Solo en un país moralmente corrupto podría abrirse la casa-museo de tamaño monstruo Gainsbourg y aceptar sin mayor réplica el testimonio sometido de su muñeca Birkin
NotMid 17/09/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
(Jane y Chita) Este miércoles se abre en París la casa en la que vivió Serge Gainsbourg, el 5 bis de rue de Verneuil. Hace unos meses la visité en compañía de Jane Birkin y Charlotte Gainsbourg: diez minutos del documental Jane por Charlotte, que ahora puede verse en Filmin. Demasiado largo, con repugnantes escenas de amor con perros, decoroso: y eso es lo peor y más insólito, y obligándote a levantar la ceja cada vez que Charlotte, hija de Birkin y Gainsbourg, se propasa en su papel de pija con asunto del faubourg Saint Germain. Pero imprescindible para cualquier vicioso de la françoiserie. En la casa siguen los zapatitos blancos de Gainsbourg, los perfumes aún con aroma de Jane y algunas huellas recónditas de la antigua vida: los arañazos debajo de la mesa de madera del comedor, obra de Kate, hija de Jane y otro hombre, cuando rabiaba de niña cada vez que Gainsbourg la reprendía por comer con la boca abierta o educaciones del tipo.
Abren la casa de Verneuil y yo acabo los diarios de Jane Birkin que ha traducido la editorial Monstruo Bicéfalo. La edición -mimada, espléndida- abarca el período 1957-1982 -básicamente los años de Gainsbourg- y deja para otro momento el que acaba en 2013. Como explica en el prólogo a este primer volumen, Birkin abandonó el diario tras la muerte de Kate, que ese año se tiró por una ventana, en París. El diario está escrito en dos tiempos. En el primero la joven Birkin va anotando lo que le pasa en la vida, con una lengua clara y precisa, sin imposturas, idónea para el género. En el segundo, la mujer madura comenta, aclara y contextualiza algunas de las entradas. Y no juzga.
Hay muchas noticias, claro. Pero ninguna de este calado. En 1966, con 19 años, participa en un casting con Antonioni para Blow-up. Después de examinarla, el italiano le dice que ok. Pero hay una condición: deberá aparecer desnuda. Frontalmente desnuda y es innegociable. Piénsalo, le dice. Cuando llega a casa lo habla con su marido de entonces, John Barry. Él debió de mover la cabeza escéptico. Cómo iba aceptar hacer eso si cada vez que hacían el amor apagaba la luz. Jane Birkin… moi non plus, ¡y haciéndolo puramente táctil! Y 200 páginas más allá esta confesión estremecedora: «Y no me gusta follar. Solo sentirme deseada».
En fin. Menos mal que sale desnuda en Blow-up.
Luego están las numerosas complicaciones que trae este libro a nuestra época. Este párrafo: «La noche del sábado estábamos en Castel [mítico club de Saint Germain] y no recuerdo bien qué pasó, creo que mencionó el nombre de una chica, una actriz o algo así. Yo le di una bofetada suave, creo que incluso cómica, y él me devolvió otra bien fuerte en el ojo derecho. Pasé al menos media hora llorando mientras me tapaba la cara. Cogí mi bolso y Serge lo volcó y tiró por el suelo de Castel todo lo que llevaba. Para qué hablar de la vergüenza que pasé. Cuando recogí todo, furiosa, le quemé con un cigarrillo. Y entonces me dio otro bofetón, me tiró del pelo, me volvió a soltar un tortazo y se largó».
Al cabo de una hora llegó al 5 bis y Gainsbourg le abrió la puerta: «Me llevó a la habitación y me quitó la ropa. Después comencé a vomitar en la sabana, en la almohada, en mi propio pelo. Serge fue muy dulce y muy amable. Yo me sentía horrorosamente mal, me sujetó la cabeza, mi horrible cabeza enferma, me dijo que me metiera los dedos hasta el fondo de la garganta. Es un ángel pero también un ser humano, me vomitó encima al verme vomitar a mí».
Y aun así la escena que prefiero es otra que cuenta la mujer madura muchos años después. También de noche y en Castel. Serge la estaba poniendo francamente nerviosa. Hasta tal punto que le tiró un trozo de tarta a la cara, y con excelente puntería: «El se puso de pie, no hizo gestos estúpidos para limpiarse los ojos como en los dibujos animados, fue hacia la puerta de salida, la recepcionista le abrió paso. Yo, turbadísima por lo que acababa de hacer, salí corriendo detrás de él, le vi girar a la derecha en dirección al boulevard Saint-Germain mientras seguían cayéndole pedazos de tarta a cada paso». Logró adelantarle antes de que llegara al 5 bis y se tiró al Sena. ¡Se tiró al Sena, señores! «Forcejeé desesperada arrastrada por la corriente. Serge se quitó el reloj, que no era water-proof, para lanzarse en mi ayuda, y terminé rescatada por los bomberos, que no andaban muy lejos. Allí, al salir del agua, comprobé que el lavar en seco que ponía en la etiqueta era real y que mi blusa Saint Laurent se había convertido en una camisetita de niño. Serge y yo volvimos a rue de Verneuil cogidos del brazo, todo había quedado perdonado».
Water-proof y lavar en seco deben de ser los divinos detalles Nabokov.
Pero pasa el tiempo por los ríos de alcohol. En los últimos meses de los 12 años que estuvieron juntos, ella conoce a Jacques Doillon, que acabará siendo su marido, y Serge le dice que ha comprado una pistola: «Pero yo no la vi nunca. Creo que, en su estado de confusión, tenía miedo de llegar a pegarse un tiro, por lo que terminó escondiendo las balas. Insisto: yo no era en absoluto una mujer maltratada y Serge vivía el dolor de una separación. En realidad, no era un hombre en absoluto violento». Y Serge aún le dice más: «’Eres la persona de mi vida’. Nunca antes le había dicho algo así a nadie. ‘Eres mía y mataré a quien intente llevarte de mi lado. Perdonaré todos tus errores, para bien y para mal. Soy tu amor incondicional. Soy un incondicional de Jane’. Y aunque me diera miedo, estaba emocionadísima y sabía que era verdad».
Solo en un país corrupto, moralmente corrupto, faisandé, un país hecho de hígado de oca engrosado, que ha rebajado escandalosamente el metoo a una orgánica y fonética condición de mito, podría abrirse la casa-museo de tamaño monstruo Gainsbourg y aceptar sin mayor réplica el testimonio sometido de su muñeca Birkin, impasible ante la violencia que narra y consciente y orgullosa de que él la hizo, incluido cuando la abofeteaba. Solo en un sistema moral que ha convertido la complejidad en atenuante y que dispone que a un significante pueden corresponderle dos significados opuestos, caso del sí, caso del no, es posible entender la carta del 31 de agosto de 1981 que pone fin a su historia con Gainsbourg y al propio libro, la honda carta que comienza Dearest y que acaba advirtiéndole: «Querido Serge, no te olvides los pantalones del monito», porque descuidé decir que estos diarios se llaman Munkey diaries y su interlocutor, de ahí su libertad omnímoda, «es un mono de peluche vestido de jockey que me regaló mi tío tras ganarlo en una tómbola»; y aun descuidé algo más importante y es que «Serge conservó en su maletín los jeans de Munkey hasta el día de su muerte», y luego se fueron con él en su ataúd hacia el otro mundo, faraón.
Qué vertical diferencia la de esa Francia magreada con la España de Reverte y Esquilache donde los hombres son unos hijos de puta y por ende lerende ellas solo putas al fin.
(Ganado el 16 de septiembre, a las 13:58, sin que desde hace días pueda apartarme de la cabeza, siempre pensando en lo mismo, la particularidad intolerable de que la palabra coño sea masculina y su hipotética feminización vaya guasa)