NotMid 07/09/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
Después de que la vicepresidenta del Gobierno se reuniera en Bruselas con un prófugo de la Justicia española, el líder del Partido Popular criticó donde Herrera semejante «anomalía democrática» y pidió al presidente del Gobierno que destituyera a su vicepresidenta si no quería ser cómplice del… «bochorno». Y eso fue todo. El señor Feijóo no convocó a la prensa para una de esas declaraciones institucionales sin preguntas que con tanto énfasis organizan los políticos para cualquier minucia, no decretó el fin de todo diálogo con el Gobierno mientras la vicepresidenta siguiera en su cargo; no describió sus planes inmediatos de viaje a Bruselas para informar a las autoridades comunitarias de la letal trascendencia del encuentro gubernamental con un prófugo cuya inmunidad parlamentaria retiró hace pocas semanas la Justicia europea; no anunció su voluntad de llevar a la mesa del Congreso la severa exigencia de información y explicaciones; ni dijo, aunque fuera con cautela, que estudiaría con sus juristas la posibilidad de que la vicepresidenta hubiera incurrido en algún tipo de responsabilidad penal. Y no: tampoco anunció la suspensión, por puramente humillante, del encuentro previsto con Sumar, en los contactos que mantiene para disimular la improbabilidad manifiesta de que pueda formar gobierno. Por agudo contraste, pasadas las veinticuatro horas desde el bochorno y duchado quizá un par de veces, el señor Feijóo, otra vez desencajado tras su efímera recalada en la igualdad, anunció su disposición «a buscar un nuevo encaje del problema territorial de Cataluña» (salvo las menudencias gramaticales todas las palabras de esta frase son falsas y la que más Cataluña), aunque -cabe tranquilizarse- «de acuerdo con la ley».
La relación del señor Feijóo con la realidad es más bien problemática, como ha demostrado desde que dejó de ser, nominalmente, presidente de la Junta de Galicia. El principal de sus problemas es que sigue viviendo en Santiago de Compostela, o donde viviera. Pero las consecuencias no solo son del orden melancólico o vagamente sentimental, morriñoso. Vivir en Galicia significa vivir creyendo que aún ejerce el poder. De ahí la naturalidad con la que promovió y aceptó el desafortunado encargo del Rey. E incluso -paradójicamente: a veces los delirios son creativos- la razón de su clara victoria en el debate televisivo con el presidente, al que trató como al impertinente opositor. Sin embargo, contra su quimera, su costumbre y su carácter Feijóo es ahora el líder de la oposición. Aunque lo que quiero decir exactamente, al hilo de su asombrosa reacción ante el escarnio de la vicepresidenta, es que ni líder ni de la oposición.