Altos funcionarios de Washington censuran el lanzamiento de una ofensiva de tres ejes en el sur del país
NotMid 30/08/2023
USA en español
Una parte de las relaciones entre la OTAN y Ucrania se fundamentan en el whisky escocés Glenmorangie. Según el diario británico The Guardian, ése es el regalo que el jefe del Estado Mayor del Reino Unido, el almirante Tony Radakin, suele llevar a las reuniones con su homólogo ucraniano, el general Valeri Zanuhnyi, en la frontera entre ese país y Polonia. A los encuentros también suele asistir el comandante en jefe de la OTAN, el general estadounidense Christopher Cavoli. Pero parece ser Radakin quien tiene mejor relación con Zanuhnyi, hasta el punto de estar empezando a convertirse en el verdadero enlace para asuntos militares entre las democracias que apoyan a Kiev y el Gobierno de Volodimir Zelenski.
Que Radakin haya ganado en protagonismo no es sorprendente. Al igual que en las guerras del Golfo, de Irak y de Afganistán – y, con anterioridad, en la ayuda a los muyahidín que combatían a la Unión Soviética en ese último país – los británicos se toman un margen de libertad mucho más grande que los estadounidenses. Las visitas de Mark Milley – el homólogo estadounidense de Radakin y Zanuhnyi, a la frontera ucraniano-polaca – están rigurosamente restringidas por el propio Gobierno de Washington, a pesar de que es ése el Gobierno que ha articulado la mayor parte de la ayuda a Kiev.
Tanto por consideraciones de política internacional como nacional – el ala ultra del Partido Republicano está optando por una posición abiertamente pro-rusa, con la que Donald Trump simpatiza – Joe Biden no quiere que Milley se vea con los ucranianos, igual que Ronald Reagan no dejaba a los soldados estadounidenses entrar en el Afganistán ocupado por los soviéticos mientras Margaret Thatcher sí daba ‘luz verde’ a las fuerzas especiales británicas (SAS) para que entraran cientos de kilómetros en el país a entrenar a los muyahidín.
Pero el distanciamiento entre Kiev y Washington va más allá de las relaciones entre los militares. Desde hace más de un mes, el Departamento de Defensa de EEUU, con el abierto apoyo del Consejo de Seguridad Nacional, que depende de la Casa Blanca, ha lanzado una campaña para desacreditar la estrategia militar de Ucrania. En declaraciones en ‘off the record’, en las que los periodistas y sus fuentes acuerdan no citar el origen de las informaciones, EEUU ha declarado que los ucranianos han pecado simultáneamente de exceso de confianza y de falta de confianza en sí mismos; han criticado sus ataques a infraestructuras civiles, como barcos mercantes y puertos rusos; han dado a entender que las bajas ucranianas son insostenibles, y, finalmente, han censurado la estrategia de Kiev de defender primero la ciudad de Bajmut y ahora tratar de reconquistarla, y de lanzar una ofensiva de tres ejes en el sur del país.
Si se quita el educado lenguaje diplomático de la permanente muletilla “los ucranianos deciden cómo es su guerra y nosotros les apoyaremos hasta el final”, esas críticas, en muchas ocasiones formuladas por cargos del más alto nivel, son una censura total y absoluta de la estrategia militar del Gobierno de Kiev que éste, a su vez, rechaza de plano. Para entender las recriminaciones, lo mejor es revisar el mapa.
Ucrania lanzó su ofensiva en el sur en junio en tres frentes en el óblast (provincia) de Zaporiyia , acompañada de ataques de diversión hacia el Oeste, en la de Jersón. De los tres ejes de ataque, el situado más al oeste apenas ha avanzado; el del centro lo ha hecho en unos 15 kilómetros, hasta situarse ahora mismo en las primeras líneas de la red de fortificaciones más avanzadas rusas, que protegen el acceso a las ciudades de Tokmak y Melitopol; y el del este ha progresado unos diez kilómetros, en dirección a la ciudad de Mariupol.
Según Washington, Ucrania debería haber lanzado un único ataque, en dirección a Tokmak (30.000 habitantes) y Melitopol (150.000 habitantes), ya que la toma de esta última ciudad le permitiría prácticamente partir en dos la parte del sur del país que Rusia ocupa desde 2022 y, además, poner en muy grave peligro el abastecimiento de Rusia a Crimea. El resto es solo perder el tiempo.
Y perder el tiempo, arguye Washington, es también luchar por Bajmut, una ciudad que antes de la guerra tenía más de 70.000 habitantes. Ya en el invierno, el propio Milley dijo que Ucrania debería abandonar Bajmut, que el Grupo Wagner tomó a un precio en vidas inimaginable en junio, justo antes de que se produjera la ruptura entre Evgeny Prigozhin y Vladimir Putin. Kiev no hizo caso entonces, y tampoco lo está haciendo ahora. Desde que perdieron el control de Bajmut – o de lo que queda de ella, dado que la ciudad está fundamentalmente aplanada tras un año de combates -, las Fuerzas Armadas de Ucrania han lanzado una contraofensiva que las ha llevado a amenazar los suministros rusos por el norte y el sur e incluso a tomar una pequeña sección de la localidad. Para EEUU, eso es una distracción innecesaria del ataque a Tokmak y Melitopol
EEUU también acusa a las Fuerzas Armadas de Ucrania de exceso de optimismo, al generar unas expectativas inalcanzables entre su propia población acerca del éxito de la ofensiva, y, paradójicamente, de exceso de cautela, al comprometer apenas una fracción de las unidades y, sobre todo, del nuevo material que han recibido.
Las críticas no han sentado nada bien ni a los ucranianos ni a los muchos aliados que éstos tienen en Washington, que las rebaten una a una. Según ese grupo, tomar Tokmak y Melitopol es, desde luego, lo más importante pero los rusos piensan lo mismo, así que han concentrado en ese sector del frente una cantidad formidable de trincheras, soldados y medios pesados.
Ucrania ha respondido a eso creando múltiples ejes de ataque, en Jersón, en otras zonas de Zaporiyia , y en Bajmut, lo que obliga a los generales rusos a tener desplegadas unidades a lo largo de cientos de kilómetros, en vez de concentrarlas en el eje Tokmak-Melitopol. En los últimos días, Moscú ha tenido que trasladar varias unidades de élite a ese frente lo que, según esa teoría, explica los nuevos avances de Ucrania en Bajmut. Lo cual también lleva a otro punto de los ucranianos: han puesto en primera línea a pocas brigadas porque quieren mantener tropas de refresco que les permitan hacer rotaciones de soldados, evitando tener así a las mismas tropas en primera línea durante periodos excesivamente largos de tiempo, lo que puede hacer que la ofensiva acabe solo por extenuación de los combatientes.
Para Kiev, pretender que unas Fuerzas Armadas como las de Ucrania, sin apenas Fuerza Aérea, y superadas numéricamente de manera avasalladora por las de Rusia, se lancen en masa a la zona más crítica – y, también, más defendida – del frente sí es correr riesgos. A fin de cuentas, y pese a que tenían el control total del aire, los Aliados tardaron dos meses en salir de la región que circundaba a las playas del desembarco de Normandía y empezar a avanzar hacia el interior de Francia.
Las críticas de Kiev no terminan ahí. El Gobierno de Zelenski se queja de que los tanques estadounidenses M-1 Abrams no le serán entregados hasta probablemente octubre, cuando la lluvia haga intransitable para los medios pesados todo el territorio de Zaporiyia . Los cazabombarderos estadounidense F-16 no serán operativos hasta, tal vez, junio del año que viene, y los suecos JAS-39 Grippen, que Estocolmo está dispuesto a entregar a Kiev, tienen motores fabricados en EEUU, por lo que, de nuevo, para que se lleve a cabo la transferencia, Washington deberá dar ‘luz verde’ a la entrega. Y el caso de los F-16, donde el Gobierno de Biden dio largas durante meses, no hace prever que eso vaya a producirse necesariamente pronto. Entretanto, Ucrania sigue sin recibir los misiles de largo alcance estadounidenses ATCMS, y el Gobierno alemán tampoco parece muy convencido acerca de la idea de entregarse los Taurus, que tienen un alcance similar.
Las críticas estadounidenses y el bloqueo a la entrega de nuevos sistemas de armas han desatado la especulación en EEUU sobre lo que quiere Biden. Todo parece indicar que el presidente estadounidense no desea que la guerra y, menos aún, las consecuencias económicas de ésta, se conviertan en un problema para su reelección en 2024, y tampoco quiere una derrota militar rusa que provoque el colapso de ese país y la sustitución de Vladimir Putin por alguien todavía más nacionalista. Eso, para Ucrania, es el peor escenario, porque significa la congelación del conflicto, algo que Rusia aceptaría encantada.
La tensión, así pues, entre Washington y Kiev está subiendo. Y no parece que vaya a disiparse, por más botellas de Glenmorainge que Radakin le lleve a Valeri Zanuhnyi.
Agencias