NotMid 08/10/2023
OPINIÓN
RAFA LATORRE
Otra vez el mismo miedo paralizante que en los días decisivos del procés. Ahora ha encontrado nuevas excusas. La manifestación [convocada para hoy en Barcelona] no tendrá el apoyo de la izquierda oficial, lamentan. En Cataluña no se percibe la amenaza que supone la amnistía, añaden. En los días previos, todo fueron paliativos y sólo Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, hizo el necesario alarde de liderazgo con un vídeo en el que urgía desde Madrid a la movilización en Barcelona. El resto atendió la llamada de Sociedad Civil Catalana pero evitó, con un exceso de prudencia paradójicamente temerario, sumar sus voces a la convocatoria.
Escribo sin saber si la manifestación de Sociedad Civil Catalana será un éxito de asistencia. No hace falta esperar ni un minuto más para concluir que, en los despachos de la oposición, siguen sin entender cuál es el orden que debe guiar cualquier movilización social. Primero se acumulan la razones y luego se cuentan los manifestantes, y no al revés. ¡Basta ya! atesoraba la misma razón moral cuando eran cuatro temerarios que soportaban los escupitajos y las amenazas que cuando recibieron el premio Sajarov, Lo que va de uno a otro momento de la resistencia civil en el País Vasco es una mezcla de tiempo, tozudez y convicción. Y la ignorancia del ridículo. La caricatura es una de las formas más eficaces de desactivar la protesta, porque el ridículo es un potente inhibidor.
Los que parecen haberlo entendido son los de S’ha Acabat, la organización estudiantil que desafía con un arrojo admirable el monopolio nacionalista del espacio público. Son universitarios que prueban lo delicada que es la biosfera catalana. Basta con introducir apenas una micra de libertad para que se desmorone todo un ecosistema.
La nutrida presencia de cargos del PP en la manifestación de Sociedad Civil catalana sugiere que, al menos, son capaces de intuir la excepcionalidad del momento. Quien encontró la fórmula adecuada para designarlo fue José María Aznar cuando invocó la necesidad de canalizar la energía cívica. La prueba es que al equipo de opinión sincronizada le dio un sopor al escucharlo.
El ticket ha tenido la cortesía de definir la amnistía horas antes de que partiera la marcha de Barcelona. Es como si quisieran que los manifestantes fueran plenamente conscientes de contra qué protestan; porque, además, su falta de complejos dio con una definición precisa y desahogada. Pedro Sánchez dijo que la amnistía es una «una forma de tratar de superar las consecuencias judiciales de la situación que vivió España». Lo completó Yolanda Díaz cuando trazó el contexto que la hacía necesaria: «Yo creo que las personas se merecen respeto y las ideas políticas no pueden acabar en los tribunales». La utilidad de Yolanda Díaz para este Gobierno es que es una maestra en ralentizar el debate: detenerse ante una frase tan idiota es una pérdida de tiempo que ella hace necesaria. De manera que Carles Puigdemont está siendo perseguido por sus ideas y no por sus actos delictivos. Si esta es su democracia, se puede adivinar cuál será su amnistía. El dictamen de los martinpallines de Sumar recomienda que el paréntesis de impunidad para el independentismo se abra en 2013. Así quedaría legitimado, no solo el 1 de octubre, sino también el 9-N que con tanta placidez organizó Artur Mas. La duda ya es si la amnistía es el preludio de un referéndum futuro o el prólogo de los que se han celebrado. Quizás ambos. Lo fundamental es que quien busca redención con la amnistía es el Estado. Y eso es intolerable.
La semana política terminaba con un titular de época, que explica mejor que la amnistía hacia dónde se dirige España. Al fin y al cabo, la amnistía es para Sánchez un capricho del destino. Sólo cuando entendió que Puigdemont era un sumando imprescindible para su investidura, abrazó la fe de la amnistía, arrastrando consigo a la más servil claque de opinadores que haya disfrutado un dirigente político en España. Este titular es el resultado de una estrategia más paciente: «El PSOE vota a EH Bildu para liderar a los ayuntamientos de Navarra». La noticia que firma Josean Izarra explica: «El PSOE de Navarra facilitó sus votos en la Federación de Municipios de Navarra para que Xabier Alcuaz, de EH Bildu, sea el primer presidente abertzale de los más de medio millar de consistorios y concejos de la comunidad foral. El apoyo de los socialistas al candidato de Bildu impidió que el alcalde de Tudela, Alejandro Toquero (UPN), accediera a este cargo pese a que su formación gobierna en el 53% de los consistorios navarros».
Esto permitirá a la oposición ubicar el lugar que Sánchez le ha reservado en su configuración del Estado. Bildu ya es el mal menor de UPN. Esto obliga a repensar el concepto. Venimos de unas elecciones tras las que el PP ha regalado sus votos al PSOE o al PNV para evitar distintas catástrofes, de Barcelona a Guipúzcoa. La fórmula es desquiciante: para el PP, el PSOE es el mal menor frente a Bildu o Junts ; y, para el PSOE, Bildu o Junts son el mal menor frente al PP o UPN.
Con esto debería bastar para que el PP se sacudiera de una vez por todas el chantaje emocional de la foto de Colón. Y, sin embargo, esta misma semana, Alberto Núñez Feijóo, en una entrevista con Carlos Alsina en Onda Cero, no encontró mejor respuesta para justificar sus pactos autonómicos y municipales con Vox que la necesidad de evitar una repetición electoral. Suele culparse de estos patinazos al argumentario, pero son los principios los que dan vigor al argumentario y no al revés.
No hace falta esperar a la redacción final del acuerdo, la negociación de la amnistía ya es una exhibición de poder que debería causa pavor a cualquiera que sepa apreciar la libertad conquistada. Sánchez ni siquiera precisó de una mayoría para sacar de sus goznes el marco político y para dejar fuera de él a 11 millones de españoles. Sería un experimento fascinante si las consecuencias no fueran tan previsibles.
El miedo al ridículo ha paralizado durante demasiado tiempo al constitucionalismo en Cataluña. Hace seis años eligió la plaza Urquinaona, en Barcelona, para sentirse arropado en su angostura. Una descarga de energía cívica de inesperada potencia consiguió sacudir entonces a sus dirigentes. Puede que esta vez vuelva a ocurrir, pero también puede que no y es probable que cuando usted lea esto ya sepa cuál es el resultado. Sea como fuere, alguien ha de hacerse cargo de este cúmulo monumental de razones y ese alguien no va a ser el viejo PSOE. Ese ya fue derrotado hace tiempo.