Es un fallo de inteligencia… o de gestión de la información en una burocracia cualquiera
NotMid 15/10/2023
USA en español
En el mundo del espionaje, los éxitos son secretos, pero los fracasos, públicos. Ésa es la diferencia de los servicios de inteligencia con otras organizaciones, públicas o privadas, con o sin ánimo de lucro. Un ejemplo de eso es la ofensiva terrorista de Hamás contra Israel. El desastre de los tres servicios de inteligencia israelíes -el Mossad, el Shin Bet y Aman- es público, y más aún por sus implicaciones políticas, porque se ha producido con un primer ministro, Benjamin Netanyahu, que ha sido llamado a menudo “Señor Seguridad” debido a su obsesión por la protección de su país.
¿Por qué a Israel, un país que vive en un muy justificado estado de alerta permanente, se le ha escapado una operación tan compleja que “necesita meses para ser planeada y ejecutada”, en palabras de Emily Harding, analista del principal think tank especializado en defensa y seguridad de EEUU, Centro para los Estudios Internacionales y Estratégicos (CSIS)? Es una pregunta sin respuesta, al menos por ahora, sobre todo cuando se añade el hecho de que el Gobierno egipcio advirtió al de Israel de que se estaba preparando algún tipo de acción importante en Gaza.
Probablemente no haya una única explicación. Así lo cree el ex director de la CIA John McLaughlin en un artículo publicado esta semana en la web especializada en espionaje de Washington The Cypher Brief. De los análisis de McLaughlin y otros expertos, como Harding, Bruce Hoffman, y el ex-analista de la CIA Bruce Riedel, salen algunas ideas que pueden ayudar a entender el fracaso de la inteligencia israelí. Son, también, casos que se pueden aplicar a prácticamente a cualquier gran organización. Es un fallo de inteligencia… o de gestión de la información en una burocracia cualquiera.
1) Infravaloración de las capacidades del adversario, o de la voluntad de atacar del adversario. A menudo, lo uno va unido a lo otro, y es consecuencia directa de un exceso de confianza. El ejemplo más claro es el de la Guerra del Yom Kippur, hace justo 50 años, en la que los Ejércitos de Egipto y Siria pillaron por sorpresa a un Israel que se había vuelto complaciente tras su victoria en la guerra de los Seis Días y en la de Desgaste que siguió a ésta, contra Israel, Egipto, Jordania Siria, y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Hay otro caso más cercano al actual: la Ofensiva del Tet lanzada en 1968 por la guerrilla comunista del Vietcong, en Vietnam del Sur, contra el Gobierno de ese país y sus aliados estadounidenses. Al igual que el ataque de Hamás, aquél fue lanzado en una festividad nacional -en este caso, la más importante de Vietnam- en la que gran parte del país estaba de celebración, y mostró que el Vietcong había dejado de ser una simple guerrilla para transformarse en una fuerza capaz de llevar a cabo operaciones a escala nacional y de ocupar capitales de provincia.
Los atentados del 11-S llevados a cabo en 2001 por Al Qaeda en Nueva York y Washington son otro ejemplo, lo mismo que la decisión del dictador argentino Leopoldo Galtieri en 1982 de ocupar las islas Malvinas, algo que la Gran Bretaña de Margaret Thatcher sabía que no podía impedir, pero que nunca pensó que los argentinos se fueran a atrever a hacer.
Aunque acaso el mejor ejemplo es el de Josif Stalin, que estaba tan convencido de que Hitler no iba a invadir la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial que retrasó en varias horas la movilización de sus fuerzas convencido de que las noticias del ataque nazi -con quien la URSS se había repartido el Este de Europa- era una falsa alarma.
En algunas de estas operaciones, el atacante da un salto cualitativo y, por ejemplo, pasa de ser una coalición de ejércitos incapaces de dar una a derechas a una fuerza bien equipadas para la ofensiva (el Yom Kippur), de una guerrilla a un ejército (el Tet), o de un grupo terrorista regional a otro global (Al Qaeda). Eso hace que, simplemente con lanzar el ataque, haya ganado, porque eleva su condición y su peligrosidad como enemigo. El Vietcong sufrió una derrota épica en el Tet, pero las imágenes de la toma de la Embajada estadounidense en Saigón y de la reconquista de la antigua capital imperial de Hue empujaron a la opinión pública de EEUU a exigir la retirada de los soldados del Sudeste Asiático. La Guerra del Yom Kippur creó en el mundo árabe la idea de que Israel solo sobreviviría mientras tuviera a Estados Unidos a su lado, lo que acabó dando lugar al 11-S, basado en la estrategia de llevar la guerra al territorio del ‘enemigo lejano’, es decir, a los propios EEUU.
Ahora, en 2023, el reto para Israel es evitar que se cree ese estado de opinión, y lograr derrotar a Hamás, al que nunca había considerado un enemigo verdaderamente serio, de una manera ‘limpia’ y contundente.
2) Distracción. A veces, basta con que la atención esté fijada en otras áreas. Israel lleva meses en una crisis institucional por la política de Netanyahu que ha dividido al país como no le había pasado en sus 76 años de existencia (ahí están las declaraciones hechas a Associated Press el mes pasado por el ex jefe del Mossad, Tamir Pardo, diciendo que Israel “es un estado que practica el apartheid”, en referencia al régimen racista que estuvo en vigor en Sudáfrica hasta 1992). Aunque las democracias, como Israel, suelen tener burocracias más profesionalizadas que las dictaduras, las tensiones políticas pueden tener un impacto negativo en la seguridad nacional. Ahí están para demostrarlo las declaraciones de varios generales israelíes en marzo pasado de que las tensiones políticas desatadas por el Gobierno de Netanyahu estaban afectando a la moral y a la capacidad de combate de las Fuerzas Armadas.
Dejando de lado las tensiones internas, hay muchos casos históricos en los que los espías sabían que se iba a producir un ataque, pero estaban mirando al lugar equivocado. En 1941, Estados Unidos esperaba que Japón le atacase, pero no en Pearl Harbor, sino en Filipinas. McLaughlin, veterano de Vietnam, recuerda que en 1968 la inteligencia estadounidense esperaba un recrudecimiento de los combates en la base de los marines de Khe Sahn, no en todo el país.
Esto también es válido para Israel, que ha considerado siempre a HIzbulá -que opera al norte del país, en Líbano y Siria- un enemigo muchísimo más peligroso que Hamás, que está en Gaza, en el sur. Así que tal vez el problema sea no haberse fijado en el punto cardinal correcto. Otra posible explicación es la fijación de Netanyahu con el programa nuclear de Irán que, aunque es una amenaza mucho más grave en el medio plazo para Israel, no es algo inmediato como lo son las acciones de Hamás. Si Tel-Aviv ignoró lo que pasaba en Gaza porque estaba prestando demasiado atención a Teherán, se habría tratado de un serio fallo de inteligencia.
3) Engaño. No parece que Hamás haya recurrido a esta estrategia. De hecho, las informaciones aparecidas en la prensa internacional apuntan a que los terroristas estaban entrenándose tranquilamente delante de los israelíes. Así pues, no parece que estemos ante un caso como el de 1944, cuando la Alemania nazi esperaba -gracias en buena medida al trabajo del espía español Juan Pujol García, alias ‘Garbo’- que los Aliados desembarcaran en Calais, no en Normandía, o el de 1943, cuando les hicieron creer, por medio de un cadáver echado al mar frente a Huelva, que iban a atacar en Cerdeña, en lugar de en Sicilia. Cuarenta y ocho años más tarde, en febrero de 1991, Estados Unidos hizo creer a Sadam Husein que la liberación de Kuwait empezaría con un desembarco en el emirato; Irak concentró en la costa a sus fuerzas, que quedaron rodeadas por el ‘gancho de izquierda’ de los estadounidenses y británicos, que entraron por el interior de Irak, a través del desierto.
El hecho de que no haya habido engaño, sin embargo, no significa que los israelíes no hayan sido víctimas de autoengaño. En 1968, por ejemplo, Estados Unidos no supo interpretar que la acumulación de tropas rusas no eran unas nuevas maniobras, sino el punto de partida de la invasión de Checoslovaquia. Es posible que Israel viera los preparativos de Hamás pero estimara que no eran el inicio de una gran ofensiva. Esa posibilidad gana enteros si los fundamentalistas islámicos redujeron sus comunicaciones, o dejaron de llevarlas a cabo por medios electrónicos. Es algo que en Afganistán el guerrillero Ahmad Shah Masud usaba a menudo, al transmitir mensajes a sus soldados por medio de notas escritas en lugar de mensajes a través de la radio que pudieran ser interceptados por el Ejército soviético.
4) Exceso de información. Y, a veces, sucede lo contrario: hay demasiado información, y el problema es analizarla. Para Harding, eso es lo que explica el fracaso de Israel. “La comunidad de inteligencia sabía que estaba pasando algo, pero las señales de advertencias eran demasiado vagas como para que resultaran en una acción preventiva y decisiva o en una mejora de las defensas”, ha escrito. Es exactamente lo que pasó el 11-S. En 2001, los servicios de espionaje de Estados Unidos sabían que Al Qaeda estaba preparando algo, posiblemente en el territorio de ese país. De hecho, cuando McLaughlin vio en la sede de la CIA en televisión al segundo avión estrellarse contra el World Trade Center, pensó: “Así que esto es lo que llevábamos esperando todo el verano”.
Esas situaciones son relativamente frecuentes, y a veces se deben incluso a la simple saturación de datos. En enero de 1991, en pleno bombardeo de Irak, un ‘dron’ de los Marines detectó una columna de tanques de ese país que estaba avanzando dentro de Arabia Saudí. Aunque al aparato los grabó y transmitió la información a su base, la cantidad de información que estaban procesando en aquel momento los estadounidenses y sus aliados hizo que nadie prestara atención a la columna acorzada. Pocas horas después, en una sorpresa mayúscula, los iraquíes se hacían por sorpresa con la ciudad saudí de Jafyi. McLaughlin cita en su artículo dentro de esta categoría Pearl Harbor y, también, el intento -fallido, pero por muy poco -de Al Qaeda de hacer explotar un avión el día de Navidad 2009 escondiendo una bomba en la ropa interior del terrorista Umar Faoruk Abdul Mutallah.
Agencias