NotMid 11/10/2022
OPINIÓN
RAFA LATORRE
Para comprender los rudimentos de la consternación basta con acudir al origen del caso sensacional del colegio mayor Elías Ahuja de esta pasada semana. La consternación es una forma de propaganda por aplastamiento que funciona mejor, como se ha comprobado, cuando se utiliza a un grupo humano estéticamente indefendible. Unos niños pijos en nocturno festival de las hormonas, por ejemplo, algo que aconseje, aun al espectador más comprensivo, imponer una distancia.
En un principio fue el crimen, sin atenuantes. El célebre vídeo de los universitarios se presentó durante la mañana como la arenga de una cacería sexual, el preludio de una razzia de violaciones. Para cuando el foco se abrió ya era tarde. En un sentido amplio.
Cuando aparecieron las chicas del colegio de enfrente con sus risas condescendientes, no sólo los habituales exhibicionistas de la virtud habían dicho ya «presente», también toda la derecha había expiado preventivamente sus pecados. La consternación era universal, un éxito. Uno tan rotundo que era estrictamente inapelable.
En cuanto aparecieron las chicas con sus disculpas, los argumentarios se desprendieron de los hechos como una bomba de racimo. La causa de la consternación ya no era el terrorismo sexual -tal y como se había presentado en un principio, habría sido un término ajustado- que había obligado a intervenir a la Fiscalía y a pronunciarse al presidente, sino la alienación femenina, la sumisión de las católicas, las costumbres bárbaras de los hijos de la élite, la necesidad de una reforma fiscal que grave [más] las fortunas y hasta la confiscación de las herencias. Aunque el motivo que hizo que todos miraran hacia allí se había revelado falso, -ya que estaban mirando- el espídico activismo que padecemos convirtió ese colegio en un aleph donde confluyeron todas sus causas. De manera que quien se atreviera a cuestionar las razones que pudiera encontrar el Ministerio Fiscal para ocuparse de una desagradable berrea juvenil, quedaría exiliado de todo lo razonable. La causa original se había descubierto falsa y con la verdad emergía la más inmoral conducta de los guardianes de la moral: su costumbre de imponer su verdad a través de la mentira.
La gente ya estaba instalada en la consternación y, una vez allí, no hay un hecho lo suficientemente contundente que consiga desalojarla.
Y así funciona esto.