NotMid 09/01/2023
OPINIÓN
RAÚL DEL POZO
Los congresistas norteamericanos no se parecen a los diputados europeos. Su poder de control es tan grande que se les ha acusado de señores feudales. Cuando ocupan la tribuna pueden dedicarse a leer el listín de teléfonos, como el senador que habló durante 24 horas y 18 minutos para bloquear una ley. Esos mismos senadores pueden dejar a los funcionarios sin cobrar, y pueden autorizar o no una guerra.
Pero nada es igual desde que los seguidores de Donald Trump ocuparon el Congreso en un insólito intento de golpe de Estado, como los que solían hacer dictadores latinoamericanos y europeos. El asalto al Capitolio y los 15 revolcones de los ultras del Partido Republicano para impedir que Kevin McCarthy presidiera la Cámara de Representantes han sido la señal de que la democracia más fuerte del mundo atraviesa una crisis. Lo advirtió el propio Joe Biden: «La democracia en los Estados Unidos está en peligro».
El filibusterismo, los bloqueos, la corrupción, se extienden también por Europa y son una prueba de que las democracias más consolidadas están en peligro de involución. En países como España, incluso más que en Estados Unidos. En los últimos años las democracias europeas han tenido que hacer frente a las amenazas del populismo, los nacionalismos, el veneno identitario, la pandemia, la guerra de Ucrania, la crisis de la energía, la escasez de materias primas, el peligro de recesión. Amenazas que están causando un peligroso estrés que se ha contagiado a nuestro Parlamento y nuestro Gobierno. Se ha dañado la separación de poderes, se han intensificado los ataques a jueces y a la libertad de expresión. Unos partidos acusan a otros de organizar causas generales.
El prestigio de la Transición y el éxito de la democracia se están deteriorando. No porque haya bajado muchos puntos en las mediciones de calidad, sino por el viaje a ninguna parte de algunas comunidades autónomas, que invocan el falso derecho de autodeterminación con la complicidad absurda del Gobierno. Hasta el Rey Felipe VI ha avisado del deterioro de nuestra convivencia y de la erosión de las instituciones. En vez de construir consensos, levantan trincheras para fanáticos. Es la llamada polarización afectiva, o el odio eterno a quién no piensa o no vota como tú.