Estamos pasando de un Estado de derecho tutelado por jueces a un régimen de opinión fiscalizado por periodistas
NotMid 28/08/2023
OPINIÓN
JUAN CLAUDIO DE RAMÓN
Reunió Rubiales a sus allegados, cosechó aplausos y solo faltó que se cantasen seguidillas para que la asamblea de la Real Federación Española de Fútbol se convirtiera en el patio del señor Monipodio, el padrino de bribones descrito por Cervantes en Rinconete y Cortadillo. No se leyó la «Memoria de las cuchilladas que se han de dar esta semana», si bien no faltó la derrama de mercedes: a Vilda, Rubiales le triplicó el sueldo en directo. No, no es el manido esperpento el género que compendia la España de hoy; es la más desmelenada picaresca, degeneración previsible en un país sin referentes, sumido en la anomia y, en total, fuera de madre. Cervantes dijo que sus novelas eran ejemplares por un pretendido propósito moralizante (pretendido porque tengo para mí que Cervantes solo quería entretener). De ejemplaridad va este debate. La ejemplaridad demanda modelos: ¿qué modelos tenía para dimitir Rubiales en el país donde nadie dimite, empezando por su némesis y feroz inculpadora, la ministra Montero, que sigue en su cargo tras el estropicio cósmico de la Ley del solo sí es sí?
En su alegato, Rubiales preguntó si dar un pico que él cree consentido es motivo para pedir su dimisión. La respuesta es sí. Si obtuvo permiso, la falta está en haberlo pedirlo. Hay cosas que no se piden y cosas que no se hacen, como agarrarse los genitales en un palco de autoridades. Menos aún si eres presidente. En el facticio mundo de la ideología, puede que Rubiales sea un agresor sexual. En el mundo de la vida, desde donde razona la mayoría, la mala educación es algo por lo que todavía cabe pedir cuentas. Rubiales personifica al tipo que peor nos cae a los españoles, para el que el diccionario reserva una gráfica palabra: el impresentable. Dicho esto, de su frondoso historial de irregularidades, será lo más chusco, no lo más grave, aquello que lo destrone. Es la turbadora moraleja: estamos pasando de un Estado de derecho tutelado por jueces a un régimen de opinión fiscalizado por periodistas, en el que lesionar la ley objetiva e impersonal trae menos problemas que salirse en público del credo ideológico que goza de boga. Cuando Cervantes escribía novelas existían en España los autos de fe, procedimientos cuya finalidad no era depurar una culpa individual sino extirpar herejías. Si Rubiales ha de ser juzgado, que lo sea ante un juez por sus presuntos delitos, no por sus pecados ante el Santo Oficio de las tertulias.