Ojalá el espíritu de Ermua, esa unidad ante la paz, la vida y el respeto fuese recuperable. Desgraciadamente, ayer pudo parecer que lo era, pero hoy, al volver a la cotidianeidad, no creemos que lo sea: se le entrega la memoria legislativa a quien se ha dedicado a mancharla.
NotMid 11/0772022
EDITORIAL
Quien ayer escuchase el homenaje brindado a Miguel Ángel Blanco y al resto de víctimas de ETA bien podría pensar que, 25 años después del asesinato del concejal, el espíritu de Ermua ha revivido. Aunque solo fuera parcialmente, aunque solo fuera por unas horas. La comunión y el respeto que en la localidad vizcaína demostraron los discursos de representantes del Estado, de nuestra política y también de la sociedad civil estuvieron a la altura de la unidad que desencadenó aquella tragedia. Sin embargo, no debemos caer en el falso optimismo ni en el autoengaño, porque es un imposible escamotear la realidad. Las fuerzas políticas herederas de ETA continúan sin desautorizar los crímenes y su pasado violento, Sortu argumentó su ausencia de ayer comparando a víctimas y verdugos, y ello días después de que Pedro Sánchez brindase a Bildu la ley de memoria democrática. Pierden valor las palabras del presidente en el homenaje tras permitir a su socio antidemocrático jactarse de semejante victoria, para mayor escarnio, coincidiendo con este 25º aniversario.
El espíritu de Ermua que quisimos ver ayer fue una valiente reacción al cumplimiento de la enésima amenaza de la banda terrorista. La inmensa mayoría de la ciudadanía se movilizó en las calles de toda España junto a las fuerzas políticas democráticas, que recogieron como nunca antes el desafío que había lanzado ETA. Fue el momento en el que en el País Vasco se empezó a aislar de verdad al terrorismo y a sus riberas políticas y sociales. Este periódico escribió entonces que «bajo el clamor de la protesta popular y de la impotencia y la rabia que ha embargado a millones de ciudadanos, se ha generado espontáneamente un impresionante caudal de energía contra la violencia de ETA y su entorno». Y así fue. Porque aquella dramática jornada desencadenó, como recordó ayer Felipe VI con unas palabras cargadas de mensaje, la victoria de la conciencia colectiva de todo el pueblo, la victoria de la dignidad y de la moral frente al miedo y al terror. Fue un ejemplo de fortaleza. En su discurso, el Rey invitó a seguir perseverando para que lo vivido no caiga en el olvido; «para que la unidad nos convoque en torno a nuestra historia reciente; para que el espíritu de Ermua nos recuerde, cada día, el valor de la paz, de la vida, de la libertad y de la democracia».
Elocuencia para unos tiempos convulsos donde parte de la clase política ha olvidado y arrinconado dichos valores. Pues aunque lejos quedan aquellos años en los que un presidente del Gobierno como Zapatero parcheaba con dos telegramas la ausencia de toda representación institucional y del PSOE en los actos convocados por el Foro de Ermua, hace tiempo que Sánchez escogió un camino de pactos impracticable para la dignidad de cualquier demócrata. Ojala el espíritu de Ermua, esa unidad ante la paz, la vida y el respeto fuese recuperable. Desgraciadamente, ayer pudo parecer que lo era, pero hoy, al volver a la cotidianeidad, no creemos que lo sea: se le entrega la memoria legislativa a quien se ha dedicado a mancharla.