Es hora de denunciar los cauces cada vez más anchos y turbulentos por los que baja esa forma de insania cultural que llaman ansiedad climática
NotMid 31/05/2022
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Pasaron muchas cosas geniales y patéticas en París el pasado fin de semana, pero no todas ellas ocurrieron en Saint-Denis. En el Louvre un joven idealista accedió a la sala de la Gioconda y estampó una tarta contra el cristal que la protege. Para facilitar la consumación de la gamberrada (con lo barata que está la delincuencia en París) creyó necesario presentarse en silla de ruedas y disfrazado con peluca. Antes de que los guardias de seguridad lo desalojaran -deberían haberlo expuesto durante una semana en la galería de rarezas antropológicas, junto a las momias egipcias y otros testimonios de culturas felizmente superadas-, le dio tiempo a exhortar a los artistas en general a que pensaran en el planeta.
Las razones por la que Leonardo da Vinci paga la chaladura de un ecoactivista poco medicado no van más allá de la publicidad que asegura el ataque al cuadro más famoso del mundo. Pero es hora de denunciar los cauces cada vez más anchos y turbulentos por los que baja esa forma de insania cultural que llaman ansiedad climática. Están entre nosotros. Son los gretinos, una generación occidental de meninges lobotomizadas por la prédica apocalíptica de Greta. Su malestar es adquirido, pero su fanatismo es real. El ambientalismo les provee de un propósito trascendente y una comunidad de pertenencia que ocupan el vacío dejado por el declive religioso e ideológico, rivalizando con el identitarismo de género o raza.
La indudable nobleza de su causa -¿alguien no desea la conservación de la Tierra?- aporta el ingrediente mesiánico que justifica el sacrificio: serán capaces de lo peor para defender lo mejor. No necesitan un Bakunin o un Marx que elabore la nueva doctrina: su revolución se hace viralizando vídeos. El problema es que, en la era de la saturación audiovisual, competir por la atención global exigirá vídeos cada vez más osados. Las mentes menos simples de la tribu -los sabotajes de Greenpeace están muy medidos- saben muy bien que el exceso resulta contraproducente para su apostolado, pero la historia enseña que los melindrosos son los primeros derrotados en la génesis de todo terrorismo.
Explica Juaristi en El bucle melancólico que la melancolía es la anticipación de una pérdida que no se ha producido. Y que de la angustia de pensar que lo vasco puro estaba a punto de extinción nació ETA, aunque tardó en decidirse a matar. Quizá pasen años hasta que un lunático de Gea decida que sin poner bombas o ejecutar a culpables de emisión de CO2 el mundo no escuchará el mensaje salvífico. Pero me temo que estamos agotando el plazo de su paciencia.
ElMundo