Estos son los testimonios del jefe de investigación de la web independiente rusa ‘Meduza’ , premio Internacional de periodismo, horas después de que el Kremlin declarase su medio “indeseable”
NotMid 02/02/2023
OPINIÓN
ALEXEI KOVALEV
En mi país natal de Rusia, soy un delincuente. No por cometer asesinato o fraude, sino por ser el jefe de investigación de Meduza, un medio de comunicación independiente en lengua rusa, que opera desde el exilio en Riga, Letonia. Hasta principios de marzo del año pasado, poco después de que estallara la invasión rusa de Ucrania, vivía en mi Moscú natal, al igual que varios de mis colegas que cubren Rusia como reporteros y redactores. Pero el día 3 de ese mes, crucé la frontera hacia Letonia a pie, con mi mujer, nuestro bulldog francés y los pedacitos de nuestra vida pasada que nos cabían en un par de maletas. Al día siguiente, cuando llegamos a la capital, Riga, el Parlamento ruso aprobó una serie de leyes, firmadas inmediatamente por el presidente Putin, que convertían mi trabajo en un delito penal.
En los primeros días tras el anuncio de Vladimir Putin de su “operación militar especial”, -lo que nosotros conocemos como la invasión del territorio ucraniano-, la mayoría de los medios de comunicación independientes de Rusia recibieron un memorándum del Ministerio de Censura ruso, Roskomnadzor. Se les exigía, a ellos y a todos los que trabajaban en el mundo del periodismo, bajo la amenaza de severas multas y el cierre total de sus empresas, que, a partir de ese momento, utilizaran única y exclusivamente material sobre la “operación especial” proporcionado por las autoridades rusas. Todo lo demás, según esta demanda, era ahora “información falsa”. Incluso la propia palabra “guerra” era ahora una violación contra el Kremlin. Nos negamos a cumplir y a referirnos a esto como lo que en realidad era: una guerra, una invasión en la que el Ejército ruso cometió actos de violencia injustificada contra civiles ucranianos.
Ahora, una legislación especial nos prohíbe hacer precisamente eso: nuestro trabajo como periodistas. Por si fuera poco, el día de la aprobación de estas leyes y mi exilio forzado del país, el Gobierno ruso también bloqueó la página web de Meduza y la de la mayoría de los medios de comunicación independientes, y cerró la última emisora de radio nacional independiente que quedaba, Eco de Moscú, y el canal TV Rain. A día de hoy, no existe ningún medio de comunicación independiente y libre de censura al que se pueda acceder dentro de Rusia sin tener que tomar algunas medidas adicionales.
Pero nos habíamos estado preparando para esta situación. Habíamos empezado a educar a nuestra audiencia en el uso de las VPN y otros mecanismos para eludir la censura mucho antes de que las tropas rusas pisaran suelo ucraniano y, en el momento de nuestro bloqueo por parte del Kremlin, ya contábamos con una fiel audiencia de millones de lectores que siguen accediendo a nuestra web, nuestra aplicación móvil y nuestras redes sociales todos los días. Y cuando estalló la invasión -el 24 de febrero de 2022 me despertó una llamada del director que simplemente me dijo “ha comenzado”-, empezamos a documentarla, como corresponde a los periodistas, día tras día, grabando los desgarradores testimonios de los supervivientes de Mariupol, siguiendo el sangriento rastro de los crímenes de guerra, y cubriendo la dura persecución del Kremlin contra los activistas antibelicistas en Rusia. Nuestros lectores rusos nunca nos abandonaron.
Parece que prohibirnos dentro del ciberespacio ruso -y declarar a Meduza “agente extranjero” en abril de 2021, lo que nos obligó a desarrollar un modelo de negocio totalmente distinto de la noche a la mañana- no fue suficiente para el Kremlin, evidentemente frustrado por nuestra insistencia en contar a millones de rusos la verdad sobre la guerra de Putin. El pasado 26 de enero, la Oficina de la Fiscalía General de Rusia declaró ilegal a Meduza por ser una “organización indeseable” y una “amenaza para los fundamentos del orden constitucional y la seguridad de la Federación Rusa”. Ahora, todo tipo de “interacción” con Meduza, ya sea compartir enlaces a nuestros artículos en las redes sociales o hacer donaciones a nuestra campaña de crowdfunding, se considera un delito grave que puede acarrear condenas de cárcel. Esto no es más que otro intento de intimidar y alienar no sólo a nuestros anunciantes -ya no nos quedaba ninguno en Rusia tras nuestra designación como “agente extranjero”-, sino también a la principal razón por la que seguimos trabajando, nuestros lectores.
No podré volver a mi casa y ver a mis padres, otros familiares, amigos, volver a lo que fue mi vida durante 41 años en mi ciudad natal, Moscú. Por el mero hecho de que mi nombre aparezca en decenas de titulares de una organización “indeseable”, puede que me haya garantizado un enjuiciamiento penal si algún día me encuentro de vuelta en Rusia. Pero ya había tomado mi decisión. Mis colegas y yo nos comprometimos a seguir haciendo el trabajo más importante de nuestras carreras y de nuestras vidas. Por supuesto, ahora será aún más difícil: no podemos dejar que la gente en Rusia nos envíe dinero y comparta nuestras historias, los colaboradores independientes tienen que ser anónimos para protegerlos de la persecución, y los expertos y las fuentes que quizás habrían colaborado con Meduza serán intimidados para que se nieguen a hablar con nosotros. Pero declararnos ilegales significa que al Gobierno ruso no le quedan otras herramientas para silenciarnos. Ya ha fracasado en todo lo demás.
Nuestro objetivo hoy es más claro que nunca: documentar las atrocidades cometidas por el Ejército de nuestro país, en nuestro nombre y en el de nuestros abuelos y abuelas que lucharon y sangraron para que una desgracia de esta magnitud no volviera a repetirse. Cuando llegue el momento de juzgar a los responsables de esta guerra, estaremos allí para aportar pruebas a los fiscales. Tener un objetivo así de claro nos anima a seguir adelante con nuestra misión.
Lo único que le pedimos es que aprecie nuestro trabajo. Somos una pequeña redacción independiente que trabaja en unas condiciones muy desfavorables y que no dispone ni de la décima parte de los recursos que la maquinaria propagandística de Putin destina al mundo hispanohablante para compartir sus narrativas pro Kremlin y sus teorías conspirativas para socavar el apoyo a la soberanía de Ucrania. Desvelamos la verdad que es difícil de encontrar y cara de publicar a diario. Rara vez se ve favorecida por los algoritmos de las redes sociales. Como es nuestro caso, la verdad es, con frecuencia, suprimida por gobiernos hostiles. Es desagradable de oír y deprimente de ver. Pero es el único camino hacia el lado correcto de la historia.