El Kremlin quiere volver a la época en que Rusia dominaba a sus vecinos
NotMid 30/12/2022
MUNDO
La ciudad ucraniana de Odesa amanece hoy sin su monumento a la emperatriz Catalina la Grande. Ucrania se había ‘limpiado’ de símbolos soviéticos tras la injerencia rusa de 2014. Al calor de la guerra de este año, no van a quedar ni los vestigios anteriores, los del imperio ruso.
La caída de la estatua coincide con un cumpleaños que todavía condiciona las vidas de decenas de millones de personas. Hoy hace 100 años que se creó un país llamado URSS y, de paso, se salvó del derribo un símbolo burgués: el Teatro Bolshoi. Ambas circunstancias estaban relacionadas, porque aunque Moscú tenía en 1922 intención de desconectarse de vicios zaristas como el ballet, también iba a necesitar auditorios amplios para acoger los congresos del Partido Comunista en el nuevo país más grande del mundo.
Hoy el Kremlin quiere volver a la época en que Rusia dominaba a sus vecinos. Sin embargo, el puño de hierro usado en Ucrania los está alejando de la obediencia a Moscú.
Los titulares de estos días ya se aparecieron en las últimas pesadillas de Vladimir Lenin. En aquellas navidades proscritas de 1922 un partido representado por delegados veinteañeros parió un país nuevo que heredaría en buena medida fronteras y vicios de uno de los imperios más viejos. Provenían de cuatro repúblicas soviéticas independientes hasta entonces. Dos de ellas (Bielorrusia y Ucrania) ya pertenecían a Rusia durante el zarismo. Pero el centro de gravedad era Rusia, que aportaba 1.727 delegados del total de 2.215. Como recuerda Serhi Ploji, autor de ‘Lost Kingdom’, un manual básico sobre el nacionalismo ruso, aquel fue más bien “un congreso ruso” al que se sumó gente de otras repúblicas.
El gran líder, Lenin, se empequeñecía cada semana de diciembre, recluido en su apartamento del Kremlin, a unos pocos metros del teatro, tras haber empeorado su salud una semana antes.
Siempre oportunista, Josip Stalin había dispuesto lo necesario para aislar a su camarada del mundo exterior y poder así moldear al país recién nacido. Lenin, que creía todavía en una revolución mundial y prefería -al menos formalmente- una unión entre iguales, temía que Stalin diese rienda suelta al “chovinismo” típico de una “gran potencia”. El mismo que de nuevo vemos estos días en el intento de Vladimir Putin de someter a Ucrania como si fuese una filial de Rusia.
“Para Lenin el nacionalismo imperial ruso constituía la mayor amenaza al futuro de la unión y de la revolución proletaria”, sostiene Ploji. La amenaza de colapso provenía del centro, no de la periferia.
Los alegatos antiimperialistas de Lenin en parte habían sido diseñados para atraerse a adeptos antes de la revolución. Los ucranianos del campo eran hostiles, pero en las ciudades los obreros eran más receptivos no tanto a una revolución rusa, pero sí a una revolución proletaria. Lenin y Stalin diferían en cuanto a los métodos, pero ambos accedieron a, durante un tiempo, jugar con el nacionalismo ucraniano confiando en que, sin querer convertirse en rusos, se convertirían en bolcheviques.
La salud de Lenin corría en contra de ucranianos y bielorrusos. Con su parálisis y deterioro en 1923 y su muerte en enero del año siguiente Stalin iría reforzando el poder de Moscú.
RIESGO DE DESINTEGRACIÓN
La Unión Soviética ‘murió’ en las navidades de 1991 a manos de Boris Yeltsin, un hombre que curiosamente es el padrino político del líder mundial que más echa de menos la URSS a día de hoy: Vladimir Putin. Es exagerado sugerir que Putin quiere recomponer la Unión Soviética. Pero es muy pertinente recordar que la URSS forjó a Putin: fue el único régimen en el que se sintió suficientemente respetado por el mundo.
“El patriotismo ruso es tal que incluso aquellos que no apoyan al régimen del Kremlin no están dispuestos a reconocer la naturaleza imperial de la Rusia actual“, explica Alexander Etkind, historiador ruso. Cree que esta segunda guerra de Ucrania puede desembocar en una nueva fragmentación: esta vez, de la Federación de Rusia.
LA URSS VUELVE
Cada día se publican cientos de artículos explicando lo equivocado que está el jefe del Kremlin. Tal vez Putin hizo su elección entre entender el mundo o entender a los rusos. Porque según las encuestas, la URSS murió pero los soviéticos todavía existen.
La identificación de la gente con la Unión Soviética parece tener una base clara y “creciente” en la opinión pública rusa, según un estudio de R-Research para el Departamento de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Oxford. Son estudios realizados a lo largo del dilatado mandato de Putin, y muestran que la ‘identidad soviética’ entre la población en general, que había ido disminuyendo después del colapso de la Unión Soviética en 1991, comenzó a aumentar en 2014, cuando Moscú se anexionó Crimea y armó las rebeliones en las regiones ucranianas de Lugansk y Donetsk. Para 2021, casi el 50% de los encuestados se identificaban más con la Unión Soviética que con la Federación Rusa.
Putin dijo en septiembre que los conflictos en los países de la antigua URSS, incluida Ucrania, son el resultado del colapso de la Unión Soviética: “Basta con mirar lo que está sucediendo ahora entre Rusia y Ucrania, y lo que está pasando en las fronteras de algunos otros países de la CEI [Comunidad de Estados Independientes, una alianza de varios países postsoviéticos]”. Y señaló con el dedo a Occidente, denunciando que estaba “trabajando en escenarios para alimentar nuevos conflictos” en el espacio postsoviético.
Cada desalojo de estatuas en Ucrania recuerda al desmontaje de monumentos en Moscú y otras ciudades en aquel convulso 1991. Cuando caen líderes de piedra siempre hay alguno de carne y hueso que teme ser el siguiente.
Agencias