Después de los reveses militares, el presidente ruso lanza una ‘operación de castigo’ pero lejos del frente
NotMid 11/10/2022
MUNDO
Tras lanzar los mayores ataques aéreos desde el inicio de la guerra en Ucrania, Vladimir Putin ha prometido más “respuestas duras” si Kiev sigue atacando los territorios que él mismo invadió en el pasado. El domingo calificó el ataque al puente de Crimea como “terrorismo” y para dar un escarmiento al respecto recurrió ayer lunes a bombardeos que se distinguen precisamente por sembrar el terror: matar a unos pocos al azar para que muchos entiendan que ellos serán los siguientes.
La muerte es un gran soporte publicitario, pero aun así es poco probable que en Ucrania ‘compren’ su mensaje. Al menos mientras los recurrentes naufragios rusos en el frente sigan mostrando que el sacrificio ucraniano tiene sentido.
Los ucranianos saben que sus contraofensivas en Járkov y Jersón o sus ataques audaces contra el puente de Crimea conllevan, directa o indirectamente, un alto precio en vidas. Pero son conscientes de que si los avances se pagan con sangre, los retrocesos se pagan con mucha más. Los fusilados de Bucha e Izium, los torturados y los sometidos en Mariupol: todo ello ha sido grabado a fuego en la conciencia de un país que sabe que la única salida es caminar hacia las llamas rusas.
Putin argumentó que su bombardeo es en represalia por el ataque durante el fin de semana contra el puente que une a Rusia con la península de Crimea. “Si continúan los intentos de llevar a cabo actos terroristas en nuestro territorio, las respuestas de Rusia serán duras y en su escala corresponderán al nivel de la amenaza. Nadie debería tener ninguna duda al respecto”, insistió Putin, que de nuevo tuvo que recordar que va en serio.
“Golpe masivo con armas de precisión”, fueron las palabras de Putin sobre el bombardeo de ciudades ucranianas, en el que murieron civiles. Los medios rusos explicaron a la cada vez menos aletargada población rusa que el resultado del ataque había sido cortes de luz en el país vecino. Pero el Kremlin sabe que en cada ámbito se ha entendido el mensaje.
Por un lado Putin está respondiendo a los llamamientos de su entorno radical a una escalada, del tipo que sea. No necesariamente nuclear. En su último ‘aquelarre’ anexionista en el Kremlin, Putin prometió contestar ‘con todo’ si se tocaban sus líneas rojas. Pero en realidad ha contestado con lo de siempre: carnicería urbana y daños en infraestructuras. Todo en hora punta para mostrar que los muertos no fueron una negligencia.
Tras los reveses militares, Putin ha lanzado una operación de castigo muy amplia. Pero lejos del frente, que es donde ahora mismo sus tropas están en problemas.
En febrero Putin intentó -sin éxito- una invasión barata. Ahora busca quebrar a Ucrania de la manera más cómoda. De nuevo tiene pocas posibilidades, pero pocos riesgos. Unos kievitas ardiendo en sus coches y unas cuantas centrales térmicas fuera de servicio no provocarán una intervención de EEUU ni un divorcio con China. Sin jugar la carta nuclear, el partido sigue.
Aunque el sector belicista reacciona mal cuando hay malos resultados, es agradecido con las demostraciones de fuerza, que esta vez llegan con hambre atrasada. Este fin de semana, pocas horas después del ataque al puente, el gobernador de Crimea que rige tras la anexión de 2014, Serguei Axionov, comentó el estado de ánimo general en sus filas: “Se han disparado las emociones y hay un sano deseo de venganza”.
Tras bombardear varias ciudades, la jefa del canal de propaganda ruso RT anunció: “Aquí ha venido volando vuestra respuesta”. Incluso justificó la espera con un refrán ruso: “Mide siete veces, corta una”. El brutal líder de Chechenia, Ramzan Kadirov, pedía hace una semana despidos en la cúpula del ejército. Tras los ataques de Kiev se mostró complacido: “Ahora estoy 100% satisfecho con la operación”.
Pero probablemente satisfacer a determinadas esferas no sea la motivación clave del líder ruso. Putin no es un hombre que viva de complacer. Durante estos más de 20 años su poder ha descansado sobre el miedo de unos pocos y la indiferencia de la mayoría.
Este ataque sirve para demostrar la capacidad, si no la intención, de destruir Kiev. Porque, como recordaba ayer el historiador ruso Serguei Radchenko, “por supuesto hay una amenaza nuclear implícita detrás de cada ataque convencional en el corazón de la capital ucraniana”. Su cruda manera de proceder, en núcleos urbanos en hora punta o en edificios residenciales mientras la gente duerme, nos dice que nadie puede “cuestionar su superioridad simplemente porque no tiene restricciones morales”, que son una carga en cualquier guerra.
Putin se mostró especialmente molesto por el hecho de que Ucrania ataque en la península ucraniana que él mismo ocupó. Pero Ben Hodges, ex comandante de las fuerzas armadas de Estados Unidos en Europa, cree que la escala de los ataques sugiere que el plan de Rusia para escalar podría haber sido elaborado antes de que el puente fuera parcialmente derribado por los ucranianos.
Ahora Kiev tiene razones para mirar al norte con preocupación. El presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, anunció ayer lunes que Minsk y Moscú han procedido al despliegue de tropas conjuntas cerca de Ucrania. El pretexto es una supuesta escalada de tensión en las fronteras. Anoche llegaban informaciones de un importante flujo de soldados rusos por Bielorrusia, que ya fue en febrero plataforma de la gran intentona rusa de descabezar Kiev.
Los ucranianos están más preparados ahora que en febrero para frenar esas expediciones letales. Pero Putin ha elevado la apuesta y la historia podría repetirse con la carambola de un chantaje nuclear. Cada vez tiene menos que perder.
Agencias