NotMid 09/10/2023
OPINIÓN
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA
Algunos comentaristas hablan de «fatiga de guerra». Y señalan que Zelenski parecía agotado y preocupado en Granada. Ya, claro. Mientras las crónicas nos contaban el magnífico papel de anfitrión de España, la fascinación de todos los líderes por la Alhambra, selfies y espectáculo flamenco incluidos, y el menú de inspiración andalusí dos estrellas Michelin, Zelenski cargaba con los 52 muertos en un funeral por un misil ruso del día anterior y una ofensiva costosísima que avanza, a duras penas, entre una maraña de minas, trincheras y defensas antitanque rusas.
Si fuera Zelenski, me pesaría ver cómo los republicanos estadounidenses aprovechan su mayoría en la Cámara de Representantes para congelar los fondos dedicados a apoyar militarmente a Ucrania y, peor aún, cómo Vladimir Putin confía en que lo que no está ganando militarmente en el terreno se lo conceda Donald Trump cuando él o cualquiera de los lunáticos que compiten con él lleguen al poder. Miraría también preocupado a la Unión Europea, porque no está aprovechando los cuatro años de tregua que nos ha dado Trump para poder armarse y sostener la guerra en Ucrania por sí misma.
También me llevaría las manos a la cabeza al ver cómo el Gobierno polaco, nervioso porque sus votantes rurales ven caer el precio del grano por las entradas de grano ucraniano, que no puede salir por el Mar Negro por el bloqueo y bombardeos rusos, hace electoralismo con el tema en lugar de buscar una solución razonable en Bruselas. Y también me desesperaría si me pasaran la prensa española de estos días en la que se habla de que nuestro país sería un contribuyente neto al presupuesto comunitario si Ucrania entrara en la UE: vería en ello una singular manera de fatigarse a uno mismo poniéndose la venda antes que la herida y olvidando que ese mismo argumento fue el que otros pusieron encima de la mesa para retrasar la entrada de España en la UE cuando la realidad demostró que los beneficios de la integración fueron (para todos) amplísimos. Si fuera Zelenski volviendo a Kiev, observaría atónito los aspavientos polacos, italianos, británicos y húngaros calificando la inmigración como amenaza existencial. Si fuera Zelenski concluiría que algunos líderes europeos tienen criterios muy extraños para definir lo que es una amenaza existencial.