NotMid 02/11/2023
OPINIÓN
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA
En las resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre Ucrania aprobadas desde que comenzara la invasión, en febrero de 2022, los Estados miembros de la Unión Europea no solo han votado juntos a la hora de condenar la agresión rusa y, posteriormente, la anexión de las cuatro provincias ucranianas, sino que han logrado arrastrar a sus posiciones a un buen número de países del (mal) llamado «Sur Global», quedándose, con 145 votos, muy cerca de un más que aceptable umbral de 150 Estados sobre los 193 allí representados.
El éxito de la diplomacia europea fue aún mayor en la cumbre con América Latina, celebrada en Bruselas este pasado mes de julio, ya que la UE logró que todos los países de la CELAC (menos Nicaragua) votaran un texto que hablaba de la «agresión rusa contra Ucrania», incluyendo Cuba, Venezuela y Bolivia, que se habían abstenido de condenar a Rusia en Naciones Unidas.
Esa unidad y capacidad de liderazgo global se ha ido al garete en la votación de la semana pasada en la Asamblea General, instando a un alto el fuego en Gaza, cuando cuatro miembros de la UE (Austria, Croacia, República Checa y Hungría) votaron en contra de ese alto el fuego, junto con Israel y EEUU; 15 (Alemania, Bulgaria, Chipre, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Grecia, Italia, Letonia, Lituania, Suecia, Países Bajos, Rumanía, Polonia, Eslovaquia) se abstuvieron; y ocho (Bélgica, Francia, Irlanda, Luxemburgo, Malta, Portugal, Eslovenia, España) votaron a favor, en el mismo sentido que China y Rusia. La resolución fue aprobada por 120 votos a favor, 14 en contra y 45 abstenciones.
Esas divisiones europeas son doblemente perniciosas. Primero, porque nos convierten en un actor irrelevante: ni podemos presionar a EEUU o Israel en un sentido ni al mundo árabe y musulmán en el otro. En política internacional, si quieres que te inviten a la mesa, tienes que ser parte del problema o parte de la solución. Segundo, porque no solo reflejan divisiones entre los países de la UE, sino dentro de ellos, lo que nos hace aún más débiles. Los europeos nos parecemos demasiado al secretario general de la ONU, António Guterres, quien ha puesto su opinión sobre el conflicto («hay que entenderlo en el contexto de la ocupación») por encima de la necesidad de ser un interlocutor válido para las dos partes. Nuestra discusión es moral, pero inútil.