La dimisión de Mario Draghi deja a Italia con las reformas prometidas a medias. El más pro ruso de los socios de la UE depende aún de la energía que suministra Moscú y su economía queda desprotegida en uno de los momentos de más incertidumbre
NotMid 24/07/2022
EUROPA
La gigantesca crisis económica que asoló occidente desde el verano de 2007 en adelante no fue sólo financiera, de deuda, del euro y de la economía real, sino también una profunda crisis política. Sistemas históricamente bipartidistas pasaron a mejor vida, nuevos partidos a izquierda y derecha, populistas o no tanto, llegaron al Parlamento o al poder; líderes autoritarios que parecían desterrados volvieron a proliferan incluso en democracias consolidadas y prácticamente en toda Europa quien estaba en el poder estaba condenado.
Con poquísimas excepciones (Angela Merkel en Alemania, Mark Rutte en Países Bajos, Viktor Orban en Hungría o Fredrik Reinfeldt en Suecia) pasar por las urnas era garantía de derrota. Este último año, con los coletazos de la pandemia muy presentes, una crisis energética galopante y la invasión de Rusia, se está viviendo otro terremoto político también, y aunque Rutte y Orban han vuelto a ganar, y Merkel ya no está, la dinámica de degaste en el poder se nota igualmente: Janez Jansa fue desterrado en las elecciones de Eslovenia, Boris Johnson ha sido expulsado por los suyos y los partidos italianos han tumbado a Mario Draghi, el primer ministro más querido y respetado en el exterior en mucho tiempo.
La afirmación anterior es tan cierta y precisa como incompleta y engañosa. Italia jamás ha necesitado factores exógenos para desatar una crisis nacional. Italia no se excusa en ninguna pandemia ni ninguna guerra para cargarse a un primer ministro por las razones más nimias, en el momento más inoportuno y ante el estupor de todos sus amigos y la alegría de sus adversarios. Su alergia a la estabilidad es compatible, independiente e indiferente a cualquier situación. El sistema ha eliminado a Draghi como borró a decenas de sus predecesores, sin piedad, sin pensar en el mañana, pero también sin miedo, porque creen que pase lo que pase saldrán adelante. Siempre lo han hecho y siguen siendo una potencia. Draghi era un héroe, una autoridad, un símbolo, pero al final cabo no dejaba de ser sólo un primer ministro italiano, con todas las limitaciones que eso supone.
En Europa ahora preocupa la estabilidad del país y como consecuencia, la de todos los demás. Las turbulencias de hace 10 años con la deuda puso en jaque al euro y podría volver a pasar. Inquietan las primas de riesgo, la credibilidad de los instrumentos comunitarios puestos en marcha en los últimos meses, la posición del país en política exterior, el escepticismo o abierto antieuropeísmo de los favoritos en las encuestas electorales. Las reformas pendientes y qué va a pasar con los 200.000 millones de euros en transferencias y préstamos a bajos intereses de los fondos Next Generation que el país necesita para modernizarse.
LAZOS RAROS: LA DERECHA Y EL VÍNCULO CON MOSCÚ
Las últimas previsiones en Bruselas vaticinan, en el mejor de los casos, un crecimiento del 2,9% este ejercicio y un escueto 0,9% el que viene, pero eso asumiendo que no hay un corte del gas ruso, que no hay contagio en cadena entre las economías principales y que el país es capaz de ir recibiendo los primeros fondos de recuperación. Y eso, a estas alturas, es demasiado suponer. La deuda italiana está cerca del 150% del PIB y el déficit supera el 5%. Según Unimpresa, la guerra le costará como poco al PIB nacional más de 40.000 millones de euros, un tercio del crecimiento previsto. Y algunos cálculos llevan a 70.000 millones el impacto para el país hasta la fecha, contando las medidas adicionales ya aplicadas. Estimaciones muy recientes de Confindustria, la patronal, dicen que en caso de que el Putin cierre el grifo del gas de golpe «en 12 meses la escasez de suministro sería del 18,4% del consumo italiano» y el PIB se desplomaría, casi de golpe, un 2%.
La caída de Draghi ha dejado en el aire la reforma de las pensiones, de Competencia, la reforma fiscal, la subida del salario mínimo, la renta de ciudadanía, la reforma educativa, la renovación del bono contra la inflación de 200 euros para quienes ganen menos de 35.000 al año o el bono social para la factura de la luz. Italia es una potencia industrial y manufacturera a pesar de sí misma. La reforma de la administración pública, algo esencial en un lugar donde todavía renovar el pasaporte cuesta más de 120 euros, requiere trámites muy engorrosos y se puede demorar hasta 50 días.
Con la caída del Gobierno, ahora en funciones, se pone en duda también la rebaja del IVA y el llamado ‘Aiuti bis’, la segunda batería de ayudas que, formalmente, le han costado el puesto. El ex banquero, al frente de un Ejecutivo de unidad nacional con casi todos los partidos, convirtió el apoyo a ese decreto amplio en un voto de confianza, y cuando el Movimiento Cinco Estrellas de Giuseppe Conte y Beppe Grillo, roto a la mitad después de una escisión de 60 diputados liderados por Luigi Di Maio, se negó a respaldarlo anunció su dimisión. El salvador del euro estaba acostumbrado a ganar los órdagos, pero en el juego de la política italiana es todavía una aprendiz.
Ese decreto iba a tener un alcance de casi 25.000 millones de euros, pero ahora su aprobación, con suerte en agosto, implicará una reducción drástica. Hasta 10.000 millones según los optimistas o de apenas 3.000 o 4.000 según los pesimistas.
La vida sin Rusia ha resultado ser un gran problema para Italia, mayor incluso de lo esperado. En Bruselas miraban con mucho recelo las dudas de Roma respecto a algunas sanciones. Milán, como Berlín, tienen vínculos comerciales enormes y los mensajes que llegaban al inicio no eran nada tranquilizadores. Trabas, esfuerzos para esquivar algunas sanciones. Los empresarios, parecía, ignoraban incluso los mensajes de aviso de Palazzo Chigi, hasta el punto de que en enero, en medio de la batalla para elegir a un nuevo presidente (operación fallida) se organizó una reunión de los consejeros delegados de algunas de las principales cotizadas del país con el propio Putin, lo que dejó en muy mal lugar al primer ministro. El presidente ucraniano, Volodymir Zelensky, atacó con dureza a Draghi en público para llamarle al orden y presionar y logró que algunas de las aparentes dudas se disolvieran.
LOS MÁS PRORUSOS DEL CONTINENTE
La dependencia energética de Italia es notable, hasta el 43% de su gas venía de Rusia al inicio de la invasión, por lo que sería uno de los países que sufran con un corte. Su objetivo es pasar de 29.000 millones de metros cúbicos a 15.000 en primavera, de ahí que esta misma semana, en medio de sus dos dimisiones, Draghi no haya cancelado su viaje a Argelia, intentando sellar un contrato para doblar su suministro y ocupando el vacío dejado por España tras su giro promarroquí en la región.
Italia está notando ya la falta del trigo ucraniano y los productores nacionales de harina no dan abasto para satisfacer la demanda interna. El sector del lujo, un referente, facturaba más de 1.000 millones de euros anuales en exportaciones a clientes rusos, casi el 20% del total. Italia exporta más de 7.000 millones en bienes e importa casi 13.000 millones, sobre todo en gas y materias primas. Italia era, por ejemplo, la principal suministradora de vinos a Rusia y Ucrania, con más de 400 millones de ventas anuales, cerca del 7% del total.
Un Gobierno con Fratelli D’Italia y la Lega al frente (Salvini anunció y canceló un viaje a Moscú el mes pasado y la embajada rusa aseguró después que ellos corrían con los gastos) da escalofríos en Bruselas y llevaría, más que probablemente, al choque enseguida y en muchos ámbitos. En el pasado las tiranteces fueron evidentes y la situación económica era otra. Se avecina un otoño caliente y un invierno muy frío e Italia es hoy, quizás incluso más que antes, pieza clave para una respuesta integral a los desafíos internos y externos. La Unión a duras penas se apaña con Hungría poniendo la zancadilla y lo tendría casi imposible con la tercera locomotora abiertamente en contra.
Agencias