NotMid 17/10/2022
OPINIÓN
RICARDO F. COLMENERO
Con Messi en el equipo, y un body de bebé azulgrana, yo hace seis años me veía en un paritorio con la eliminatoria más que encarrilada. Convencido, como buen padre primerizo, de que desde el principio de los tiempo a los hijos se les enseña a ser de un equipo como se les enseña a desollar un mamut. Sin embargo, los motivos por los que te haces de un equipo acaban siendo de lo más absurdo, como cuando te enamoras, y lo segundo lo aprendes el primer domingo que te trae una niña casa.
Mi barcelonismo nace de un rótulo en Europa, en mayúsculas, de color amarillo, que no paraba de repetirse en la tele, y que ponía Pichi Alonso. Y me llegó la confirmación en mi primer clásico, cuando todavía no se llamaban clásicos, que se viven como las primeras citas, donde la casualidad quiso que Lineker marcara tres goles, como bien pudo haber sido Butragueño y cambiar la historia.
La suerte estaba cara porque cuando mi hijo entró en el cole, y fruto de una casualidad todavía mayor, le tocó compartir pupitre con la sobrina de Lineker, con lo que el barcelonismo le entraría como a Villalonga la presidencia de Telefónica en tiempos de Aznar.
Pero el enano, como no, se me estaba haciendo del Madrid y admirador de Benzema. ¿Qué querían que le vendiera estos años? ¿A Memphis Depay? Algo que esperaba resolver este año con la llegada de Lewandowski, justo a tiempo para el primer clásico de ambos, en el que el polaco se convertiría en mi Lineker.
No sólo no ha habido suerte sino que para colmo el enano es demasiado pequeño para entender las ruedas de prensa de Xavi, que yo ya no sé quién las entiende, y descubrir que lo importante es el estilo, y que si la supremacía de la posesión frente a la vulgaridad de, qué se yo, meter tres goles de un porrazo, o pasarte la vida levantando Copas de Europa como vasos de agua mineral.
A estas alturas la cosa ya no me preocupa demasiado porque me temo que, en el otro lado, mi hijo será feliz. O al menos esta noche se irá a la cama sabiendo que su equipo no es el que en España sigue siendo peor que el Madrid, y en Europa sólo es mejor que el Viktoria Pilsen. El barcelonismo de su padre va camino de convertirse en una excentricidad, como cuando a finales de los 80 te encontrabas en Ourense a un montón de gente que confesaba ser del At. Bilbao, o del Zaragoza, y tú no entendías por qué, como un montón de padres de España llevan diez años diciéndole a sus hijos que son del Depor, y ya no recuerdan los motivos.