Volver a China desde el extranjero es una odisea que, entre billetes de avión con precios inflados, gastos de hotel para la cuarentena y las pruebas PCR, puede costar más de 6.000 euros y hasta 17 días de aislamiento
NotMid 22/09/2022
ASIA
En los asientos del vuelo fletado por China Airlines cuelgan bolsas con dos panes dulces, un brick de leche, una pera, unas galletas y un huevo duro. Los azafatos, que llevan trajes EPI y viseras de plástico, no tienen contacto en ningún momento con los pasajeros. Las primeras y últimas filas del avión se han reservado para agentes del Ministerio de Seguridad de China, que llevan una cámara colgada del traje de protección blanco para grabar cualquier incidente que ocurra a bordo.
Tras 12 horas de vuelo, después del aterrizaje en el aeropuerto de Tianjin, toca una gymkana de controles: paseos en fila por interminables pasillos con paradas intermedias en casetas de seguridad donde hay que escanear una y otra vez el mismo código de salud, para acabar con una PCR antes de coger el autobús rumbo al hotel de cuarentena.
El avión aterrizó a las 15.10 horas y hasta las 19.30 los pasajeros no cruzan la puerta del hotel. Los pasillos y ascensores, que apestan al desinfectante con el que rocían cada esquina varias veces al día, están follados por lonas de plástico. Las habitaciones para el confinamiento ocupan desde la planta 15 a la 26. Dentro de los cuartos hay 12 pequeñas botellas de agua, cuatro rollos de papel higiénico, una única toalla y una caja con servilletas.
Nadie puede salir ni entrar de las habitaciones durante la cuarentena. Únicamente se puede abrir la puerta para recoger la comida, dejar la basura y recibir a los técnicos que realizarán cuatro pruebas PCR en siete días. A las 8.00 horas llama un empleado del hotel para avisar de que ha dejado la bandeja plastificada con el desayuno en una silla que hay en la puerta. A las 12.00 es la comida y a las 17.30 la cena. También hay que tomarse la temperatura a diario y reportar si se superan los 37ºC. Y así durante 10 largos días en un país en plena desaceleración económica que sigue preso de su política de ‘Covid cero’.
Billete del vuelo Madrid-Pekín fletado por China Airlines: 3.040 euros. Dos pruebas PCR realizadas por un laboratorio privado 48 y 24 horas antes del viaje: 180 euros. Cuarentena de 10 días bajo llave en una habitación de hotel nada más aterrizar, incluyendo la tarifa por tres comidas al día: 600 euros. Volver a la prisión china del ‘Covid cero’ después de unas vacaciones en España: 3.820 euros. Un precio al que, si el viaje ha sido de ida y vuelta, hay que añadir los 2.300 euros que costó en julio el vuelo de Pekín a Madrid. Todo el proceso supera los 6.000 euros. Un 600% más caro de lo que costaba en 2019.
Septiembre, Terminal 1 del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Más de un centenar de personas aguardan la fila para facturar el equipaje. Aún quedan cinco horas para que salga el vuelo, pero los controles por parte de los trabajadores de la Embajada de China en España, todos ellos engalanados de los pies a la cabeza con trajes EPI, son bastante meticulosos.
Con las dos pruebas PCR con el resultado negativo ya listas, hay que solicitar a la embajada un código QR de salud para poder hacer el checking; luego hay que escanear dos códigos más, rellenando varios formularios con la información personal y la documentación de cada pasajero, además de una declaración jurada en la que hay que informar si uno se ha contagiado de Covid durante la estancia en España o si ha estado durante los últimos 15 días en contacto directo con algún positivo.
“Es probable que más de la mitad de los que vamos a coger este vuelo nos hayamos infectado en verano, pero seguro que todos lo han negado en el formulario. El año pasado no se podía mentir porque te hacían una analítica de sangre para volar a China en la que se comprobaban los anticuerpos. Esperemos que nadie dé positivo en la cuarentena, porque, si es así, a esa persona se la llevan directa al hospital un mes, tenga síntomas o no, pagando, además, de su bolsillo todos los costes“, comenta una pareja de chinos que ha pasado un par de meses en Madrid visitando a sus familiares.
Después de unas vacaciones normales en España, donde el coronavirus pasó hace tiempo de ser el monotema diario a desaparecer prácticamente de la agenda de prioridades de los ciudadanos, cuesta coger el pulso de nuevo a las restricciones de un país enjaulado en su perenne estrategia de ‘Covid cero’.
Antes de subir al avión, basta con echar un vistazo a las últimas noticias que vienen de China para entenderlo: Chengdu, una mega urbe al oeste con más de 21 millones de habitantes, está alargando un confinamiento severo domiciliario para todos sus residentes. Al sur, en el centro tecnológico de Shenzhen, donde viven 17 millones de personas, se han cerrado seis distritos por unas decenas de nuevos positivos. Ahora mismo, en el país más poblado del mundo, hay al menos 68 ciudades que están bajo bloqueo parcial o total. Restricciones que afectan a más de 100 millones de residentes.
La segunda potencia mundial, hogar de 1.400 millones de personas, lleva con sus fronteras cerradas desde marzo de 2020. Desde entonces, solo pueden entrar al país los nacionales y los extranjeros con permiso de residencia, aunque hace poco hubo una relajación de las restricciones para los estudiantes de fuera y, también, se permitió procesar algunas visas de los familiares más cercanos de residentes extranjeros varados en el país asiático, eliminando el requisito previo para las visitas de presentar una carta de invitación formal emitida por las autoridades chinas.
El gigante asiático es la única gran economía que sigue aislada del mundo. China vuelve una y otra vez al bucle pandémico de principios de 2020. A corto plazo, no hay previsión de que eso cambie. Sobre todo, cuando el gobernante Partido Comunista Chino (PCCh) insiste en que su estrategia de tolerancia cero sigue salvando millones de vidas. El discurso oficial defiende el bloqueo frente a la apertura de Occidente, recordando, a menudo, que en el país asiático han muerto poco más de 5.000 personas en toda la pandemia en comparación con el millón de fallecidos de Estados Unidos.
Cada semana, desde España, apenas salen tres vuelos, con precios inflados, rumbo a China. El que va a Pekín hace parada de cuarentena en Tianjin, a tan solo 30 minutos en tren de la capital. Esta moderna urbe portuaria de 14 millones de habitantes se ha convertido en una especie de ‘ciudad burbuja’ para blindar de posibles brotes al centro político del país. Tianjin ha acogido importantes cumbres entre políticos chinos y emisarios de gobiernos extranjeros.
Esta cuenta con una decena de hoteles, todos alejados del centro de la ciudad, reconvertidos en mega centros de cuarentena para los viajeros que vienen desde el extranjero y cuyo destino final es la capital, que ahora obliga, además, a hacer una cuarentena adicional de una semana en casa porque Tianjin ha reportado un puñado de casos positivos estos últimos días. Los diez días de encierro se convierten en 17.
Lucas de La Cal