El Gobierno de Trudeau clausura el paso de Roxham Road, por donde este año han entrado 40.000 personas. Las ONG critican el giro anti-migratorio de un país tradicionalmente abierto a los extranjeros
NotMid 01/05/2023
MUNDO
Canadá solía ser una tierra prometida para los extranjeros. Hoy, éstos constituyen una cuarta parte de la población del país, lo que supone la mayor cifra de los últimos 150 años y una de las más altas de los países occidentales industrializados. Ya en el siglo XIX y tras independizarse de Reino Unido, Canadá utilizó la inmigración para fomentar el desarrollo de enormes extensiones de tierra vacía.
Pero algo ha cambiado para siempre. El 25 de marzo, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, anunció el cierre del paso fronterizo de Roxham Road, en la provincia canadiense de Quebec y el más cercano a Estados Unidos. En los últimos meses, miles de migrantes, la mayoría procedente de Latinoamérica, han llegado a Canadá por este cruce irregular. Muchos, animados por las dificultades burocráticas en Estados Unidos, tan infranqueables como un muro, tal vez el más alto.
La decisión de cerrar Roxham Road obedece a un acuerdo entre Trudeau y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y supone que los agentes fronterizos deportarán a todo aquel que cruce, quitándoles también para siempre el derecho de volver a pedir asilo en Canadá.
Antes de esta decisión y en virtud del Acuerdo de Tercer País Seguro (firmado en 2004), Canadá podía devolver a EEUU a cualquier persona que intentara ingresar de manera irregular por los puntos de entrada oficiales (el acuerdo obligaba a pedir asilo en el primer país de entrada) pero no se decía nada sobre los puntos no oficiales. Y Roxham Road era uno de ellos. Sólo en 2022, más de 40.000 personas -originarias de Haití, Venezuela o El Salvador, pero también de países tan lejanos como Afganistán o Siria- entraron por ese paso.
“Los que llegan a menudo no tienen futuro en EEUU, allí el sistema es extremadamente lento y los motivos para aceptar una solicitud de asilo no son tan amplios; por ejemplo no se reconoce el supuesto de que sean víctimas de violencia machista, algo que sí ocurre en Canadá. Y aquí las ayudas sociales son más amplias“, explica por teléfono Maryse Poisson, directora de iniciativas sociales de Collectif Bienvenue, una ONG que desde 2018 se encarga de dar ayuda de primera necesidad a los recién llegados.
“Muchas familias están en la pobreza. Les falta de todo, les ayudamos a encontrar desde pañales a ropa, colchones, camas, más adelante apartamentos donde puedan empezar”, explica Poisson, “preocupada” por el cierre de Roxham Road. “Muchos de los migrantes se enteraron sobre la marcha, cuando ya estaban allí”, continúa, segura de que, tras el cierre de este cruce, los refugiados tratarán de entrar en Canadá a través de otros puntos, a lo largo de la frontera de 9.000 kilómetros que separa ambos países.
Mientras tanto, se espera que la Corte Suprema de Canadá se pronuncie próximamente sobre la legalidad del Acuerdo de Tercer País Seguro, que lleva años siendo recurrido por diversas organizaciones de derechos humanos. “Como todos los países, Canadá quiere menos refugiados”, lamentaba hace unos días en declaraciones a The Guardian Audrey Macklin, experta en Derechos Humanos e Inmigración de la Facultad de Derecho de la Universidad de Toronto y continuaba: “Pero este país puede hacer mucho más. Recientemente ha ayudado a reasentar a más de 150.000 ucranianos con apenas antelación y sin sobrecargar el sistema de inmigración“.
Detrás del cierre de Roxham Road hay una retórica anti migratoria del Gobierno de Quebec, sostiene Poisson. La provincia está gobernada por el conservador François Legault, quien ha fijado un tope de inmigrantes en 2023 y una de cuyas prioridades es frenar el “declive de los franceses”. “Llevan meses pidiéndolo, con falsos argumentos, de una supuesta invasión que no es tal”, denuncia Poisson. Según el Informe sobre las Migraciones en el Mundo de 2022, Canadá ocupa el octavo lugar como lugar de destino de los migrantes internacionales (el primero es Estados Unidos, seguido de Alemania y Arabia Saudí).
En enero de 2023, las autoridades encontraron el cadáver de Fritznel Richard, haitiano de 44 años, cerca de Roxham Road. Había muerto congelado. Un voluntario consiguió el teléfono de la mujer de Richard, Guenda, que estaba con el hijo de ambos en Florida. Guenda y Richard se habían conocido en Puerto Príncipe compartiendo un mango. Años después, decidieron huir del país más pobre de América, encerrado en una espiral de violencia, corrupción y desastres.
Juntos atravesaron la selva del Darién, cruzaron 12 países en autobús y a pie y llegaron a Montreal, la tierra prometida de la que habían oído hablar. Al cabo de los meses, sin embargo, sin trabajo y con un bebé al que alimentar, decidieron separarse. Ella y el niño volverían a Florida, allí tenían algún familiar; él se quedaría en Canadá, donde esperaba obtener pronto el permiso de trabajo. Pero cuando llegó la Navidad, Richard no soportó la tristeza, así que pagó a un traficante de personas para que lo ayudara a cruzar por Roxham Road, en sentido inverso a tantos miles. El día del viaje había un temporal de frío. Guenda recibió una llamada: “Me muero, te amo”. Ella le pidió que llamara al 911 pero él tenía miedo de ser deportado -en Canadá o en Estados Unidos- con destino a Haití. Aquel caso conmocionó a la comunidad haitiana de ambos lados de la frontera.
La cifra de personas refugiadas y desplazadas en todo el mundo no ha dejado de crecer en la última década. Ya son 100 millones. Una de cada 88 personas está obligada a dejar su casa, sus raíces. “Las personas que huyen de la violencia correrán riesgos enormes, incluso mortales, para llegar a países más seguros. Somos testigos de un patrón a escala global, en el Mar, y en las rutas hacia el norte de América. Canadá demostró un liderazgo compasivo en el pasado, ahora puede hacer algo mejor que rechazar a las pocas decenas de miles que lo arriesgan todo para llegar a su frontera sur”, decía la directora ejecutiva de Médicos del Mundo en Canadá, Nadja Pollaert, en una tribuna publicada el 9 de abril en Toronto Star.
El 25 de marzo, horas después del cierre de Roxham Road, en un paisaje de desolación y fríopa, una periodista de CBC hablaba con los primeros desterrados. “Es horrible, no tengo ningún sitio al que ir”, decía Olivier, camerunés. Había gastado todo su dinero en atravesar el mundo, pero esa última puerta estaba también cerrada.
Agencias