Las derivas reaccionarias de Hungría y Polonia han convocado durante años el rechazo en Europa. No puede decirse lo mismo del nacionalismo catalán
NotMid 23/11/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
La embajadora alemana en España, Maria Margarete Gosse, declaró hace cuatro días al diario La Vanguardia: “Lo que se está haciendo en España está dentro de la Constitución”. El constitucionalismo la ha llamado a consultas, y le ha dicho que no se meta en los asuntos internos. Hace una semana el comisario Didier Reynders pidió explicaciones al Gobierno sobre la Ley de Amnistía. Y el presidente de la Justicia española, Félix Bolaños, le dijo que no se metiera en los asuntos internos y respetara el debate político español. El asunto interno ha sido la gran cruz del Estado en el asalto nacionalista a la democracia. Y lo que mejor y más rápidamente lo explica es la situación de Carles Puigdemont y el resto de prófugos.
La difícil verdad, y especialmente difícil para el juez Pablo Llarena, es que los prófugos han pasado seis años en perfecta libertad europea. Ninguna euroorden -ni en Bélgica, ni en Escocia, ni en Alemania- supuso la entrega de ningún prófugo; y en la única que acabó resolviéndose efectivamente, la del consejero Lluís Puig, los jueces belgas dictaron que el Tribunal Supremo no era competente y que España era un Estado que no ofrecía garantías para juzgarle rectamente. El Parlamento europeo, por su parte, aceptó que dos presuntos criminales políticos alcanzaran la condición de diputados, a pesar de la expresa oposición de la Junta Electoral Central española que nunca los consideró tales, por no haber acatado la Constitución. Es verdad que la vicepresidenta del Gobierno español, la tan inconcebible como inexorablemente concebida Yolanda Díaz, negoció con un fuera de la ley la investidura del presidente Sánchez. Pero el fuera de la ley era un diputado europeo. En estos años Europa no solo fue su refugio, sino también su legitimidad.
Y ello resulta especialmente hiriente si se piensa que su crimen no solo lo fue contra España, sino contra Europa misma. La Europa que, para decirlo desde la altura panorámica que permite ver lo profundo, se construyó bajo el dogmático principio, hijo de la guerra y de la ruina, de que a cada nacionalidad no puede ni debe corresponderle un Estado. La indiferencia hacia el asunto interno no solo fue de Europa, sino también de los europeos. No solo de las instituciones sino también de los ciudadanos. Se ve claro, como siempre, comparando. Las derivas reaccionarias de Hungría y Polonia han convocado durante todos estos años el rechazo general. No puede decirse lo mismo de la actividad no solo reaccionaria, sino ilegal del nacionalismo catalán.
Pero todo esto ha dejado ya de tener importancia práctica. Los indultos y la Ley de Amnistía explican lo que España ha acabado por decirle a Europa. Hicieron ustedes bien en considerarnos gente no fiable.