NotMid 12/02/2023
MUNDO
Para saber lo que se espera del curso de la guerra a partir de su aniversario, el inminente 24 de febrero, hay que escuchar más a los militares que a los políticos. Como estos primeros suelen guardar silencio, hay que buscar otros actores que puedan darnos apuntes certeros. Y ahí nos vamos a la mismísima Alianza Atlántica. Su secretario general, el noruego Jens Stoltenberg, realizó recientemente una gira por Asia donde habló en distintos foros. Fue un viaje inteligente, en busca de la “solidaridad frente a las amenazas comunes, a pesar de que nos separen océanos”. Stoltenberg comparó la sombra negra que Moscú proyecta sobre sus vecinos europeos con la de Pekín sobre los asiáticos. Apeló a conectar la seguridad euroatlántica con la indopacífica y, con sólo cuatro palabras, lanzó alto y claro este mensaje en relevantes capitales como Tokio y Seúl: “Nuestra seguridad está conectada”.
En Corea del Sur fue exactamente donde Stoltenberg avanzó lo que todos los expertos buscan profetizar con el aniversario de la guerra en Ucrania. El líder de la OTAN habló de lo que se avecina sin tapujos: “Nadie puede decir cuándo terminará la guerra. Pero no vemos ninguna señal de que Moscú esté pensando en la paz. Todo lo contrario. Se está preparando para más guerra. Está movilizando más soldados, más de 200.000, muchos más. Está adquiriendo nuevas armas, munición, aumentando su propia producción y comprando a la vez a estados autoritarios como Irán y Corea del Norte. Tampoco hay signos de que Putin haya cambiado su objetivo inicial de controlar Ucrania. Y es por todo ello por lo que estamos preparados para una guerra a largo plazo. Todo aquel que crea en la democracia, en el orden internacional basado en reglas, es consciente de lo extremadamente importante que es que Putin no gane. Primero, porque sería una tragedia para los ucranianos, pero también porque sería un peligro para todos nosotros. El mundo sería más peligroso, y nosotros más vulnerables, ya que el mensaje que se enviaría a los líderes autoritarios del mundo es que pueden conseguir lo que quieran con el uso de la fuerza. De ahí que debamos seguir apoyando a Ucrania el tiempo que sea necesario”.
Una guerra “a largo plazo”, un Kremlin que desprecia las fronteras y que puede ser imparable en la toma de territorios, la seguridad de todos está interconectada… El mantra de Stoltenberg es el que se repite también desde países como Polonia o los bálticos. Putin no parará en Ucrania; los próximos podemos ser nosotros, el resto de Europa. Pero el aviso y la reflexión de Varsovia o Vilna no han estado calando como se esperaba en el resto de los socios europeos, entre ellos, Berlín, que se pensó más de una, dos y tres veces dar vía libre a que los tanques Leopard surcaran el barro ucraniano.
Ahora la pelota está de nuevo en el tejado de los aliados, con la petición de Volodimir Zelenski del envío de aviones de combate occidentales para ser pilotados por uniformados ucranianos. Reino Unido ya ha dicho que sí, Francia que quizá y Alemania que no. El conflicto será de larga duración, Zelenski lo asume como una carrera de fondo y los miembros de la UE seguirán enfrentándose en los próximos meses a desafíos impensables hace apenas 13 meses. Cada día, se escriben las páginas de un capítulo vital en la Historia del Viejo Continente.
Y aquí hay que destacar una paradoja: el sentido europeo de los británicos. Tres años exactos después de la salida oficial del Reino Unido de la Unión Europea (1 de febrero de 2020), Londres está poniéndose al frente de la salvación de Europa en la guerra de Ucrania. Con una interpretación sajona, muy dispar a la cautela germana, Downing Street se ha situado a la vanguardia del conflicto, apoyando a pecho descubierto todas las peticiones que llegan desde Kiev.
Así, brexiteros como el ex premier Boris Johnson están aprovechando para limpiar su imagen y dejar claro que para ellos Europa no es el club de Bruselas, sino frenar el paso al enemigo que está a las puertas y que amenaza la supervivencia de nuestros ensalzados valores. Con su inconfundible melena rubia al viento gélido de Kiev, Boris Johnson acudió el pasado 22 de enero a visitar de nuevo a su “amigo” Zelenski. A los pies de la escalinata del Palacio Presidencial, Johnson dijo mirando a los ojos del mandatario en guerra: “Seré tu soldado de a pie y tu portador de lanzas”. Dos semanas y media después, este mismo miércoles, Zelenski le devolvía el apoyo durante un discurso histórico en el bello neogótico Westminster Hall de la capital británica. “Gracias, Boris, por mantener un frente unido contra Rusia cuando parecía imposible”.
Los tambores de guerra siguen sonando en Europa. Conforme se aproxima la fatídica fecha del aniversario del conflicto, aumenta la inquietud e incertidumbre ante los planes previstos o próximos pasos a dar por el inquilino del Kremlin. La amenaza de la bomba nuclear táctica vuelve a estar sobre la mesa, así como una nueva invasión por la frontera bielorrusa. Nadie está a salvo: hace 48 horas, un misil ruso pasó a 35 kilómetros de la frontera de Rumanía, puro territorio OTAN. Occidente sube la guardia y contiene el aliento.
Agencias