A finales de 2021, había 282 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria extrema. A finales de 2022, la cifra rondaba los 345 millones
NotMid 01/02/2023
MUNDO
En Pakistán, seis meses después de que unas inundaciones extremas sumergieran un tercio del país, hay más de 10 millones de familias que vivían de la tierra y que ahora no tienen nada que llevarse a la boca porque sus cultivos todavía siguen bajo el agua. Si eso no fuera suficiente, las temperaturas están descendiendo al punto de congelación durante las gélidas noches que abrazan a comunidades enteras que, al igual que se quedaron sin la agricultura de la que subsistían, también perdieron los techos y paredes de sus casas.
En Dagahaley, uno de los campamentos de refugiados más grandes del mundo, levantado en el norte de Kenia en 1991 para aquellos que escapaban de la guerra civil en Somalia, se están quedando sin alimentos. No paran de llegar refugiados hambrientos que huyen del eterno conflicto en el Cuerno de África y de la catastrófica crisis del hambre en la región. El campamento acoge a alrededor de 230.000 personas, más del triple de su capacidad. Las organizaciones humanitarias que allí trabajan dicen que, estos últimos meses, la tasa de desnutrición, principalmente en niños, ha crecido un 45%. Sus recursos, empezando por algo tan básico como el agua, se están agotando.
En Siria, tras 12 años de una guerra interminable, hay más de 12 millones de personas que no saben si mañana tendrán un plato de comida en la mesa. Es lo que aseguró esta semana David Beasley, jefe del Programa Mundial de Alimentos (PMA): “Hay otros tres millones de personas que correr riesgo de morir de hambre. Dentro de poco, el 70% de la población no tendrá nada para alimentarse“.
En la ermitaña Corea del Norte, tras tres largos años con sus herméticas fronteras más cerradas de lo habitual por la pandemia, están atravesando el peor período de inseguridad alimentaria desde que una hambruna masiva devastó el país hace casi 30 años, cuando la caída de la Unión Soviética dejó a Pyongyang sin suministros. Las cosechas de cereales y trigo están bajo mínimos. Pero a falta de comida, el régimen de Kim Jong-un se consuela jugando con sus misiles balísticos a un ritmo sin precedentes. Cada cual tiene sus prioridades.
El mundo tiene hambre. Mucha hambre. La pandemia y la guerra en Ucrania han dejado una situación límite. “El año 2023 será recordado por una hambruna mundial. A finales de 2021, había 282 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria extrema. A finales de 2022, rondaba los 345 millones. Cincuenta millones de personas podrían morir de hambre a principios de 2023 si se sigue la trayectoria actual”, reza un informe reciente de la PMA, que es el programa de la ONU que se encarga de la asistencia alimentaria global.
“El costo de los alimentos en todo el mundo ha aumentado un 65% desde el comienzo de la pandemia y un 12% en solo un año desde el comienzo de la Invasión rusa de Ucrania”, señala otro informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que apunta al impacto destructivo que ha tenido la guerra en las redes de distribución de alimentos, llevando a un aumento en los precios de los fertilizantes y de la energía. “Se está viendo aumentos de precios en todos lados, desde el 60% en Estados Unidos, hasta el 1.900% en Sudán“, afirma Sara Menker, directora ejecutiva de Gro Intelligence, una plataforma de datos climáticos y agrícolas que rastrea los precios de los alimentos.
La crisis alimentaria mundial se ha amplificado desde la invasión lanzada por Rusia, que continúa bloqueando siete de los 13 puertos utilizados por Ucrania para sacar el grano. La guerra, que ha contribuido al aumento de los costos de los alimentos, del combustible y ha interrumpido las cadenas de suministro, coincidió además con continuas e inesperadas sacudidas del clima, ya fueran prolongadas sequías o diluvios que dejaban vastas inundaciones. Ello empujó a que varios países, sobre todo de Asia, abrazaran el proteccionismo alimentario para salvaguardar sus existencias y controlar la inflación interna, pretendiendo asegurar así el suministro local y luchar contra el aumento de precios.
Que gigantes como India cerraran el grifo a sus demandadas exportaciones de trigo o azúcar, supuso un golpe directo a los precios de los granos y aceites vegetales en todo el mundo, agudizando aún más la crisis de lugares tan lejanos como un Cuerno de África asediado por la sequía, que ha arrojado a 22 millones de personas al precipicio de, según la ONU, la “inseguridad alimentaria aguda”. Una cifra que se ha duplicado desde principios de 2022.
“En toda la región, 1,7 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares por la falta de agua y pastos“, dice un informe presentado esta semana por el organismo internacional.
Desde UNICEF también apuntan a que casi dos millones de niños en Etiopía, Kenia y Somalia requieren tratamiento urgente por desnutrición aguda severa. Xavier Joubert, director de Etiopía para Save the Children, no ve ninguna luz al final de este oscuro túnel. Todo lo contrario: “No se vislumbra un final para la crisis del hambre y la esperanza se está desvaneciendo lentamente”
Agencias