de Hamas superaron las fronteras de Gaza y mataron a más de 1.200 personas, secuestraron a cientos y arrasaron varias poblaciones durante unas horas en lo que fue el mayor atentado terrorista perpetrado en suelo israelí.
En el caso de Ucrania, Kiev se enfrenta a uno de los ejércitos más poderosos del mundo con enorme determinación y una gran ayuda occidental en munición, entrenamiento y material bélico. Esos dos factores, unidos a la corrupción y la negligencia de las tropas rusas, en teoría muy superiores, han equilibrado la guerra hasta llegar al actual atasco en los frentes.
En el caso de Israel, su ejército es infinitamente más poderoso que la milicia islamista de Hamas y esa es la segunda gran diferencia: en Ucrania dos estados chocan en un territorio. En el otro, es un estado el que combate a un grupo armado, por muy fuerte o radicalizado que este sea, que sólo posee lanzaderas de cohetes y armas cortas.
LOS FRENTES DE BATALLA
Si nos vamos al campo de batalla en el que se disputa el conflicto, tampoco tienen nada que ver: el frente ucraniano comienza en el norte, en las regiones de Sumi y Járkiv, y termina en la desembocadura del río Dnipro. Son 800 largos kilómetros de comarcas machacadas, laberintos de trincheras y enormes campos minados y agujereados por la artillería que nunca descansa. Las zonas liberadas por el ejército ucraniano están devastadas y tardarán años en poder reconstruirse.
En el caso de Gaza, hablamos de una estrecha franja de terreno de unos 40 kilómetros de largo y 10 de ancho que contiene la mayor densidad de población del mundo. Ppor tanto, con el pueblo que sufre más hacinamiento, lo que ya hacía presagiar un gran número de víctimas en cualquier ofensiva israelí tras el 7 de octubre contra Hamas, un grupo capilarizado y enraizado durante años en una población que, como en cualquier ocupación, tiende a la resistencia.
Este sentimiento es aún mayor por el componente religioso tan exacerbado que posee este conflicto en torno a las zonas sagradas del judaísmo, el islam y el cristianismo. Este factor también lo diferencia a Ucrania y Rusia, que comparten el cristianismo ortodoxo como credo principal.
Las operaciones militares no tienen nada en común. Rusia y Ucrania han lanzado grandes asaltos acorazados en determinadas zonas del mapa, lo que ha provocado batallas de carros de combate y ofensivas de infantería con miles de muertos, a veces decenas de miles.
El ejército israelí ha decidido cortar Gaza en dos, machacar el territorio antes de avanzar en las ciudades para limitar la capacidad ofensiva de Hamas en el cuerpo a cuerpo y destruir la red de túneles por los que se movía la milicia.
Estos bombardeos masivos e indiscriminados, y que están ampliamente documentados, han provocado ya unos 25.000 muertos y el desplazamiento de la gran parte del norte de Gaza hacia la zona de Rafah, la única que parece segura, en la frontera con Egipto. Son cifras insoportables, como lo fueron los 16.000 muertos civiles del asedio de Mariupol, por ejemplo.
La realidad es que, pese a la enorme destrucción provocada por los bombardeos, Israel no ha conseguido todavía acabar con Hamas y será difícil que lo consiga del todo.
En ambos conflictos se ataca a la población civil pero existen también enormes diferencias. En el caso de Ucrania, la artillería antiaérea trabaja cada noche para que los bombardeos de las ciudades ucranianas por parte de los misiles y drones rusos no alcancen sus objetivos. A pesar de todo, es rara la noche en la que no se producen víctimas. La pasada semana Moscú lanzó más de 200 misiles en tres días consecutivos. Hamas no posee ningún arma antiaérea digna de tal nombre. Israel acusa a Hamas de usar escudos humanos.
Los efectos de un ataque de esa magnitud, con la aviación bombardeando a placer, son mucho mayores cuanto más hacinada vive la población. Es el caso de Gaza, Israel no ha disparado más bombas que Putin, pero el fuego resulta mucho más concentrado y, por tanto, letal.
Las fuerzas de defensa israelíes han destruido escuelas y hospitales asegurando que se usaban como bases de Hamas. Hamas dice que es una excusa de Israel para reducir la franja a escombros. Puede que ambos tengan razón y que el precio final lo paguen, como siempre, los civiles. Rusia bombardea ciudades ucranianas a diario, pero asegura, con un cinismo insuperable, que nunca dispara contra objetivos civiles.
Quizá en lo único que se parezcan los conflictos es, precisamente, en que Putin ya tiene una orden de busca y captura con su nombre en La Haya y el gobierno de Netanyahu enfrenta una acusación por genocidio interpuesta por Sudáfrica. En ambos casos estas guerras crearán nuevos ciclos de violencia porque, y en eso también se parecen, ninguna de las dos tendrá un final inmediato.
Agencias