La manifestación del sábado fue la reivindicación serena del proyecto de vida en común que encarna la Constitución, pero también una advertencia sobre la deriva hacia la que conduce la permanencia en el poder del bloque que forman PSOE, Podemos, ERC y Bildu
NotMid 22/01/2023
OPINIÓN
JOAQUÍN MANSO
La manifestación del sábado superó todas las previsiones de convocatoria y este hecho es elocuente de la existencia de una fuerte emoción ciudadana de rechazo a la desvertebración del Estado auspiciada por Pedro Sánchez. Lo que se vivió en Madrid es la reivindicación serena del proyecto sugestivo de vida en común que encarna la Constitución del 78, y decenas de miles de personas, en representación del sentimiento de muchos millones, reclamaron su defensa con convicción y firmeza, sin miedo a las etiquetas.
Sánchez, con su sectarismo habitual, se apresuró a colocarle a la marcha la de la España excluyente y uniforme, como previamente había intentado descalificarla al equipararla a la concentración separatista del jueves en Barcelona. Pues no: quien se manifestó ayer fue la auténtica moderación, que es una forma de hacer y de decir, pero también un fondo cuya medida no puede hacerse depender del mismo Gobierno que pone el Estado en manos de antisistemas.
España ha padecido durante esta legislatura una erosión institucional sin precedentes que es el resultado de la fusión, al servicio de un proyecto personal, del PSOE, una marca tradicionalmente vinculada a los consensos constitucionales, con las minorías radicales e independentistas que los habían despreciado desde su momento fundacional. El resultado es una quiebra de la confianza entre las fuerzas vertebradoras del Estado alimentada a través de una estrategia de polarización que organiza el país en dos antagonismos irreconciliables.
La protesta, convocada por asociaciones cívicas y que culminó en la lectura de un manifiesto ejemplar de vocación transversal, expresa un hartazgo, pero es también una advertencia acerca de la deriva que puede producirse de mantenerse en el poder el bloque que forma el PSOE con Podemos, ERC y Bildu, y de sus consecuencias para la igualdad entre los españoles.
La encrucijada electoral que encara España en la doble vuelta de 2023 será en la práctica un plebiscito sobre el proceso de desarme moral del Estado que encabeza Sánchez y que culminó con la despenalización total de la acometida contra el orden constitucional desarrollada en Cataluña en 2017, a la carta de quienes la protagonizaron. Desde 2018, cuando accedió al Gobierno de la mano de los separatistas, es la continuada expectativa de poder, influencia y desgaste institucional que les concede a cambio de su apoyo lo que apacigua su radicalismo. El procés se ha trasladado a Madrid.
La marcha deja la significativa imagen de la asistencia conjunta de Cayetana Álvarez de Toledo con Inés Arrimadas, que hoy renuncia desde nuestras páginas a cualquier alternativa que no pase por Ciudadanos. Por Vox sí asistió Santiago Abascal, y el PP delegó en una representación de segunda fila, sin Alberto Núñez Feijóo. Los dos partidos se habían enfrentado durante la semana por el aborto.
Probablemente con el asunto equivocado, la polémica colocaba a Feijóo frente a las tensiones y contradicciones de su viaje a la moderación: Vox desearía que el PP apareciese como en la etapa de Mariano Rajoy, abandonando determinados elementos ideológicos, simbólicos o emocionales que son los propios de un centro-derecha institucional y que el PSOE utiliza de manera recurrente para despertarle complejos: el trifachito, la crispación, la fábrica de independentistas… La incomodidad notoria con la que la dirección del partido ha afrontado la manifestación de ayer es muy expresiva del riesgo que corre de perder ese equilibrio. Aspirar a la centralidad no puede equivaler a repetir el error del vaciamiento ideológico o de abandonar las confrontaciones necesarias.
Libertad individual frente al colectivismo identitario, iniciativa privada frente a la cultura del subsidio, independencia judicial frente al colonialismo político, concordia constitucional frente al sectarismo populista, unidad nacional frente a desmembramiento insolidario… Como escribía Iñaki Ellakuría, hace falta un proyecto más allá de la «pataleta antisanchsita». Mañana, en la presentación de su agenda reformista, Feijóo tendrá que estar a la altura de este desafío.
El enfrentamiento trae de vuelta el diagnóstico de «la pinza» que hizo Pablo Casado hace dos años y medio, durante la moción de censura de Abascal: «Vox es el seguro de vida de Sánchez para seguir en La Moncloa». El PP discurre con Feijóo por un desfiladero hoy más ancho que entonces, pero igualmente pendiente de que defina sus contornos, cercado a su izquierda por un Gobierno que ha descosido los consensos constitucionales y a su derecha por el moralismo identitario con el que tendría que entenderse si quiere gobernar.
El debate sobre el aborto es de una complejidad moral profundísima, cargada de matices, especialmente difícil entre la derecha conservadora por su tradición confesional. Pero conforme a la realidad social que corresponde a un Estado democrático, pluralista y laico, la respuesta sólo puede darse a través del valor de la tolerancia y el sistema de plazos vigente es el que recoge ampliamente ese consenso. Así lo muestra el sondeo de Sigma Dos que publicamos hoy.
Vox se enfrenta a un posible punto de inflexión. Juan García-Gallardo es su cargo institucional más importante y sale fundido por su propia frivolidad y su dogmatismo religioso, completamente desconectado de la sociedad de hoy. Del partido quedan en entredicho su solvencia estratégica y la capacidad de sus cuadros. Y, por primera vez, el ejercicio del liderazgo, toda vez que Santiago Abascal fue incapaz de aplacar la contumacia de Gallardo.