NotMid 23/12/2023
OPINIÓN
ANA PALACIOS
En una semana, culminamos el turbulento 2023. La invasión masiva de Ucrania, que revolucionó el mundo en 2022, está a dos meses de entrar en su segundo año. Hasta el 7 de octubre, prometía seguir acaparando el foco en 2024. La masacre perpetrada por Hamás en Israel, junto a la respuesta de Benjamín Netanyahu, añadieron una capa de tensión al panorama geopolítico; Kyiv ha pasado a un segundo plano, tanto en las sedes de gobierno como en la atención pública.
La avalancha de protestas que marcaron la mitad de octubre, numerosísimas y nutridas en diversas sociedades -en particular árabes, pero también OTAN-, han dejado al descubierto la precaria estabilidad de geografías muy próximas, además de las quiebras ciudadanas internas de la comunidad atlántica, especialmente en EEUU. Estas divisiones debilitan el orden que ha sustentado las relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial; orden vapuleado por Putin y taimadamente instrumentalizado por Pekín, que el denominado “Sur Global” no tiene empacho en cuestionar.
Hoy, la preocupación se centra en el Mar Rojo, por el salto cualitativo de las actividades que los Hutíes habían mantenido, a la fecha, prácticamente circunscritas al territorio yemení. Salto que no debe sorprender: era previsible el desbordamiento del conflicto de Gaza (ver “Irán al fondo”, publicado aquí el 18 de noviembre). Desde hace un mes, este grupo ha intentado más de 100 ofensivas contra mercantes en aguas arábigas conexas al Canal de Suez, mediante misiles de crucero y drones; llegando al secuestro del carguero Galaxy Leader -cuya propiedad está participada por un empresario israelí- con toma de sus tripulantes como rehenes. Aunque inicialmente la advertencia iba dirigida a “los buques israelíes o aquellos asociados con israelíes”, ya se ha extendido oficialmente a cualquiera en el Mar Rojo, “independientemente de su nacionalidad”, con rumbo a puertos en el país enemigo. En la práctica, el temor a atravesar el estrangulamiento marítimo entre Yemen y Yibuti se generaliza (con la significativa excepción de los que enarbolan pabellón ruso).
Este nuevo frente dispara la incertidumbre en un mundo transido de inquietud e inseguridad. Destacan dos ámbitos. Por un lado, la fractura del comercio -la “globalización feliz” que desarrolló la existente arquitectura multilateral los últimos setenta años-, ya tensionado por el auge de China y el consiguiente derisking -si no decoupling– de EEUU y la UE (conscientes de la vulnerabilidad estratégica que representa su dependencia de Pekín en distintas componentes de tecnologías punteras). Por el otro, la sombra larga de Irán, desestabilizador calculado de la región e ideológico del sistema liberal.
Las noticias recientes privilegian la exposición de la vertiente disruptora del comercio: en términos agregados, aproximadamente el 15% pasa por el estrecho Bab el-Mandeb -casi un tercio del tráfico total de contenedores-. Navieras de envergadura (el negocio de cuatro de ellas supera el 50% del mercado de este tipo de transporte), habituales de estas aguas, han suspendido la ruta más corta entre Europa y Asia. A miércoles tarde, 121 de los grandes portacontenedores se habían desviado a través del Cabo de Buena Esperanza; si se incluyen graneleros y petroleros -también LNGneros-, el número es mucho mayor. China, claro líder del Indo-Pacífico -a quien afecta en grado sumo cualquier ruptura de cadenas de suministro- no se mueve (su compañía insignia en este campo -COSCO- se ubica en compás de espera respecto a esta vía), aunque tiene una base militar en Yibuti.
Los acontecimientos referidos agudizan la desazón que permea en este terreno de intercambios. El itinerario que bordea las costas africanas aumenta considerablemente el gasto en combustible -las estimaciones apuntan a un coste adicional en torno a un millón de dólares en cada viaje de ida y vuelta entre Asia y el norte de Europa- y provoca retrasos. En paralelo, han subido de forma sustancial las primas de seguro marítimo.
Las reticencias a circular se mantienen pese a las medidas en marcha.
El secretario de Defensa, estadounidense Lloyd Austin, anunció el lunes la operación Prosperity Guardian, con el objetivo de “asegurar la libertad de navegación a todos y aumentar la seguridad y prosperidad regionales”. Será liderada por el Grupo Operativo 153 dentro de las existentes Fuerzas Marítimas Combinadas, alianza establecida en 2022 en aras de disminuir los peligros que se ciernen sobre quien se aventura por esta zona. De partida, se unieron Reino Unido, Francia, Italia, Noruega, Países Bajos, Bahréin y Seychelles. Notablemente, la primitiva lista incluía a España, que se retractó al poco, para después patrocinar y votar a favor bajo paraguas de la UE. Por último, Madrid retira -según noticias, a iniciativa personal de Pedro Sánchez- su apoyo al acuerdo alcanzado el miércoles en Bruselas (requiere unanimidad), por el que los socios comunitarios participarían bajo bandera de la misión Atalanta, veterana del combate contra la piratería en el Cuerno de África y el oeste del océano Índico. Estas vacilaciones e incoherencias se pagan caras en la comunidad internacional.
Otras incógnitas minan la percepción de robustez del esfuerzo emprendido por la coalición: las normas de entablar combate (rules of engagement), su interacción con la marina mercante, los activos militares en escena, e incluso los miembros de la asociación (a cierre de este texto, no solo aquejan al proyecto los titubeos de Moncloa, sino que Francia parece separarse del núcleo EEUU para resultar más eficaz). Se ha confirmado que 10 países no identificados también concurren. Algunos de estos miembros secretos podrían ser gobiernos árabes que no quieren ser vistos defendiendo el transporte marítimo israelí. También se desconoce hasta qué punto este colectivo está dispuesto a actuar: las vigentes reglas de la Marina de los EEUU y sus aliados se limitan a planteamientos defensivos para derribar los drones o misiles entrantes y disuadir posibles abordajes, repeliendo intentos de secuestro. Esto es, no se contemplan contraataques a las bases de lanzamiento hutíes en la costa.
La dimensión comercial no agota los factores de inestabilidad. El colectivo formalmente llamado Ansar Alá (“Partisanos de Dios”) -pero universalmente conocido por el apellido de su líder fundador-, era virtualmente desconocido en 2015 cuando protagonizó una revuelta. Ésta evolucionaría a guerra civil, derivando en fiero enfrentamiento con Arabia Saudí, quien respalda a la autoridad oficial del país (este diario publicó el jueves una muy didáctica pieza explicativa firmada por Rosa Meneses). Hoy, subsiste una tregua quebradiza: sobre el telón de fondo de la mejora de relaciones entre Teherán y Riyadh, en septiembre representantes hutíes se reunieron con autoridades saudíes en su capital. Dicho lo anterior, aunque Teherán los apoya y les suministra armamento, estos milicianos habían exhibido una cierta independencia.
En el presente contexto, los Hutíes se erigen en brazo ejecutor del “Eje de la Resistencia” de los Ayatolás: una media luna compuesta por aliados chiitas -salvo Hamás, que es de afiliación suní- de diferentes vínculos de lealtad. Desde la entrada del ejército israelí en Gaza, el grupo yemení ha proclamado estar “en total coordinación con [sus] hermanos en el Eje de la Resistencia”. Si bien es verdad que no es la primera vez que ha habido escaramuzas en el Mar Rojo, lo trascendental de estos movimientos es que traducen el envalentonamiento de Teherán. La semana pasada, en una entrevista con la agencia de noticias nacional ISNA, el Ministro de Defensa Mohammad Reza Ashtiani declaró: “En esta región ya nadie tiene espacio para maniobrar y entablar batalla. [Estados Unidos] ciertamente no harán tal cosa, y si desean tomar una medida tan poco reflexiva, se estrellarán con problemas extraordinarios. Todos los países tienen presencia en esta región, pero esta región es nuestra. Nadie puede maniobrar en una región que controlamos”.
El frente de incertidumbres que se desarrolla en el Mar Rojo comprende facetas muy diferentes que nos afectan sustancialmente. El orden multilateral atraviesa un periodo de suma fragilidad, y las asechanzas no solo vienen de Rusia. Irán es un actor que no cabe ignorar; sus actividades desestabilizadoras están en auge. Tampoco podemos desdeñar el trasfondo de la situación en Gaza y, como corolario, la necesaria solución de dos Estados. Por fin, no obstante la zozobra que transpira su sociedad partida, se demuestra, una vez más, que EEUU es -sigue siendo- la Indispensable Nation.