Patria y negocio. Bandera y sablazo. El cuento es tan viejo como el propio nacionalismo. En el caso del catalán incluso con su tasa homologada del 3%
NotMid 10/08/2022
OPINIÓN
JORDI BERNAL
Es sabido que los ingleses que se hicieron a la mar en busca de nuevas tierras escapaban del maldito clima y la nefasta gastronomía. Los himnos cantaban la gloria de esos saqueadores y el imperio alabó sus turbias gestas. Los reyes adoraban sus regalos ensangrentados y su oro homicida. Un perspicaz inglés dejó dicho que el patriotismo es el último refugio de los canallas. Hitchcock, otro inglés inteligentísimo metido en Hollywood, rodó la obra maestra Encadenados, en la que una achispada Ingrid Bergman le suelta el célebre bofetón dialéctico a un escurridizo Cary Grant: «No me interesa ni el patriotismo, ni los patriotas… Llevan la bandera en una mano y con la otra van vaciando los bolsillos a la gente».
Patria y negocio. Bandera y sablazo. El cuento es tan viejo como el propio nacionalismo. En España sabemos de la martingala y nos han vaciado la cartera a tutiplén. Si el nacionalismo español fue una mina durante el franquismo y tiene sus resurgimientos esporádicos y espasmódicos en democracia, el nacionalismo catalán ha sido el pan de cada día de la autonomía a lo largo de los últimos 42 años. Incluso con su tasa homologada del 3 %. Pura mafia.
«Ahora sólo queda vivir los restos del cuento como se pueda. Vivir bien y con jeta. Ahí tenemos a Pilar Rahola. Una experta en la materia»
Como el cuento no daba más de sí y la corrupción ahogaba, la derecha convergente tuvo que echarse al monte independentista ondeando la bandera estrellada. Se inventaron una revolución sonriente que, como todos sabemos, acabó mellada. Fue la revolución de los ociosos a la que se apuntaron un buen número de independentistas convencidos y de corazón. Son a los que han dejado tirados y engañados, ya que les prometieron lo que sabían que no podía cumplirse.
Ahora sólo queda vivir los restos del cuento como se pueda. Vivir bien y con jeta. Ahí tenemos a Pilar Rahola. Una experta en la materia. Salió por patas de ERC con su aliado Àngel Colom i Colom (el seis alas) para montar el Partido per la Independència (PI), un dislate y un desastre. Hasta dinero tuvieron que pedirle al saqueador del Palau de la Música, Xavier Millet. Luego se arrimó al frondoso árbol convergente con su expansiva sombra mediática. Y desde entonces vive como estridente tieta oficial del independentismo catalán. Muy bien retribuida con dinero público.
«Ahora hagamos aquello», dice con voz meliflua Rahola desde el borde de la piscina. La cámara empieza a moverse con su trote rotundo. «I-inde-independencia», repiten los zambullidos en el agua, como colegiales traviesos. Entre los presentes al espectáculo acuático, Jordi Cuixart, expresidente de Ómnium Cultural condenado por el Procés, quien todavía sostiene que «lo volverán a hacer». Tal vez la próxima sea en versión aquagym.
Entiendo que Rahola diga que en su casa hace lo que le da la real gana y que pasa de lo que comente la peña en general, pero también es lógico que, si cada verano organiza una fiesta indepe en su casa de Cadaqués y le falta tiempo para colgar las fotos en las redes sociales, al personal le dé por chotearse de sus ocurrencias. A diferencia de ella, muchos de sus críticos lo hacen de manera desinteresada y totalmente gratis. Además, los chapuzones independentistas son una buena metáfora del engaño que supone todo nacionalismo. Las imágenes de la piscina de la Rahola son un claro ejemplo de las palabras de la Bergman en Encadenados: la bandera en una mano y la otra tanteando la cartera del prójimo. Se ha convertido en un lucrativo modus vivendi. Tanto es así que hasta en vacaciones lo celebran por todo lo alto.
Esta gente está tan metida en su trabajo de chupar dinero del contribuyente que ni en agosto desconecta.
Periodista a su pesar y merodeador de librerías y cines. Autor del libro de crónicas Viajando con ciutadans (Ed. Triacastela, 2015)