Las marchas contra las restricciones se extendieron por muchas ciudades del país, entre ellas Wuhan, señalado como epicentro de la pandemia
NotMid 27/11/2023
ASIA
Jason cuenta que, en la víspera del pasado Año Nuevo chino, varios agentes se presentaron en su piso y le dijeron que no podía regresar a su ciudad natal, en el centro de China, para pasar las fiestas con su familia. Dos meses antes, Jason había sido uno de los estudiantes detenidos en Shanghai por participar en las protestas contra las restricciones de la pandemia. “Me advirtieron de que me estaban vigilando y que si salía de Shanghai iba a tener problemas. La Policía fue después a casa de mis padres para asegurarse de que no había regresado”, recuerda este universitario, uno de los muchos jóvenes cabreados que, hastiados de confinamientos, se rebelaron en la capital financiera contra la política nacional del Covid cero.
“Se fijaron en mí durante la primera noche de protestas porque llevaba un megáfono y me acusaron de querer alterar el orden público. Fuimos varios los detenidos por lo mismo, aunque creo que luego a todos nos soltaron a los pocos días”, continúa este veinteañero cuyo verdadero nombre en mandarín, a petición suya, no vamos a desvelar.
“Lo de no dejarme volver con mi familia para el Año Nuevo, después de tres años sin ver a mis padres, sin salir de Shanghai, fue como un castigo psicológico. Igual se pensaban que iba volver a mi barrio y montar una revolución contra el Gobierno. Nunca entendieron que no salimos a la calle para acabar con el sistema político o derribar al Gobierno. La mayoría únicamente pedíamos que nos dejaran respirar, que levantaran las barreras de la pandemia porque ya no tenían sentido y estaban ahogando al país“.
Justo hace un año, además de Shanghai, las protestas contra las restricciones se extendieron por muchas ciudades del país, entre ellas el lugar señalado como epicentro de la pandemia, Wuhan. Allí, durante una gran movilización que hubo el 27 de noviembre de 2023, varios residentes derribaron las vallas que confinaban algunas urbanizaciones y destrozaron los puestos donde se realizaban las pruebas PCR diarias. Muchos manifestantes, llegando al distrito comercial, levantaron folios en blanco, gesto que se convirtió en el símbolo de las protestas, representando la censura que impera en China.
Dos semanas después, la prima de Zhao Jiwei, uno de los jóvenes que llevaron la voz cantante durante aquella marcha en Wuhan, aseguró a este periódico que su familiar, de repente, desapareció. A los padres del joven, después de recorrer todas las comisarías y hospitales de la ciudad, les tardó en llegar la notificación de que Zhao, de 21 años, se encontraba detenido por desorden público, cargo que le podía acarrear hasta cadena perpetua.
En marzo, también por sorpresa, Zhao reapareció en casa de sus padres acompañado por dos funcionarios de la oficina en Wuhan del Ministerio Seguridad Pública, que cuenta con departamentos en todas las grandes ciudades que se encargan, entre otras funciones, de vigilar y perseguir a los disidentes. Los funcionarios explicaron a los padres que el joven quedaría libre, sin pasar por un proceso judicial, a cambio de que recibiera tratamiento psicológico. Su patología, diagnosticada por policías y funcionarios, era mostrar una actitud demasiado hostil hacia las autoridades. Zhao pasó los siguientes seis meses asistiendo a diario a terapia. Su prima asegura que sus padres lo han enviado recientemente a terminar sus estudios a otra provincia del país.
Caso similar, pero más extremo aún, es el que cuenta un reportaje de la BBC: Zhang Junjie, un estudiante de 18 años que participó en las manifestaciones en Pekín, fue ingresado a la fuerza en un centro psiquiátrico. Los médicos, después de sedarlo, le dijeron que asistir a las protestas era un clásico síntoma de esquizofrenia.
EL INCENDIO QUE DESATÓ LAS PROTESTAS
Fue un cortocircuito de una regleta eléctrica el que prendió la mecha de las mayores movilizaciones sociales en décadas en un país especialmente intolerante ante cualquier acto de desobediencia civil. El 24 de noviembre de 2022, 10 personas murieron en incendio en un bloque de viviendas de Urumqi, capital de la región de Xinjiang. Según relataron varios testigos, las restricciones de la política de Covid cero, con edificios sellados y urbanizaciones bloqueadas, dificultaron que los vecinos escaparan de las llamas y que los bomberos llegaran a tiempo.
Se desató la furia en línea contra los eternos bloqueos, pero no saltó con fuerza a la calle hasta la madrugada del 27 en Wulumuqi Road, una bulliciosa calle de Shanghai que en mandarín comparte nombre con Urumqi, la ciudad del mortal incendio. Centenares de jóvenes cabreados sorprendieron a las autoridades con una improvisada vigilia por las víctimas.
“Queremos libertad”, gritaban muchos de ellos mientras sostenían folios en blanco. Cuando la policía comenzó a rodear a los manifestantes, unos pocos se envalentonaron y cargaron directamente contra el Gobierno chino. “No a la dictadura, queremos democracia. No necesitamos un dictador, queremos tener derecho a votar”, fue uno de los eslóganes durante aquella noche. “Abajo Xi Jinping, abajo el Partido Comunista”, soltaron también. Los agentes, antes del amanecer, dividieron a los manifestantes y detuvieron a algunos jóvenes.
Unas horas después, en la tarde de aquel domingo de noviembre, Wulumuqi Road se volvió a llenar de jóvenes, la mayoría estudiantes, con ganas de protestar. “Solo queremos recuperar la normalidad y que nos dejen de tratar como a tontos con políticas que dicen que salvan vidas pero que han convertido a mi país en un estado de vigilancia y control masivo donde los ciudadanos tenemos muchas menos libertades que antes”, decía a este periódico Jason antes de ser detenido.
Todos los medios fueron testigos de cómo la policía, que había acordonado la calle donde concurrieron las manifestaciones, detenía aleatoriamente a jóvenes que pasaban por allí y les requisaba los móviles para revisarlos. Gracias a estos registros, los agentes encontraron grupos de Telegram y Signal -aplicaciones ilegales en China, a las que solo se puede acceder usando una VPN- que habían formado los estudiantes para citarse en las manifestaciones.
Así lograron apuntarse los nombres de muchas de las personas que salieron a protestar. Algunas de ellas, como pudo confirmar este diario semanas después, recibieron la llamada de policías que les advertían que su currículum ya había quedado manchado para su futuro laboral. En otros casos, los agentes directamente se personaron en casas de los estudiantes o en los campus universitarios. Algunos acabaron un par de días durmiendo en el calabozo, como el caso de Jason, y salieron pagando una multa como si hubieran cometido un delito administrativo.
Las protestas se extendieron por 39 ciudades y un centenar de universidades de 21 provincias de China, uniendo a personas de diversos orígenes sociales bajo el grito de “libertad”, desde trabajadores rurales que ensamblan los iPhone en el centro del país, hasta los urbanitas de clase media de Guangzhou, los universitarios de Pekín o los jubilados de Wuhan. Todos ellos inundaron las calles para pedir el fin de los confinamientos y de las pruebas PCR masivas.
En China, las manifestaciones en su mayoría se deben a quejas locales, como impagos de salarios, disputas por tierras o por la contaminación. Ese es el límite tolerable para las autoridades, siempre y cuando no sea una protesta muy grande y no se extienda. Desde las protestas de la Plaza de Tiananmen en 1989, que acabó con la masacre de miles de estudiantes a manos del ejército, el gobernante Partido Comunista ha dado prioridad absoluta a la estabilidad social, previniendo cualquier altercado de carácter político.
Una semana después de que arrancaran las protestas en Shanghai, el Gobierno chino, preocupado de que se rompiera esa estabilidad que tanto apremia para controlar este vasto y diverso país, adelantó sus planes y comenzó a poner fin al Covid cero. Levantó primero la política de confinamientos masivos y después anunció que abriría unas fronteras que pasaron tres años herméticamente cerradas, empujando a China a ser la gran economía más aislada del mundo.
Agencias