NotMid 18/09/2022
OPINIÓN
LUIS GARCÍA MONTERO
Son muchas cosas las que le debo a la lectura de María Zambrano. En momentos en los que la razón práctica podía desembocar en la autodestrucción y en una cámara de gas, su concepto de razón poética sirvió para cuestionar cualquier modernidad que prescindiese del respeto a la dignidad humana. Me valgo de la razón poética cada vez que las dinámicas sociales quieren separar la razón y los sentimientos, provocando autoritarismos sin compasión o populismos irracionales. Frente al poder sin corazón o frente al asalto mediático de los fluidos neoliberales, creo en las instituciones capaces de ordenar el diálogo y la convivencia.
También pienso en Benina, la protagonista de Misericordia de Galdós estudiada por María Zambrano, cada vez que necesito justificar mi inclinación a la resistencia y la esperanza. Quien no puede asumir el cinismo del todo vale y nada tiene solución, ni la ingenuidad optimista del que desconoce las heridas de la realidad, llega a encontrar en las convicciones íntimas y en la propia educación sentimental argumentos para salvarse del odio y de la renuncia.
Pero el consejo de María Zambrano que más he recordado en los últimos meses es la necesidad de vigilar a los patriotas que trabajan para destruir a su patria, esa retórica del nacionalismo que se convierte en una forma dañina de perderle el respeto al sentido democrático de pertenencia y a la necesidad de convivir. Se trata de una precaución que aprendí con la lectura de Los intelectuales en el drama de España, un ensayo, muchas veces reeditado, que publicó por primera vez en 1937 la editorial chilena Panorama.
Confieso que lo primero que me llamó la atención y me emocionó cuando cayó en mis manos el libro fue el anuncio en una de las solapas de otro libro, Madre España, en el que los mejores poetas chilenos mostraban su amor por mi país. Una España democrática y solidaria, sin tentación ninguna de imperialismo, había conseguido que poetas como Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha la llamasen madre, igual que el peruano Cesar Vallejo, el cubano Nicolás Guillén o el argentino Raúl González Tuñón. Para quien ha heredado el profundo amor a España de una exiliada como María Teresa León, un preso como Miguel Hernández o un asesinado como Federico García Lorca, víctimas todos del falso patriotismo, la defensa de la Madre España supuso una invitación al orgullo.
No puedo evitar acordarme de María Zambrano cada vez que alguien intenta deslegitimar a un Gobierno elegido por los españoles en las urnas, cada vez que los políticos con banderita de España en la muñeca intentan desprestigiar en Europa a la nación
A lo largo de sus reflexiones, en las que despuntan la esperanza y la razón poética, María Zambrano le explica a Gregorio Marañón, sumiso al golpe de Estado de 1936, uno de los motivos más fuertes de su indignación. Eran numerosos los levantamientos o las revoluciones a lo largo de la historia, pero ninguna había utilizado hasta entonces el patriotismo para vender a la patria. Los militares que dieron el golpe y provocaron la guerra, autodenominándose nacionales, no tuvieron el menor escrúpulo a la hora de vender España a Hitler y Mussolini.
Así lo escribió María Zambrano en 1937: “En realidad estos nacionalistas se avergonzaban íntimamente de ser españoles, porque en España no había esa exhibición lujosa de fuerza y violencia que era el fascismo. Antes que españoles eran…fascistas y su pertenencia a España estaba condicionada. Y eso es lo que nos separa, doctor Marañón: nosotros antes y sobre nada pertenecemos al pueblo español y estamos unidos a su suerte y a su porvenir incondicionalmente porque le amamos y este amor nos da esperanza en sus decisiones”.
No puedo evitar acordarme de María Zambrano cada vez que alguien intenta deslegitimar a un Gobierno elegido por los españoles en las urnas, cada vez que los políticos con banderita de España en la muñeca intentan desprestigiar en Europa a la nación, cada vez que un nacionalista trama conspiraciones para que los fondos europeos no lleguen a su país o cada vez que en nombre de la patria se venden la salud pública, la luz y el salario de los españoles en beneficio de los bancos y las grandes empresas. Sí, es una triste verdad actual: son peligrosos los patriotas que no dudan en vender a su patria.